«En Cuba estamos viviendo un éxodo sin precedentes»
Un cartón de huevos ha pasado a costar lo mismo que la pensión de una jubilada. La mala gestión del huracán Ian provocó nuevas protestas, pero para muchos la única salida es emigrar
«¡El Señor ha estado grande!», exclaman las carmelitas descalzas de Cuba. El lunes pasado pudieron volver a fabricar hostias para toda la isla. A comienzos de mes, ya no les quedaba ninguna para vender ni harina para trabajar. La materia prima les había faltado más veces, pero nunca llegaron a agotarse incluso las formas. En conversación con Alfa y Omega, explican que «el Gobierno nos manda cada tres meses una asignación de harina». También les envían harina, desde España, el Opus Dei; y, desde Estados Unidos, cubanos emigrados y la televisión EWTN. Pero hace ocho meses la del Gobierno, el grueso de toda la que emplean, no llegaba.
Tiraron de reservas, y de hostias que les enviaron sus hermanas desde Miami. Hace dos meses, el cardenal arzobispo de La Habana «nos consiguió unos saquitos que nos resolvieron un mes». Incluso «gente de aquí venía con sus dos libritas [un kilo escaso, N. d. R.] como la viuda del Evangelio». Pero todo se fue agotando, y justo antes de empezar sus ejercicios espirituales ya no había hostias para vender. Providencialmente, durante el retiro recibieron una aportación extraordinaria de harina del Opus Dei y «también la del Gobierno».
«No nos vamos por mi madre»
La crisis que vive el país es muy anterior a los graves daños que el 27 de septiembre causó el huracán Ian en el oeste de la isla. Se viene agravando desde 2019. Y está generando, asegura el activista Leandro Hernández desde La Habana, «un éxodo sin precedentes». De octubre de 2021 a septiembre, 220.000 cubanos entraron en Estados Unidos desde México, «sin contar los que se echaron al mar o han ido a otros países». Otras emigraciones masivas, como la de 1980 o 1994, llevaron a Estados Unidos a 125.000 y 30.000 personas respectivamente.
«De mi familia y la de mi esposa se están yendo» varios, coincide el sociólogo Ángel Marcelo, colaborador sobre el terreno del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH). «Nosotros no lo hacemos por mi madre». El problema de fondo de la lastimosa situación económica de Cuba, apunta, es que «la mayoría de tierras se encuentran sin uso» y el país depende cada vez más de las importaciones.
Pero en el contexto de inflación internacional, los bienes que entran van siendo menos. También se han reducido las aportaciones de la ONU. La reforma del sistema de cambio monetario en 2021 solo empeoró las cosas. Para conseguir divisas extranjeras —de turistas y de las remesas—, se estableció una moneda libremente convertible (MLC) virtual equivalente al dólar. El Gobierno deriva los cada vez más escasos productos a las tiendas que venden en ella, donde buena parte de la población no puede comprar y se venden por el triple de su coste. Hasta «han trasladado allí mucho de lo que quedaba» en los demás comercios. Los salarios se han multiplicado por diez, pero de poco sirve si «un cartón de huevos ha pasado de 600 a 1.500 pesos», lo que cobra de pensión la madre de Marcelo. A la que, por cierto, le amputaron la pierna este año. «Tuve que pagar informalmente la cama, los medicamentos y hasta al médico». Según datos de su entidad, más del 72 % de los cubanos vive por debajo del umbral de la pobreza.
En esta precaria situación golpeó Ian. Cáritas ha estimado que un millón de personas necesita ayuda en Pinar del Río o Artemisa, y más de 100.000 viviendas fueron dañadas. La recuperación parece inalcanzable. «Reconstruir el techo de una casa sale como a 100.000 pesos», apunta Yahima Díaz, activista prodemocracia de Pinar del Río. Incluso la subsistencia es difícil. «El Gobierno solo ha entregado ayudas mínimas» de aceite, arroz y guisantes.
Cáritas ya ha enviado desde Guatemala tres vuelos con 250 kits de alimentos, y otros tantos de higiene y con lonas, financiados desde Estados Unidos y comprados en Centroamérica. Pronto llegará otro desde Colombia, con bienes comprados a cargo de una bolsa común financiada entre otras Cáritas nacionales por la española, con 50.000 euros. «Preferimos enviar el dinero al país» afectado y que se compren allí los productos, reconoce Paula Hernández, responsable de este país en el departamento de Cooperación Internacional de Cáritas Española. Hay menos trabas burocráticas, todo llega antes y se estimula la economía local. Pero «debido a la falta de bienes, en Cuba no era una opción».
Cinco días sin luz
Hasta les resulta complicado comunicarse con sus compañeros por los cortes eléctricos. En La Habana hay apagones programados de cuatro a seis horas diarias. El sociólogo del OCDH explica que son frecuentes las roturas en las centrales termoeléctricas, «que llevan más de 40 años sin apenas reparaciones». El sistema está obsoleto, y no produce la energía necesaria. A ello se sumaron, durante el huracán, malas decisiones como la de «apagar todas las centrales» por una supuesta sobrecarga cuando se desconectó la región de Pinar del Río del tendido. El sistema no estaba preparado para el apagón, y «luego no lograban encenderlas». «Por mi casa no pasó Ian, y estuvimos cinco días sin luz».
«La gente perdió la poca comida que había conseguido» y que tenían en las neveras, y fue la gota que —una vez más— colmó el vaso, relata Hernández. El 30 de septiembre, se produjo un nuevo estallido social. El detonante fue el apagón, pero «en las protestas se escuchó claramente a la gente pidiendo libertad». Algunos lo han comparado con lo ocurrido el 11 de julio de 2021. El Observatorio Cubano de Conflictos (OCC), con sede en Miami, contabilizó en octubre 589 protestas, más que las ocurridas entonces. Pero desde el OCDH, Marcelo lo matiza. Asegura que el comienzo en La Habana pudo ser similar, pero que ahora las protestas están más aisladas y no son tan representativas. Eso sí, desde el verano de 2021 «ya todo el mundo habla en contra del Gobierno». Pero hay menos actos organizados, asegura Hernández, por el aumento de la represión. En diciembre entrará en vigor una reforma del Código Penal «contra toda disidencia». Pero muchos seguirán protestando con los pies.