La vid y los sarmientos
Quinto domingo de Pascua / Evangelio: Juan 15, 1-8
Los profetas habían comparado al pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, con una viña plantada por el Señor y cuidada con amor y esmero. Cristo va más allá y explica la relación fundamental en la vida de esta viña proclamando: «Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos». Con esta metáfora, expresa la realidad de la unidad profunda con Él como fuente de vida; una unidad que nace de Cristo y que se comunica dando vida y cohesión a los discípulos. La novedad principal radica en que Él es esa vid verdadera que engloba también a la comunidad de creyentes. Él es la vida y la razón de la comunidad, y ésta fructifica sólo con Él y por Él. Cristo se define como la vid verdadera, e insiste reiteradamente en la importancia de permanecer en Él.
Permanecer en Cristo significa mantenerse en comunión vital con Él y significa permanecer también en la Iglesia. Unión con Cristo, unión con los hermanos, y dar un fruto abundante, el que Dios quiere para cada uno. Por el Bautismo, hemos sido injertados en Cristo, la vid verdadera y la fuente de la vida. Pero es preciso mantener y crecer en esa comunión de vida a través de la oración, de la escucha de la Palabra, especialmente participando en la Eucaristía. Es preciso asimismo recomponer esa unión en el sacramento de la Reconciliación cuando se ha roto. Porque, como Él mismo dice, «separados de Mí, no podéis hacer nada».
Al sarmiento que da fruto, el Padre lo poda para que dé más fruto. La poda parece a primera vista dolor, renuncia, pero no es algo negativo, al contrario, es positivo y, además, se convierte en algo absolutamente necesario para la vida. La poda es una operación que consiste en cortar las ramas muertas, enfermas y superfluas del árbol con la finalidad de que adquiera una forma más bella y, sobre todo, para que renazca la vida en él, para que pueda dar un fruto más abundante. En el árbol de la vida de cada uno será preciso cortar de raíz con el pecado, con las imperfecciones, con las manías personales, con la pérdida de tiempo y energías en tonterías que no conducen a nada.
La finalidad de la poda no es hacer daño al árbol, sino que renazca la vida. En el caso de nuestra poda, sirve para propiciar una mayor unión con Cristo y los hermanos, y en consecuencia, para que demos un fruto más abundante a través del crecimiento en la vida de fe y del compromiso cristiano firme en la Iglesia y en el mundo. Llevado a cabo con alegría, con paz, con serenidad, con entrega generosa. Sería una lástima que nuestra vida pase sin pena ni gloria, sumida en la mediocridad y en el egoísmo estéril. Porque la voluntad del Señor es que demos un fruto abundante y duradero.
En aquel momento dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí, lo arranca, y a todo el que da fruto, lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que déis fruto abundante; así seréis discípulos míos».