Cada nombre llenaba de esperanza - Alfa y Omega

Cada nombre llenaba de esperanza

Sábado de la 3ª semana de Adviento / Mateo 1, 1-17

Carlos Pérez Laporta
Árbol de Jesé, Órgano de Salinas. Catedral Vieja de Salamanca. Foto: José Luis Filpo Cabana.

Evangelio: Mateo 1, 1-17

Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.

Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.

David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.

Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce.

Comentario

Las genealogías suelen hacérsenos pesadas. Si acudimos al Evangelio a diario y nos encontramos con ellas seguramente ese día leamos por encima el texto. Cuando lo lee el sacerdote en Misa, solemos dejar de escuchar. E incluso los sacerdotes solemos leerlo sin pensar demasiado en lo que decimos, como quien lee la lista de la compra. No tienen para nosotros la música que tenían para la antigüedad, y menos la que tenían para unos oídos judíos. En ellas latía para el hebreo la historia viva de la relación entre Dios y su pueblo. Cada nombre llenaba de esperanza. Cada nombre manifestaba la acción de Dios y su fidelidad en el tiempo.

Pero nosotros no tenemos noticia de casi ninguno de esos nombres, hemos perdido el hilo de la historia. Por eso perdemos la paciencia. Pero, ¡qué paciencia la de Dios! Detrás de cada nombre, a expensas de la libertad de cada uno de ellos, con todos los vaivenes propios de la historia humana, Dios iba hilvanando la historia de salvación, sosteniendo en tensión progresiva su revelación.

Quizá lo más adecuado para meditar estos textos fuera contemplar la historia de todos esos nombres. Así quizá intuiríamos la paciencia de Dios. Así quizá también comenzaríamos mirar con paciencia los ritmos torpes de nuestras propias historias y de las de aquellos que nos rodean. La paciencia de Dios es el tejido mismo de toda la historia.