Augusto Ferrer-Dalmau: «Voy a pintar un cuadro sobre los soldados de Dios»
En breve viajará al Atlas para pintar a los misioneros y les donará lo recaudado. Este pintor histórico reivindica el arte como evangelización y propone una actualización del religioso, porque «hay demanda»
Ha participado en el Congreso Católicos y Vida Pública, que reivindica la transmisión de un legado. El del arte, durante siglos, fue la evangelización. ¿Se ha perdido esta dimensión?
No; se sigue aplicando. Por ejemplo, tengo una alumna que quiere dedicarse a pintar hechos religiosos.
Pero en el mercado artístico no vende.
Hay que actualizar el arte religioso. Nos hemos quedado en imágenes arcaicas. Quizá una nueva visión pueda tener un nicho de mercado. Ya no es pintar una Virgen o un Cristo, sino escenas, por ejemplo, del presente. Yo ahora tengo un proyecto con Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo para ir a pintar a una misión en el Atlas que se va a titular Soldados de Dios. Los santos de hoy son los misioneros. Antes de morirme quiero pintarlo para redimir mis pecados, a ver si me deja san Pedro arriba un hueco. Además, haremos una pequeña subasta para recaudar fondos para estos misioneros.
Ha pintado muchos cuadros sobre la gesta española en América, de la que ahora se reniega. Escribía hace poco en una red social que muchos españoles se dejaron la piel. ¿Qué diría a los renegados?
Yo hago una fotografía del pasado. Si lo quieres negar o no lo aceptas, me parece bien, todos tenemos libertad. Pero yo me documento y pinto el resultado. Ahora estoy pintando la batalla de Covadonga y hay quien dice que no existió.
Pintar batallas o soldados es pintar honor, amor a la patria, altos ideales. ¿Hemos perdido estos valores?
Los tenemos dentro, matizados. La gente cree en la verdad, en las tradiciones, en la familia. Llega Navidad y todos somos muy santos. Lo que pasa que quizá el entorno no nos deja abrirnos.
¿España se avergüenza de su historia? O es más bien incultura.
Es desconocimiento absoluto. Nadie se avergüenza de lo que hemos hecho; simplemente no lo saben. En cuanto empiezan a conocerlo se sienten orgullosos, porque lo hicieron sus abuelos.
Una vez usted encuentra su vocación, ¿por qué elige la pintura histórica?
De casualidad. Yo pintaba paisajes, pintura urbana, y, de vez en cuando, caballerías. Pedí a mi galerista hacer una exposición y me buscó la peor fecha de todo el año, pero el segundo día no quedaba ningún cuadro. Era la calle Jorge Juan, y los que pasaban encontraron a todos a caballo y entraban como si fuera un museo. Había una demanda, y no lo sabíamos, lo mismo que con la pintura religiosa. Si ves un cuadro con un misionero que celebra Misa en medio de una explanada de Etiopía dirías: «Qué bonito, lo quiero».
Yo lo querría.
Yo también, pero es que no lo pintan.
Tiene premios como la Gran Cruz de Isabel la Católica o la Gran Cruz al Mérito Militar. ¿Cómo hace eso un pintor?
Es por agradecimiento. Por ejemplo, colaboro mucho con las Fuerzas Armadas, y contribuyo a dar difusión a su labor. Hay que enseñar al público lo que hacen, son los gladiadores del siglo XXI.
Conocido como el pintor de batallas, aunque él prefiere el sobre nombre de pintor de soldados, este barcelonés especializado en pintura histórica ha puesto en marcha la Fundación Arte e Historia Ferrer-Dalmau, ha recibido numerosas distinciones, como la Orden de Isabel la Católica y la Gran Cruz al Mérito Militar, y ha creado un máster en pintura histórica en la Universidad Nebrija. Acaba de ser nombrado doctor honoris causa por la Universidad CEU San Pablo.
Que es también lo que hace usted cuando lleva a sus alumnos del máster a ilustrar las maniobras de la UME.
Así es. Ellos, hoy día, están ahí para todo y yo quiero difundirlo.
Ha estado sobre terreno en Afganistán o Irak, entre otras batallas. Dice que ha visto lecciones de vida y otras cosas que no es capaz de articular.
La lección de vida es las ganas que tiene la gente de vivir y olvidar el dolor. Cosas feas he visto muchas e intento no pensar en ellas, aunque a veces vienen.
¿Va con los soldados, donde van ellos?
Sí. Con misiones españolas es mejor, pero con un país extranjero es más complicado. No son tan sensibles con la gente como los españoles, a quienes quieren todos. Se bajan del camión, dan chucherías a los niños, abrazan a las mujeres…
Cómo sería su cuadro sobre Ucrania.
Me he mantenido al margen, porque tengo amigos en ambos lados, pero sería un cuadro sobre la población civil de un bando y del otro.
