Monseñor Maury, nuncio en Kazajistán: «Las grandes religiones deben fomentar lo que comparten» - Alfa y Omega

Monseñor Maury, nuncio en Kazajistán: «Las grandes religiones deben fomentar lo que comparten»

Monseñor Miguel Maury, nuncio en Kazajistán, analiza la situación de los católicos en aquel país, tras participar en el IV Congreso Mundial de Líderes de las Religiones Tradicionales, celebrado en Astaná. El arzobispo español acompañó al cardenal Giovanni Lajolo, ex responsable de las Relaciones Internacionales del Vaticano

Colaborador
Monseñor Maury, durante una visita pastoral.

¿Cuál es la situación de la Iglesia en Kazajistán?
Los católicos son una pequeña minoría en un país exsoviético de tradición islámica. Pero así, sin más, la respuesta podría resultar inexacta. Kazajistán es un país inmenso, con una superficie igual a la de todos los países de la Unión Europea, aunque con una población de unos quince millones de habitantes. Los católicos, en el momento de la independencia, en 1991, eran unos 380.000. Hoy quedan sólo unos 140.000, descendientes en buena parte de los deportados en tiempos de Stalin. La mayoría de los alemanes y no pocos polacos regresaron a su patria tras la independencia. Los hay también procedentes de otras repúblicas soviéticas (Lituania, Bielorrusia, Ucrania…), o de la inmigración coreana. Todos ellos se sienten ciudadanos de Kazajistán de pleno derecho, aunque la etnia dominante en el país, la kazaja, sea de tradición musulmana. Hay, además, casi un 30 % de la población que es de origen ruso de tradición ortodoxa, pero se trata de una sociedad profundamente laica.

¿Cómo son las relaciones entre la Iglesia y Kazajistán?
A nivel oficial, las relaciones tanto con la población como con las autoridades son buenas. La jerarquía local participa y apoya las distintas iniciativas interreligiosas promovidas desde el Estado. La Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con Kazajistán desde hace veinte años. Y, en estos últimos años, querría subrayar que, gracias a la buena disposición de las autoridades, y gracias también a la generosidad de los católicos de todo el mundo, se ha podido dotar de templos a todos los centros en los que había un número significativo de fieles. En total, unas cuarenta capillas y otras tantas iglesias. En septiembre, se debería de consagrar la más grande y hermosa de ellas, la catedral de Karagandá.

¿Con qué problemas se encuentran los católicos en el país?
La falta de sacerdotes nativos es quizás uno de los mayores problemas. Existe un seminario mayor en Karagandá, con 15 seminaristas. Hoy, tanto los obispos como los sacerdotes y las religiosas provienen fundamentalmente de otros países, sobre todo de Polonia. Eso hace que algunos consideren a la Iglesia como una entidad extranjera y que les cueste entender, por ejemplo, que la Iglesia católica, en todas las partes del mundo, dirige su acción social hacia todos sin ningún tipo de afán proselitista. Otro problema es el nivel social de la mayoría de los católicos, sobre todo los que provienen de las deportaciones, que viven en aldeas en la zona norte o centro del país con muy pocas comodidades, y en donde en invierno conocen temperaturas de 50 grados bajo cero.

¿Qué influencia tuvo la visita de Juan Pablo II a Kazajistán en 2001?
La visita, a los pocos días del fatídico 11 de septiembre de 2001, dejó una profunda huella. El Papa, que conocía personalmente a algunos sacerdotes polacos que habían trabajado en Kazajistán clandestinamente en tiempos de la Unión Soviética, venía para encontrarse con los católicos, pero también como mensajero de paz para todos los ciudadanos, independientemente de su filiación religiosa. Muchos experimentaron la sorpresa de constatar que en Kazajistán existía una presencia significativa de católicos que amaban a su país de adopción.

¿Hay temor a un incremento de las actividades islamistas radicales?
Lo que yo he visto en cuatro años aquí ha sido un incremento del Islam a secas. La lucha por el poder, a veces, se viste con el hábito religioso, pero poco o nada tiene que ver con la religión. Por el momento, sin embargo, pienso que las autoridades de Kazajistán tienen poco que temer. De todos modos, no está de más recordar que, para evitar posibles acciones terroristas, en muchos países se han suspendido algunas libertades y garantías constitucionales. Aquí no iban a ser menos, pero, al igual que en las demás repúblicas centroasiáticas exsoviéticas, han preferido endurecer la legislación en materia religiosa. Ciertamente, ningún peligro puede venir no digo ya de parte católica, sino de parte del cristianismo en general. Pero eso no resulta tan obvio para aquellos que se formaron en una ideología que fomentaba la sospecha de lo religioso y de todo lo que venía de fuera.

¿Qué espera de los Congresos de Líderes de las Religiones Tradicionales, como éste celebrado en Astaná?
Lo ideal sería que ayudasen a superar prejuicios y cambiar positivamente las mentalidades. El valor de estos Congresos radica en el hecho de que no pretenden promover ningún tipo de discusión doctrinal o de absurdo sincretismo. Su principal objetivo es suscitar la colaboración entre los líderes de los creyentes de las principales tradiciones religiosas. En una situación globalizada y de interdependencia como la actual, las grandes religiones, especialmente el judaísmo, cristianismo y el Islam, deben fomentar juntos los valores que comparten. Por eso, además de para ser fieles a las propias creencias, se impone el respeto a las de los otros y la aplicación de la regla de oro de tratar al prójimo de la misma manera en que uno quiere ser tratado.

Luis Ayllón. Astaná