Los 99 justos - Alfa y Omega

Los 99 justos

Jueves de la 31ª semana del tiempo ordinario / Lucas 15, 1-10

Carlos Pérez Laporta
La oveja perdida. Jan van’t Hoff. Foto Gospel Images.

Evangelio: Lucas 15, 1-10

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola:

«Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:

“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

O ¿que mujer tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:

“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.

Os digo que la misma alegría habrá tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Comentario

«Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo», dice Lucas. Solo los pecadores nos acercamos a Jesús. El que no peca puede murmurar desde lejos y opinar en la distancia, porque se escuda en sus seguridades. Así, lejos de Jesús el pecado casi deja de existir. Los pecados no son acciones abstractas, exigen un pecador, alguien que tome conciencia de su miseria ante Dios. Sin esa conciencia no solemos tener pecados, sino pequeñas faltas o debilidades que con mucha facilidad disculpamos y disimulamos. El pecado exige de hombres capaces de asumir su culpa; ser un pecador exige una gran valentía. Para ello uno debe deshacerse de todas sus seguridades y de todas nuestras defensas, como dice san Pablo, «todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor». Toda ganancia y seguridad es pérdida porque nos impide acercarnos a Cristo. Es la indefensión del pecador la que le invita a acercarse a Cristo y conocerle, hacer de Él su defensor, su única defensa. Por eso, «habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no necesitan convertirse». Porque solo el pecador se ha acercado a Cristo, y la alegría del cielo es el eco del gozo que el Señor tiene en su corazón cuando nos acercamos a Él. La alegría de Cristo cuando nos acercamos los pecadores resuena en el cielo. Pero los 99 que no necesitan convertirse nunca quisieron acercarse, y privaron a Jesús de la alegría de ese encuentro.