«¿Quieres monjitas que te cocinen y te laven la ropa?»
Un estudio hecho por religiosas en Iberoamérica revela que los abusos son una dinámica frecuente en los conventos. Si la Iglesia «sigue fallando a las mujeres no tendrá futuro», asegura su coordinadora
El Vaticano rompió el tabú sobre los abusos a las monjas con un valiente reportaje publicado en enero del 2020 en Donne, Chiesa, Mondo, el suplemento mensual femenino del diario L’Osservatore Romano. El movimiento del #MeToo irrumpió en la Iglesia decidido a destronar el miedo y el silencio. Este látigo contra la misoginia eclesial, considerado incómodo y hasta subversivo para muchos, pretende reconquistar la dignidad de las mujeres en la milenaria institución que ha estado siempre dominada por el género masculino. Una reciente investigación sobre los abusos a las religiosas en Iberoamérica ha vuelto a encender las alarmas: ni es un problema del pasado ni algo remoto.
Los resultados están en el libro Vulnerabilidad, abusos y cuidado en la vida religiosa femenina, editado por la coordinadora de la comisión dedicada al cuidado y protección de menores y personas vulnerables de la CLAR (Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos), María Rosaura González Casas. Los datos de la encuesta a la que respondieron 1.417 monjas de 23 países de Iberoamérica son escalofriantes. Un 19,8 % de religiosas de esa región afirma haber sufrido abusos sexuales, y más de la mitad asegura haber experimentado algún tipo de abuso de poder por parte de sus superioras, sacerdotes, formadoras u obispos. El estudio de la CLAR, una institución de derecho pontificio a la que están asociadas religiosas de 28 países, también evidencia que el 14,3 % de las religiosas dice haber sido acosadas por un sacerdote; un 9,7 %, por laicos, y un 8 %, por otras religiosas.
Para González Casas —que instituyó el diploma en español de Protección de Menores en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma— las estructuras «jerárquicas» de la Iglesia y la «cultura clerical» son gran parte del problema. «Hemos visto en la historia de la Iglesia mujeres que han brillado porque eran muy dotadas, pero, en general, esto no ha sido así. En muchas ocasiones hemos sido consideradas como fuerza de trabajo, personas de segunda clase que no están preparadas para decir una palabra», asegura.
Por ello, apunta a la falta de acceso a los estudios superiores de las consagradas como uno de los obstáculos: «Hay muchas instituciones que dan becas de estudios a los clérigos, pero ¿cuántas se las dan a mujeres? Si no preparamos a nuestras monjas, sino les damos un espacio donde realizarse, entonces qué quieres, ¿monjitas que te cocinen, te laven la ropa, y no sean una igual con quien puedas hablar?». Para la monja teresiana es también una cuestión de justicia: «Las religiosas pagan para sostener la Iglesia. Pero, en cambio, ¿cuánto dinero se emplea en ellas? Esta es otra de las cosas que me parece que tienen que cambiar».
Una formación adecuada es clave para que una víctima pueda identificar cualquier forma de abuso: «Muchas solo se dan cuenta años después, cuando se sienten cada vez más deprimidas y no saben por qué». Con todo, asegura que las conductas de abuso de poder se han normalizado también fuera del ámbito eclesial. «Pasa cada vez que se usa la autoridad para el beneficio propio. ¿Cuántos gobiernos actúan a golpe de abuso de poder?», se pregunta. Si bien deja claro que es una realidad «doblemente escandalosa» en la Iglesia, porque la autoridad debe ser entendida como servicio.
La consagrada mexicana constata que, «a nivel de cultura eclesial y clerical, son muchos los contextos donde las religiosas son despreciadas», lo que considera «una vergüenza». De hecho, no le sorprende que los datos del Anuario estadístico de la Iglesia relativos a 2020 confirmen la tendencia decreciente de las vocaciones religiosas femeninas. Según este informe, las mujeres consagradas redujeron su presencia hasta las 619.546 en todo el mundo, 10.553 menos que el año anterior. «Nadie puede ver atractiva la vida de una mujer sometida a una obediencia ciega y sin formación», incide. Su certero análisis ve difícil la supervivencia de la Iglesia en las condiciones actuales: «Si se sigue fallando a las mujeres, no tendremos futuro».
En definitiva, el libro quiere ser instrumento pedagógico de «mujeres que hablan a mujeres», para que las congregaciones femeninas enfrenten esta lacra. «Nadie externo tiene que venir a la Iglesia a decirnos lo que va mal», recalca, para enfatizar que debe ser la propia institución la más interesada en cambiar.
Al final hay cinco testimonios desgarradores. Todos anónimos, como el de una monja que entró con 19 años a la vida consagrada y que fue abusada sexualmente por su sacerdote confesor. «Tomaba mi mano y la ponía en sus genitales. Tocaba mis pechos […]. Quería salir de ahí, pero me era imposible hablarlo con nadie», relata. Otro es el de una superiora que denunció ante la Santa Sede los abusos que una monja de su convento cometía contra otra. Una experiencia que describe como «dolorosa», pero «sanadora».
CLAR
Editorial Claretiana
2022
288
7,99 € e-book