Escriben de usted que en sus obras «hace justicia» a determinadas gestas. Como, por ejemplo, a la batalla de Algeciras. ¿Se da cuenta de que influye en la percepción de hechos históricos?
Cuando pinto un cuadro colaboro a que la gente sepa que existió esa batalla. Estoy recordando a los que no pueden contarlo. Es muy triste que haya cientos de miles de hombres y mujeres en España a quienes les tocó pasarlo mal, que lucharon, que sufrieron, y que nos olvidemos de ellos. En la pintura esa memoria también queda reflejada, no únicamente en un libro de historia.
Ahora en los museos se lanzan purés . ¿Qué diría a estos activistas?
No son nadie para destruir el trabajo del otro. Crea tu cuadro y echa la pintura, pero no destruyas el trabajo de personas que han creado belleza, la esencia de la humanidad. O tira la pintura al coche del poderoso que quieres denunciar. Es de una cobardía muy grande atacar a gente que no se puede defender.
¿Cuál es el lugar más peculiar donde hay un cuadro suyo?
En el Museo Central de Moscú. Es un cuadro de ayuda humanitaria a Siria que pinté tras estar en una misión rusa.
Pinta en muchas ocasiones ese delgado equilibro entre la vida y la muerte.
Tengo un cuadro cruel que se llama El precio de la victoria, que es un hospital de campaña en la batalla de Bailén. Están amputando una pierna en quirófano y hay muertos amontonados. Quería decir que la guerra no es solo luchar, que detrás hay un precio.
También pinta escenas de separación.
Me gusta retratar la familia, la despedida de los soldados, porque la gente no piensa en ello. Pinté un cosaco con su hija en medio de la estepa rusa; de esa unidad no sobrevivió ninguno. Las batallas no solo son tiros, detrás hay un sentimiento muy grande.
El 24 Congreso Católicos y Vida Pública, organizado el pasado fin de semana por la Asociación Católica de Propagandistas y la Fundación Universitaria San Pablo CEU con el lema Proponemos la fe. Transmitimos un legado, contó con la participación del archiduque Imre de Habsburgo-Lorena, quien aseguró durante su conferencia que «lo mejor que puede hacer un cristiano hoy en día es ser testigo de la fe y transmitir a la siguiente generación la rica herencia espiritual y cultural que se nos ha dado».
Una palabras que, en boca del archiduque y presidente de la European Fraternity, tienen un valor adicional a la luz de la cantidad de bienes materiales de los que esta familia nobiliaria era poseedora. «Para los Habsburgo, esta cuestión de la transmisión del patrimonio siempre fue clave. Hoy no hay patrimonio material que transmitir, ya que todas nuestras pertenencias fueron confiscadas tras la Primera Guerra Mundial, pero sí hay tradición y principios familiares», afirmó.
Más allá de su propia experiencia, Imre de Hasburgo-Lorena propuso cinco pilares clave que deben conformar el papel de los cristianos en la actualidad: estar arraigados en Cristo, saber de dónde venimos, desarrollar un pensamiento crítico, participar y sostener en una comunidad sólida, y no tener miedo a ser un signo de contradicción ante la corriente dominante. «Tenemos el deber de compartir este tesoro con todos, y a todos los niveles de la sociedad», lo que requiere «mucha valentía y, a veces, heroísmo». Aunque, «afortunadamente, el cristiano siempre está lleno de esperanza y sabe que, al final, el bien prevalecerá», concluyó el archiduque, no sin antes reconocer que «hoy somos testigos de una Europa despojada de su esencia cristiana». Por ello, «es esencial, más que nunca, redescubrir qué es Europa realmente, redescubrir su alma».
Algo similar ha ocurrido en Iberoamérica, donde «no se ha defendido con fuerza suficiente la familia, el matrimonio, el derecho a la vida o la educación». «Nos han arrebatado la educación de nuestros hijos desde el Estado», lamentó el exdiputado chileno y presidente de Political Network for Values, José Antonio Kast.
En este contexto, pidió a los católicos dar un paso al frente y «no excluirnos de ninguna política pública. Tenemos mucho que aportar desde nuestra fe». De hecho, las ideas que se desgranan de ella, las cuales hay que defender «sin miedo y sin complejos», «son las que permitirán construir una América Latina en paz y libertad».
El 24 Congreso Católicos y Vida Pública también contó con la participación del director del Centro B. Kenneth Simon de Estudios Estadounidenses de la Heritage Foundation, Richard Reinsch, quien calificó como «comunidad decente» aquella cuyos rasgos esenciales son «el perdón, la humildad y el compromiso». Sin embargo, bajo la cultura actual «no serán posibles», advirtió Reinsch, porque «quienes los sugieran serán acusados de racismo».