No se puede tratar igual a todos los difuntos
El Ritual de Exequias incorpora fórmulas para la oración en casos límite
Una de las obras de misericordia es rezar por las personas fallecidas. Se hace especialmente evidente en estas fechas, en torno al 2 de noviembre, con la conmemoración de los fieles difuntos. También lo es en el momento inmediato a la muerte de un ser querido, cuando las familias se acercan a la Iglesia. «Las exequias son el rito más pastoral que existe, pues toca a las personas en un momento especialmente delicado. La fe tiene una importancia enorme». Quien afirma esto es Ramón Navarro, director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia, que acaba de dedicar su encuentro anual a este asunto.
Y como la asamblea que se reúne para despedir a un ser querido no es la misma que la que acude a la Eucaristía dominical —puede haber no practicantes—, las exequias, «sin instrumentalizarlas», son «un buen momento para anunciar el misterio de Cristo muerto y resucitado, que es el centro del anuncio cristiano». «Mostrar esta esperanza puede ayudar en la evangelización, sin perder de vista lo fundamental, los difuntos», añade. Junto a esto es importante el acompañamiento, que las familias «encuentren la cercanía y el cariño de la Iglesia».
Durante las jornadas se han abordado una serie de problemáticas en torno a esta celebración, una de ellas relacionada con las exequias en casos límite. De hecho, el nuevo Ritual de Exequias —a la espera de recibir el visto bueno de la Santa Sede— incluye más de una docena de celebraciones para situaciones no ordinarias como una muerte repentina, un suicidio, un accidente… «Como cualquier otra celebración, las exequias deben ser preparadas teniendo en cuenta a los destinatarios. No se puede hacer una celebración estándar. La muerte de una persona de mediana edad por un infarto no puede ser tratada de la misma manera que la de una persona de 80 años», añade Navarro en conversación con Alfa y Omega. Lo mismo sucede con los niños y, de forma específica, con aquellos que no han alcanzado un discernimiento moral, que se establece en torno a los 7 años. «En este caso, el niño está en el cielo. No necesita de nuestra oración, pero sí tenemos que dar una palabra de consuelo a los padres, que están destrozados», añade. También habrá que adaptarse a los casos de personas no practicantes, pero cuya familia se acerca a la Iglesia: «No se hará una referencia a la fe de la persona, sino a la petición de los familiares».
Otra problemática en torno a este rito tiene que ver con la cremación: la Iglesia no la prohíbe, aunque prefiere la inhumación. De hecho, incluye una fórmula de oración específica para estos casos. Las exequias presididas por laicos y diáconos —es una realidad en algunas partes de nuestro país— y las celebraciones en tanatorios son otras de las cuestiones que preocupan en la Conferencia Episcopal Española.