¿Cómo mantenerse sin cruzar esa fina línea entre mostrar una realidad que provoque pena o ser objetivo simplemente? ¿Cómo uno puede ser compasivo y no columpiarse alguna vez en el paternalismo? ¿Cómo no recurrir a la poesía, aferrarse a la pequeña belleza, cuando el horror gana la partida?
Perdonadme si hoy traspaso estas barreras. No sé hacerlo mejor. Hay momentos en los que el alma toma una densidad que le impide ser liviana como acostumbra, y hace que todo tome una tonalidad gris.
«Reza para que llegue más comida». Eso me decía una de mis amigas, una persona que suele estar de buen humor y me ayuda a menudo a ver la realidad con mayor esperanza. Una mujer de fe y compromiso. Pero a este punto hemos llegado. Ojalá estuviéramos pensando cómo «pescar» juntos, que dice el básico de la cooperación. Pero ahora es tiempo de intentar que los estómagos dejen de rugir.
Sí, la situación es grave. Muchos menores encontraban en la escuela su única comida diaria, gracias al Programa Mundial de Alimentos, pero los colegios no han vuelto a abrir desde julio. A lo que se añade la escasez general de comida por la crisis de la gasolina generada por las bandas armadas. Y no hablemos de los precios desorbitados para familias que no tienen ningún ingreso.
En este contexto entiendes que la buena noticia hoy sea la imagen de esta mujer llevando una cesta con algo de comida que ha conseguido para su familia. Tiene tres hijos. El más pequeño, de 4 meses, llora de hambre a pesar de ser lactante y «tener la comida asegurada». Probablemente poco recibirá de la leche de una madre que no tiene apenas para llevarse a la boca. Para ella, hoy, ha sucedido un milagro.
«Reza para que llegue más comida», para mí es la traducción de: «Señor, toca los corazones de quienes, en sus despachos, deciden las vidas de tantos millones de personas que viven en situaciones tan difíciles. Aquí, y en otros tantos rincones de nuestro mundo».