Miles de madrileños agradecen al Papa su presencia en la JMJ de Madrid 2011: «Hablad de Cristo sin complejos ni temores» - Alfa y Omega

Miles de madrileños agradecen al Papa su presencia en la JMJ de Madrid 2011: «Hablad de Cristo sin complejos ni temores»

En el Aula Pablo VI hay un contagio generalizado de ilusión, de experiencia cristiana, de alegría sincera de vida cristiana… La JMJ de Madrid ha pasado; el Papa continúa, la Iglesia permanece. El júbilo del corazón de los jóvenes ayuda al Papa a seguir asido, con fuerza, al timón de la barca, que es la Iglesia, contra los vientos de la historia…

José Francisco Serrano Oceja
Jóvenes madrileños durante la audiencia del Papa Benedicto XVI, el lunes 2 de abril, en el Aula Pablo VI, del Vaticano.

El Aula Pablo VI es un manto de arquitectura para la comunicación de masas. De repente, de los tenues tonos de piedra pasamos a un brillo que se palpa, al color, a los colores de un arco iris de juventud inquieta, que quiere pronto, cuanto antes, aclamar al Papa. Es como si de la razón pasáramos a la fe para volver a la inteligencia de la fe que nos trae el Papa. No esperamos a Godot; esperamos a Benedicto XVI, un teólogo en la sede de Pedro, que nos obliga al esfuerzo de la inteligencia. Dicen que para saber qué pasó en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid hay que dejar correr el reloj. Yo prefiero, en esta mañana de Lunes Santo romana, muy romana, estar atento a las palabras del Papa.

Ya se ha cubierto de peregrinos madrileños más de la mitad del Aula Pablo VI, cuatro mil personas, entre jóvenes y mayores, de diversas parroquias, comunidades, colegios, congregaciones. Faltan diez minutos. La archidiócesis de Madrid quiere agradecer al Papa la Jornada Mundial de la Juventud, su visita a España. El cardenal Rouco es un hombre de empeños santos; sabe como pocos manejar los espacios y los tiempos; sabe mantener encendido el fuego de una presencia, la del Papa; sabe cómo hacer que el amor a Pedro, bajo Pedro y con Pedro, se contagie. En el Aula Pablo VI hay un contagio generalizado de ilusión, de experiencia cristiana, de alegría sincera de vida cristiana. La geografía humana de la Iglesia en Madrid es del color verde de las camisas de los voluntarios; es roja y amarilla, de la bandera de España, es del color de la fe y del testimonio que entusiasma. Es del color de modernidad católica que se hizo historia en el siglo XVI, y que ahora, en el XXI, es geometría de cultura. Hoy, el día de la peregrinación, se cumplen siete años del fallecimiento de Juan Pablo II. También está presente Juan Pablo II. No lo olvidamos.

El Aula Pablo VI no tiene nada que ver con la plaza de Colón, Cuatro Vientos, Recoletos, o la Castellana. Sin embargo, se respira sabor español; sabor de alegría y de ilusión; sabor de agradecimiento y de esperanza. La luz cenital sobre el Cristo resucitado del Aula Pablo VI tiene una atracción especial. Desde la tribuna de los periodistas, entre comentarios más o menos afortunados, se palpa a Cristo resucitado, se palpa la luz de Cristo que ilumina al Papa. Una luz natural, la luz de la gracia, para la Iglesia, para el mundo, para la historia. Es la luz de la Pascua. Pero nosotros estamos en Lunes Santo, aunque no lo parezca. Luz de abrazo, esas manos con las que Benedicto XVI, que ahora anda despacio, sin prisa pero sin pausa, por entre las trampas de la Historia, acoge a cada uno de los que le miran, en esta gran sala.

La arquitectura ha dejado paso a la música y a la palabra. El frío de una estética de tiempos pasados se disipó con el calor de los compases de la Orquesta y del Coro de la Jornada Mundial de la Juventud, que acompaña la espera, la expectativa y da forma a la esperanza. El cardenal de Madrid, inquieto, pendiente del último detalle, acogedor, no para de saludar a todos y a cada uno; sus obispos auxiliares, don Fidel, don César y don Juan Antonio, el obispo de Getafe, monseñor Joaquín María López de Andújar, y el obispo responsable de la Juventud de la Conferencia Episcopal, monseñor Munilla, hacen que los segundos eternos de inquietud, a la espera del Papa, se conviertan en improvisada conversación sobre lugares comunes.

