Los niños sois muy importantes para el Papa. Lo prueba el hecho de que, en sus dos últimos viajes apostólicos, ha buscado un hueco para tener un encuentro con niños. Lo hizo el año pasado en Benín, y ha repetido en México, durante el viaje que hizo a este país y a Cuba en las dos últimas semanas. En estos dos países hispanoamericanos, muchos niños han ido a saludarlo en todos los sitios donde iba. Pero el encuentro con ellos fue en Guanajuato. Allí, una multitud de niños llenaba la plaza de la Paz. Un lugar con ese nombre era perfecto, pues México tiene un problema muy grave de violencia, sobre todo provocada por los traficantes de droga. Por eso, uno de los momentos en los que los niños más aplaudieron al Papa fue cuando habló de la paz. Les explicó que la paz viene de Dios. Él «quiere que seamos siempre felices. Él nos conoce y nos ama. Si dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, entonces nosotros podremos cambiar el mundo».
El Papa espera que cada niño sea «sembrador y mensajero de esa paz por la que Cristo entregó su vida. El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es siempre instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la alegría, servidor de la unidad. Tengan [a Jesús] siempre como el mejor de sus amigos. Él no se cansará de decirles que amen a todos y hagan el bien».
Con Cristo, nunca solos
También les dijo que «ocupan un lugar muy importante en el corazón del Papa», un mensaje dirigido en especial a los niños que sufren. «Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo». Por eso, pidió que todos protejan a los niños, «para que nunca se apague su sonrisa, puedan vivir en paz y mirar el futuro con confianza». Ante los problemas, incluso si son difíciles, los niños «no están solos. Cuentan con la ayuda de Cristo y de su Iglesia». Pero hace falta «un trato frecuente con Él»: ir los domingos a Misa, ir a catequesis, rezar, estar en algún grupo…
Los niños, en Guanajuato, habían estado esperando al Papa durante horas, cantando y gritando: «¡Queremos que salga el Papa!». Cuando llegó, le saludaron llenos de alegría, coreando —como se hizo mucho esos días— «¡Benedicto, hermano, ya eres mexicano!» e interrumpiendo con sus aplausos, varias veces, sus palabras. Esa alegría se transformó en tristeza cuando el Papa dijo que tenía que irse, y empezaron a gritar: «¡Que se quede!». El Papa les consoló diciéndoles que estarían juntos en la oración, y les pidió que rezaran por él. «Yo rezaré por ustedes».
En su discurso a los niños de México, el Papa hizo alusión a otros niños mexicanos, que la Iglesia ha declarado mártires y beatos, porque murieron por amor a Jesús. Estos niños vivieron muy poco después de que los misioneros llegaran allí, a Tlaxcala. Ya había algunos indios cristianos, y entre ellos muchos niños que habían conocido a Jesús en los colegios de los misioneros. Allí —dijo el Papa—, «descubrieron que no había tesoro más grande que Él. De ellos podemos aprender que no hay edad para amar y servir» a Dios. Uno de estos niños era Cristóbal, que en cuanto se hizo cristiano empezó a enseñar a los criados de su padre, un hombre muy importante. El amor a Dios hacía que no le gustara que en su casa hubiera imágenes de los dioses indígenas, y las rompía. También rompía las tinajas de vino, para que su padre no se emborrachara. Por eso, su propio padre decidió matarle. Antes de morir, le dijo a su padre que estaba muy contento de morir por Jesús. Los otros dos niños eran Antonio y Juan, que se ofrecieron voluntarios para ayudar a los misioneros en otro lugar. Los mataron porque iban por los pueblos cogiendo las imágenes de los ídolos, para que no los adoraran.