Diez años de Te invito a cenar: hubo redención y esperanza en la mesa 64
Dos internos de Soto del Real a los que acompaña CESAL, la familia de uno de ellos y tres funcionarios comparten mesa y mantel en la décima edición de Te invito a cenar. «Hay oportunidades», dice uno de los chicos
El número 64 fue el domingo más que simple cifra. Fue el que designó una de las mesas más especiales de la décima edición de Te invito a cenar, un banquete de Navidad para familias que no pueden celebrarla promovida por la Compañía de las Obras, entidad vinculada a Comunión y Liberación. En el 64 se escondía la historia de superación de dos chicos, Julio y Juan (nombres ficticios), que cumplen condena en la prisión de Soto del Real. La de Marta, subdirectora de Tratamiento en el citado centro penitenciario, y la de sus compañeros Ana, trabajadora social, y Javier, funcionario de seguridad, que les ayudan cada día. Y la de la madre, la mujer e incluso la hija de Julio, que no sabe que su padre está en prisión y para quien los compañeros de velada eran colegas de su trabajo.
Como ellos, un total de 1.000 comensales repartidos en casi un centenar de mesas disfrutaron de platos elaborados por grandes cocineros y servidos por 500 voluntarios que, además de entregar parte de su domingo a una causa solidaria, pagaron 20 euros como aportación. «Alucinante. Pagan por venir a echar una mano. Todavía queda gente buena», reflexiona Miguel Ángel Carnero, el propietario del complejo, que lo cedió desinteresadamente, mientras disfruta de uno de los espectáculos: hubo música en directo, sorteos, regalos…
Otra organización que ha montado eventos especiales para los amigos que atienden durante todo el año es la Comunidad de Sant’Egidio: personas sin hogar, migrantes y refugiados, familias, niños de las Escuelas de Paz… Con el lema Navidad para todos ofrecerán comidas especiales en distintos puntos de la capital el 25 de diciembre, día de Navidad. También habrá regalos.
Aunque la cena comenzó en torno a las 21:00 horas, parte de la mesa 64 —los internos y los funcionarios— llegaron al complejo hostelero a primera hora de la tarde para colaborar en la preparación. Con la misma camiseta, la de Te invito a cenar, y como iguales —sin atisbo de las diferencias que entre unos y otros hay en prisión—, los cinco se encargaron mano a mano de preparar el plato de los niños: una hamburguesa. Trocearon seis kilos de tomates, la cebolla y elaboraron la salsa. «Si la pruebas, vas a flipar», dice Julio, que se emociona cuando, de repente, su hija aparece por detrás y lo abraza. «Me veo en el futuro alquilando un piso, con mi mujer y mi hija, con un trabajo. Quiero ser camarero. Ya no voy a hacer más tonterías, porque uno puede terminar muerto o viejo sin que te quiera nadie», añade. Los dos vienen en representación de un grupo de internos más amplio al que CESAL visita en el centro penitenciario para a ayudarles en su formación y orientación laboral. Fue esta ONG la que los invitó. «Quiero agradecer que vengan a prisión y que vean la situación de tanta gente. Nosotros queremos que otros chavales hagan las cosas bien y que en el futuro puedan cambiar su vida», continúa Julio. Como ellos.
Juan, que está a semanas de alcanzar la semilibertad, reconoce que nunca había imaginado participar en una fiesta así. Pensaba que su comportamiento y «la rutina mala que llevaba» no lo harían posible. Se equivocaba: «Caímos en un sitio malo [la prisión], pero nos ha servido para parar y hacer las cosas bien».
Cuando recibieron la propuesta, Marta, la subdirectora de Tratamiento, decidió que debía ser una actividad en la que el centro penitenciario se implicara y no solo un permiso. «Las prisiones están abiertas a la sociedad. Este tipo de actos normalizan y acercan a la gente a las prisiones y a los internos», explica. Además, enfatiza su labor, que es acompañarlos en el objetivo de salir mejor de lo que entraron: «Es lo que estamos haciendo en esta cena». Ana pone el foco en el lado más humano, en el compartir un encuentro, conocer a sus familias y que puedan ver que la implicación de tres funcionarios que renunciaron a su tiempo libre un domingo por la tarde para estar con ellos. «En esta cena se demuestra que los programas tienen éxito y que los chavales tienen una salida más allá de las rejas. Y que lo compartan con nosotros es muy especial», añade Javier.
En torno a las 23:30 horas, la mesa 64 se quedó vacía —los internos volvieron a la prisión y los demás a sus casa— y una vez los voluntarios recogieron los cubiertos y la mantelería se desmontó. La mesa 64 es historia. La cena en familia y los anhelos de estos dos jóvenes, no. Tampoco el mensaje que lanzan a otros en su situación: «Hay oportunidades. No se hundan. Aprovechen la juventud para lograr sus sueños».