Edificamos sepulcros - Alfa y Omega

Edificamos sepulcros

Jueves de la 28ª semana del tiempo ordinario / Lucas 11, 47-54

Carlos Pérez Laporta
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Lucas 11, 47-54

En aquel tiempo, dijo el Señor:

«¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres!

Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis mausoleos.

Por eso dijo la Sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán»; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario.

Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación.

¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!».

Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca.

Comentario

Al escuchar este Evangelio quizá pensemos que no tienen nada que ver con nosotros aquellos judíos que mataban a los profetas cuando estos reclamaban la justicia de Dios. Por lo mismo, quizá pensemos que también nos quedan demasiado lejos aquellos fariseos y maestros de la ley a los que Jesús recrimina tan duramente. Pero el Evangelio se dirige directamente a nosotros. Es a nosotros que se dirige la voz de Jesús, es a nuestra generación que reclama la sangre de los profetas. Porque esa sangre corrió por nosotros. Ellos predicaron para nuestra conversión.

Nosotros, cada vez que escuchamos sus palabras con respeto y veneración en la Eucaristía somos como aquella generación de judíos que les construyen monumentos: si no nos convertimos con su Palabra edificamos sepulcros, hacemos de ellos un monumento funerario sin vida. Lo mismo ocurre cuando escuchamos su Palabra y reducimos su voz a ideas que creemos ya saber, que pensamos que dominamos: no somos muy distintos de aquellos maestros de la ley que se apoderan de la llave del saber, que no entran ni dejan entrar. La voz de Dios nos habla hoy y nos reclama hoy la conversión profunda de nuestro corazón, ojalá escuchemos hoy su voz.