Ramón Andrés (Pamplona, 1955) es uno de los escritores más brillantes del panorama de los estudios musicales en España. A él le debemos un tesoro como el Diccionario de música, mitología, magia y religión (Acantilado, 2012) y este maravilloso ejemplar que tengo entre las manos. Publicado en el primer verano de la pandemia, es una obra extraordinaria para un tiempo de tristeza, de recuerdo y de esperanza. Podría decirse, como advierte el editor en la contraportada, que es «una historia de la filosofía de la música».
En efecto, a lo largo de sus 26 capítulos, divididos en tres partes tituladas «Los fundamentos»; «La certidumbre», y «La inquietud», nuestro autor recorre ideas, doctrinas y experiencias musicales unidas por la confianza en que la música puede ser un consuelo, del mismo modo que la filosofía lo fue para Boecio. En efecto, en sus más de 1.100 páginas, resuena la voz del filósofo y mártir san Severino Boecio (480-525), autor de la Consolación de la filosofía y él mismo melómano. El lector amante de esa joya de la literatura de la Antigüedad tardía y la Edad Media incipiente —que, por cierto, publicó también Acantilado en enero de 2020— reconocerá la voz sosegada de quien dice de sí mismo que «siempre canté la alegría», pero «hoy entono estas tristes cadencias».
En efecto, Ramón Andrés no ha escrito una celebración de la música. Este libro no rezuma anécdotas graciosas de músicos célebres, sino el poso profundo de un humanismo enraizado en Grecia, Roma y el Occidente medieval. Desde ahí se puede llegar a cualquier sitio: a la música de las esferas, a los pitagóricos, a la luz medieval de Alcuino de York y Rábano Mauro, al «blanco manto de iglesias» que cubrió Europa después del milenio, a la mística de la santa Hildegarda de Bingen, y a tantísimos otros lugares a los que nos conduce el autor con un propósito declarado: «Querer escribir sobre el consuelo es, a su vez, tratar de perpetuar la música». Así, el lector transitará desde el tiempo mítico de las musas hasta la modernidad en pos de ese consuelo que la música depara. Algunos de los pasajes —por ejemplo, los que dedica a santo Tomás de Aquino y a Dante— son de una delicadeza extraordinaria: «Lo que piensa Tomás de Aquino lo escribe: Contemplata aliis tradere. Es un compromiso moral, es la admisión de que un humano, llegado el caso, no es más que un puente o un pasadizo». Más adelante, sobre el vate de Florencia, escribe: «Tomás de Aquino ha muerto y, sin embargo, Dante lo oye hablar. Está en el Cielo del Sol, en el Paraíso, donde espejean los espíritus sabios, en la Comedia».
Filosofía y consuelo de la música nos da claves valiosas para reflexionar, por ejemplo, sobre la belleza de la liturgia y, en particular, de la Misa. En ella, el cielo baja a la tierra y todo, de algún modo, lo evoca. No en vano, los ángeles cantan y las campanas repican llamando a los fieles a acudir a la Eucaristía. En la belleza de la música podemos encontrarnos todos los cristianos, como le sucedió a Joseph Ratzinger cuando, después de escuchar una serie de cantatas de Bach en la catedral de Múnich en compañía del obispo luterano de la ciudad, le dijo, espontáneamente: «Escuchando esto se comprende: es verdad; es verdadera la fe tan fuerte y la belleza que expresa irresistiblemente la presencia de la verdad de Dios».
El texto de Ramón Andrés cumple, sin duda, su cometido. Nos conduce a las fuentes del consuelo que brinda la música y, para el creyente, suscita un interés a adentrarse más en lo frondoso de este jardín de filósofos, músicos y armonías. Esta belleza asombrosa, pero —¡ay!— finita refiere a otra Belleza infinita que se identifica con lo Bueno y con lo Verdadero. Estas páginas nos invitan a escuchar más atentamente, a atender lo que resuena en el silencio. No dejen de leerlas.
Ramón Andrés
Acantilado
2020
1.168
42 €