Ministerio apostólico: servir, no ser servidos
En entrevista a Javier Alonso Sandoica, para COPE, nuestro cardenal arzobispo, don Antonio María Rouco Varela, ha manifestado, esta semana:
Tenemos 22 nuevos diáconos para la diócesis de Madrid, los primeros para la Misión Madrid.
Es un curso muy bueno; son un grupo de jóvenes excelentes. Con su ordenación como diáconos, han entrado en la vía del ministerio y del servicio apostólico. El sacramento del Orden es como el sacramento de la sucesión apostólica: el mandato del Señor a los suyos, a los apóstoles, a los discípulos más íntimos, a los Doce, continúa en la Iglesia, a través de sus sucesores, según también una tradición que se remonta a los primeros tiempos apostólicos. Se ordena también a ministros de rango subordinado; en primer lugar, los presbíteros, y luego los diáconos. Por ahí se empieza, y es el comienzo del camino de lo que va a ser el servicio ministerial, apostólico, pastoral, muy relacionado con la gran experiencia de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, y Buen Pastor. Este primer momento del diaconado muestra que el Señor te ha llamado; el Sí del diaconado es el Sí ya total de la vida; incluye el celibato, incluye la donación de todo el ser, no sólo aspectos parciales de sus cualidades. Es un Sí del ser completo. Es un día muy importante para los que se ordenan, un día muy importante para la Iglesia, en este caso y, en primer lugar, para la Iglesia en Madrid, y luego para toda la Iglesia universal.
Son veintidós nuevos jóvenes que han dado el Sí a Cristo de una forma plena y total, de una forma entregada para servirle en el ministerio apostólico. A través de este primer escalón, el diaconado, se define lo que es el ministerio apostólico: servicio. Es lo de venir a servir y no a ser servido. Lo mismo sucede con aquellos a quienes se confía el mandato, el encargo apostólico y la gracia del sacerdocio: del presbiterado y del episcopado. Lo que se les encarga es hacer vivo el servicio del Señor al hombre para su salvación. Entonces, diaconado es servicio, sobre todo en relación con el otro, con la Iglesia, también por supuesto con el Señor, lo que significa ser un cristiano que ha recibido el sacramento del Orden para que su vida sea una vida fecunda desde el punto de vista de la misión de la Iglesia y del servicio al Señor.
También hemos conocido la Memoria de actividades del ejercicio 2010, que ha hecho pública la Conferencia Episcopal Española. Una de las conclusiones más importantes es que la sociedad española no está en absoluto desinteresada de la fe católica, y que la Iglesia en España es una Iglesia viva.
Es una Iglesia viva y diaconal. Hay que subrayar mucho el carácter de servicio como característico de todo lo que la Iglesia hace por el hombre; no sólo lo que hacen sus sacerdotes, obispos, diáconos, consagrados y consagradas, y seglares con vocación apostólica, sino lo que hace toda ella. Es un servicio al hombre en orden a la salvación. Eso se ha puesto de manifiesto muy a fondo y muy bien por la Vicesecretaría de Asuntos económicos, de la Conferencia Episcopal Española. El servicio que presta la Iglesia al hombre lo realiza en lo más profundo y lo más decisivo de su existencia, que es su alma, el fondo espiritual de su vida como sujeto y destinatario de la vida eterna; y que le hace también frágil por la historia del pecado desde el principio de la historia humana, ante las acechanzas de los enemigos de Dios, que el Catecismo identifica: el demonio, el mundo y la carne, los grandes enemigos que están al acecho para que el hombre no camine bien por la vida.
El servicio de la Iglesia al hombre es también un servicio exterior, más relacionado con la dimensión histórica, corporal y física de la vida, que se refleja y manifiesta, sobre todo, en el servicio a los pobres. Pero la caridad de Cristo llega al pobre del alma y al pobre del cuerpo, al hombre pobre y al hombre indigente, sea cual sea el grado de su indigencia.
La memoria de nuestra vicesecretaría de la Conferencia Episcopal Española pone de manifiesto, efectivamente, que la Iglesia en España sirve a la sociedad, y lo hace no sólo desde el punto de vista pragmático y utilitarista, sino que ofrece además una cooperación para que las personas y la sociedad española caminen por el camino de la vida, y por lo tanto también del amor, de la justicia y la solidaridad, y lo hace de una forma extraordinariamente viva.
Es decir, que la Iglesia haya asistido en sus necesidades básicas a más de 4.100.000 personas es porque tiene una definición del hombre profunda y que abarca la dimensión espiritual del ser humano.
El hombre ha sido creado a imagen de Dios y ha sido redimido por Cristo; tiene vocación de hijo de Dios, y hay que ver a los otros como hijos de Dios, con una dimensión de entrega completa y total al bien de la persona. Cuando eso es así, cuando la Iglesia lo vive y realiza en clave de cualidad y en clave de cantidad, los efectos son extraordinariamente beneficiosos también para la sociedad. En estos momentos, en estos años, en este tiempo de crisis, se nota quizá más que en otros momentos y, naturalmente, de un modo que resulta decisivo para salir históricamente de lo que se llama ahora la crisis, la crisis económica, financiera, la crisis cultural y la crisis moral y espiritual, de primer orden, que vivimos.