29 de noviembre: san Francisco Antonio Fasani, el fraile que abrió los cielos para que bajara la lluvia
Curó las rodillas al Papa con la misma naturalidad con la que atendía un comedor de pobres o practicaba un exorcismo a una mujer poseída. Decían que quien quisiera ver cómo era san Francisco cuando vivía fuera a ver a Fasani
«Quien quiera ver cómo era san Francisco cuando vivía, que venga a Lucera a ver al Padre Maestro», se decía en la ciudad donde nació y donde vivió los últimos 35 años de su vida san Francisco Antonio Fasani. Si al de Asís se le llamaba popularmente alter Christus —el otro Cristo—, al de Lucera se le podía haber llamado sin problema alter Franciscus.
Nacido en esta pequeña ciudad de la Apulia italiana el 6 de agosto de 1681, sus vecinos contaban que, con su llegada, el hogar familiar de pronto se vio iluminado por una luz inusual. En casa se rezaba el rosario todas las tardes ante una imagen de la Inmaculada, una muestra de que este dogma —que siglos más tarde declaró el Papa Pío IX— ya estaba bien arraigado en la piedad popular.
Recibió sus primeros estudios de manos de los franciscanos, y con ellos entró como novicio en 1695. Se formó en Asís y fue ordenado sacerdote en la ciudad natal de san Francisco el 19 de septiembre de 1705, celebrando su primera Misa al día siguiente sobre la tumba del fundador. Fue en Asís donde prosiguió sus estudios hasta obtener el título de maestro de la orden, adquiriendo de esta manera y para siempre el sobrenombre de Padre Maestro.
En 1707 volvió a Lucera para ingresar definitivamente en el convento de frailes de su ciudad natal, que ya no abandonó hasta su muerte. Nada más llegar pidió una lista de todos los pobres de la zona, a los que dedicó después su vida. Se cuenta que el obispo de Lucera, al recibirle y ver su aspecto imberbe y juvenil, le negó las licencias necesarias para poder confesar a los fieles, pero al poco tiempo cayó preso de una rara enfermedad y llamó al futuro santo para que le curara con sus oraciones. Así fue, y el obispo, agradecido, no pudo hacer otra cosa que darle el permiso que anteriormente le había negado.
En Lucera promovió la creación de un comedor para los más desfavorecidos de la ciudad, y para financiarlo acudía a menudo a las familias ricas de la región. En una ocasión en la que la zona atravesaba una grave sequía, el duque Oracio Zunica le dijo que no le iba a dar ninguna limosna para su obra social a no ser que rezara para que lloviera. Fasani pasó esa noche en vela ante el sagrario en su querida capilla del convento, hasta que en medio de su oración empezó a llover y ya no paró hasta pasados unos días.
En el convento era habitual verlo volver de sus rondas por la ciudad sin su ropa de abrigo, que regalaba a los pobres que se encontraba por el camino. También impulsó lo que sería el origen de muchas campañas solidarias de Navidad de nuestros días: la costumbre de recoger y repartir regalos para los más desfavorecidos.
En la zona había personas poseídas cuyos demonios solo salían con la intercesión del santo, y su labor con los presos era tan notoria que le llamaban «el fraile de la horca», porque acompañaba a los condenados a muerte hasta el último suspiro, tal como años más tarde haría en Turín san José Cafasso.
Acusado de abusos
Era inevitable que una labor tan fructífera y tan llamativa acabara suscitando envidias en corazones menos generosos. El santo lo padeció una vez que vertieron contra él acusaciones falsas de abuso hacia una joven huérfana. Su fama de santidad era ya tan grande que el mismo Papa Clemente XII le llamó a Roma para preguntar personalmente por esos rumores. Ante el Pontífice, el santo escuchó las acusaciones sin defenderse hasta que, al despedirse, impuso las manos sobre las rodillas del Papa, desgastadas por el dolor tras muchos años de gota, y sanaron inmediatamente. El Santo Padre se convenció así de la santidad y la inocencia del fraile italiano y lo dejó marchar, muy agradecido por su intercesión.
En noviembre de 1742 le llamaron para asistir a un moribundo en sus últimos momentos de vida. Hacía frío y viento, y al volver a su celda se acostó con fiebre. Los días siguientes tuvo un desmayo y, como no mejoraba, llamaron al médico. Cuando este le anunció que su vida llegaba al fin, él sonrió y le agradeció la buena noticia que le acababa de dar. Murió una semana después, mientras toda Lucera gritaba por las calles: «¡Ha muerto el santo!».
Hoy, los restos incorruptos de san Francisco Antonio Fasani se conservan cubiertos de cera en una urna en la basílica que lleva su nombre en su ciudad natal, desde donde, durante siglos, ha seguido realizando los milagros y curaciones que ya hacía en vida.
Cuando le canonizó en 1986 Juan Pablo II, el Papa polaco destacó de él que «ideó ingeniosas iniciativas, solicitando la cooperación de las clases más ricas, para crear formas de asistencia concretas y generalizadas, que parecían adelantadas a los tiempos y un preludio de las formas modernas de asistencia social».
- 1681: Nace en Lucera
- 1705: Es ordenado sacerdote en Asís
- 1707: Vuelve a Lucera para siempre
- 1734: Acude a Roma y cura las rodillas del Papa Clemente XII
- 1742: Muere en su convento
- 1986: Es canonizado por Juan Pablo II