«Desde siempre, mi corazón ha anhelado algo que no puedo nombrar». Es el título del último capítulo de una serie, Euphoria, que a pocos deja indiferente. Escandalosa, dura, por momentos desesperanzadora… pero que dibuja una hipótesis que va más allá: eso que anhelan los personajes, y que buscan en tantos sucedáneos, sí existe. Aunque no lo sepan nombrar.
Hace más de un siglo, Chesterton se pronunciaba en Ortodoxia sobre las batallas ideológicas de su tiempo: «Piensan que difieren en la solución que aportan al mundo; pero donde realmente difieren es en el diagnóstico del problema, en la pregunta originaria». Un siglo después seguimos viviendo en un mundo muy ideologizado. Pero se da la paradoja de que el vehículo cultural mayoritario hoy empieza a hacerse las preguntas adecuadas.
Sí, la ideología sigue muy presente en el ámbito cultural; siempre lo estará. Lo que está cambiando es la difuminación de los sesgos ideológicos en las mejores producciones actuales. Cuando se abandona la pretensión de adoctrinar, en favor de la creación artística, de la transmisión de una historia, tenemos maravillas como la mencionada Euphoria, Todas las criaturas grandes y pequeñas, Station Eleven y tantas otras producciones interesantísimas que se atreven a plantear las preguntas clave sobre el hombre, sobre nuestro destino, sobre lo que de verdad nos constituye.
Una prueba de este fenómeno está en la reciente crisis de Netflix, inundada de producciones surgidas de una churrera ideológica, con el mismo tipo de personajes, el mismo tipo de mensajes, como podrían ser ecos del mismo sermón, repetidos ad nauseam sin un verdadero interés por el arte o la historia. Al final, no dejan de ser muestras de que el corazón del hombre está bien hecho. Y de que, desde siempre, nos refugiamos en la ficción… para vivir más intensamente la realidad, como recordaba Isidro Catela en una mesa en el reciente EncuentroMadrid. Es ciertamente una paradoja chestertoniana, pero que todos hemos experimentado. La buena ficción nos habla de nosotros mismos mejor que cualquier discurso o tratado de sociología, da palabras e imágenes a aquello que no sabemos nombrar.
El séptimo arte hoy evoluciona, fundamentalmente, en la pequeña pantalla. También en el plano más profundo, invitándonos a un diálogo y a una implicación creativa que debería interpelarnos a los católicos. Nada humano debería resultarnos ajeno, y menos el medio de creación cultural mayoritario. Como mínimo para entrar en diálogo con aquello que nos une: la pregunta originaria.