Música, maestro

Se hace silencio; el Papa se acerca, comienza la orquesta, se oyen los violines, las trompetas, se abre la puerta y aparece el Papa. Un clamor disciplinado se eleva por encima de las sillas del Aula Pablo VI, los jóvenes quieren recibir, con los brazos abiertos, a su Papa y gritan sin cesar: «Ésta es la Juventud del Papa. Ésta es la juventud del Papa». ¡Qué más dan los números! La fuerza de sus gritos es el peso y la medida de su capacidad de ser misioneros, como luego diría el Papa. La orquesta está entregada al himno de la JMJ que se pierde entre el alborozo de la multitud; pasan unos segundos, Benedicto XVI ya ha abrazado a su audiencia; se sienta, y se hace silencio para que el Aula Pablo VI, al unísono, cante el estribillo de ese himno cristológico, profundo, bello, ignaciano: Gloria siempre a Él, Caminamos en Cristo, Firmes en la fe

Comienza el acto de presentación y el cardenal Rouco pide y recibe orden, silencio. El Papa está alegre y cansado; acaba de venir de un largo viaje en el que ha abierto las puertas de la historia a la libertad y a la verdad, y se le nota que se prepara para una dura Semana Santa. Pero no pierde detalle. El cardenal Rouco hace las presentaciones de rigor. Suena a una confesión de fe, de amor: «Nunca olvidaremos —dice el arzobispo de Madrid— su generosa entrega, llena de afable cercanía de gestos elocuentes de padre y pastor supremo, así como su cálido y profundo magisterio del que continuamente sacamos luz, fuerza y sabiduría». Concluyen sus palabras y aplausos. Hay química entre el cardenal Rouco y su Iglesia, entre los jóvenes y su obispo. El cardenal se acerca al Papa y conversan unos segundos…

Música, maestro. La música que tranquiliza y sosiega el alma. Así el Papa puede tener el respiro necesario para su intervención, para acompañarnos al fondo de la experiencia de la JMJ y para hacer que su palabra sirva, una vez más, de alimento del alma. Comienza su discurso. Imposible, los jóvenes le quieren cerca. Pero, de repente, se hace el silencio. La voz del Papa se mete en el alma, penetra en la entraña de la experiencia cristiana, confirma, alienta, conforta, la tranquila presencia del Papa entusiasma.

La JMJ ha pasado, la Iglesia permanece

Su discurso suena al Magnificat, al Magnificat de la Jornada Mundial de la Juventud y al tedeum de una Iglesia que es joven y está viva. No se olvida de nadie en su saludo; en la primera fila, la alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella; la embajadora de España; la consejera de Educación de la Comunidad, doña Lucía Figar, y su marido, que sabe alemán y latín, don Carlos Aragonés, no dejan de mirar al Papa, de oír al Papa. Benedicto XVI desgrana el Magnificat; invita «a la plaza pública de la Historia»; persuade de que, «en esta aventura, nadie sobra»; viene y va de los recuerdos, a la memoria, y levanta un aplauso cuando dice que seguro que los jóvenes españoles, de Madrid, ya están preparando la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro.

Las palabras del Papa suenan a bálsamo para las heridas en la vida: «Os animo a cargar también vosotros con vuestra cruz, y la cruz del dolor de los pecados del mundo»; suenan a realismo cristiano, a pura verdad, esencial, nítida, más nítida que el agua. «Hablad de su amor y de su bondad con sencillez, sin complejos ni temores. El mismo Cristo os dará fortaleza para ello. Por vuestra parte, escuchadlo y tened un trato frecuente y sincero con Él». No se puede esperar más; no se puede esperar más. Así es el Papa, da siempre lo que ni siquiera nos atrevemos a pedirle. Y lo da todo, con su sencilla y humilde palabra.

Más música, esa música que acerca el camino de la verdad y acaricia y mece el alma. Como la canción de cuna alemana que el Coro y Orquesta regalan a un Papa que, antes de despedirse, después de que le saludara un nutrido grupo de sacerdotes resposables de la Jornada Mundial de la Juventud en las diversas Vicarías de la archidiócesis, no deja de extender las manos, unas manos que acarician.

La JMJ de Madrid ha pasado; el Papa continúa, la Iglesia permanece. El júbilo del corazón de los jóvenes ayuda al Papa a seguir asido, con fuerza, al timón de la barca, que es la Iglesia, desplegadas las velas, contra los vientos de la Historia, firme en la fe, con el rumbo seguro hacia el mañana.