El ciclista de Francisco - Alfa y Omega

El ciclista de Francisco

Ángeles Conde Mir
Schuurhuis junto a su hijo Tomas en el Vaticano. Foto: Athletica Vaticana / Giampaolo Mattei.

Se confiesa muy cansado después del viaje a las Antípodas, la dureza de la prueba deportiva y todas las emociones vividas. Aun así, no se separa de su bicicleta, y montado en ella acaba de regresar de llevar a sus dos hijos al colegio «en medio del tráfico de Roma», dice. «Ahora quiero reflexionar sobre estas dos últimas semanas y la experiencia, sobre todo, en lo que hemos hecho como equipo; quiero también releer los mensajes de apoyo que nos han llegado de todo el mundo. Ha sido un honor participar en esta prueba», explica a Alfa y Omega Rien Schuurhuis, el primer deportista de la Athletica Vaticana que ha competido en el Mundial de Ciclismo, una carrera al más alto nivel que se ha celebrado hace unos días en Wollongong, en Australia.

Puede decirse que la vida de Schuurhuis siempre ha estado unida a la bicicleta. Recuerda que con su primera paga ya se compró una, y que esta pasión por las dos ruedas ha sido una constante. Por eso, cuando hace dos años desembarcó con su familia en Roma —su mujer es la embajadora de Australia ante la Santa Sede—, se interesó por el equipo deportivo del Vaticano. «Quedé impresionado por los principios de la Athletica Vaticana porque, de alguna manera, coincidían con mi experiencia deportiva. El mensaje que el Papa pretende transmitir se corresponde plenamente con mi concepción del deporte y con lo que yo he vivido a través del ciclismo. Así, me interesé por formar parte de este equipo. A mí el deporte me ha permitido conocer a personas de distintas procedencias, edades, religiones y culturas; y he aprendido que, en el deporte, todos somos iguales», indica el ciclista, nacido en los Países Bajos hace 40 años.

Tras regresar de Australia, Schuurhuis y el equipo de Athletica Vaticana-Vatican Cycling pudieron saludar al Papa para contarle cómo había ido la competición. Francisco los escuchó con mucho interés. Le obsequiaron con el pectoral que usó Schuurhuis en la prueba, y también con una cruz hecha por aborígenes australianos a los que la delegación deportiva vaticana conoció gracias a un proyecto de Cáritas Australia. El ciclista y su equipo escucharon los testimonios de los supervivientes de la Kinchela Boys Home en Kempsey, un internado donde, entre 1924 y 1970, vivieron cientos de niños aborígenes, separados por la fuerza de sus familias, con el objetivo de asimilarlos a la cultura occidental. «Les quitaron sus nombres y les redujeron a simples números», explica Schuurhuis, quien asegura que fue muy conmovedor conocer de primera mano la historia de tres supervivientes. «Visitar proyectos así y ser portadores del mensaje del Papa, para mí es más importante que la carrera misma», afirma sin paliativos.

La Athletica Vaticana nació con la vocación de ser más que deporte. «Creo que su esencia, y la práctica del deporte en estos términos, es hacer llegar el mensaje del Papa Francisco de fraternidad, inclusión, esperanza y paz. Nuestra misión es hacer lo posible por difundir este mensaje. Y para mí esto es realmente lo más importante», concluye el deportista.

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