Los frutos de la JMJ, un año después. Las primicias de una gran cosecha
«Salió el Sembrador a sembrar…». Su siembra, durante la JMJ de Madrid, fue salir al encuentro de todas las personas implicadas en la Jornada: voluntarios, peregrinos, organizadores, sacerdotes, incluso curiosos. Con una semilla tan buena, los primeros frutos no se han hecho esperar. Se han podido ver durante este primer año; y encierran la promesa de que habrá muchos más
Durante los preparativos de la JMJ, se insistió en que las principales beneficiarias de la Jornada iba a ser la misma Iglesia en Madrid y en España, y sus jóvenes. Y así ha sido. El delegado diocesano de Infancia y Juventud, de Madrid, don Gregorio Roldán, afirma: «En mi parroquia, San Juan de la Cruz, aunque está en un barrio de edad avanzada, vemos a más gente joven participando en los sacramentos». En esa misma parroquia está la sede de la delegación, que lo fue también del Comité Organizador Local, y eso sirvió para que muchos jóvenes entraran en contacto con la delegación por primera vez. «Algunos han querido vincularse a la Deleju, pero no puede ser, porque no es un movimiento, sino que está al servicio de la diócesis». Sí han acogido a los que ya viven su fe en otro grupo de referencia, y querían ayudar en la delegación. A los demás, «los hemos remitido a la parroquia de su territorio, o a alguna cercana que tenga vida joven, en la que se puedan sentir acogidos».
En este sentido, desde la delegación tienen el objetivo de «recuperar a los que se apuntaron como voluntarios, pero no estaban vinculados a ninguna comunidad. Se ha constituido un grupo que se va a poner en contacto con ellos y a ofrecerles la oportunidad de unirse para recibir formación. Luego, seguirán sirviendo en distintas acciones de la diócesis. Este proyecto se ha iniciado lentamente —matiza—, pero está cuajando».
No son sólo los jóvenes los que se están beneficiando de esta mayor comunión: «En las parroquias, se ha notado el fruto de la JMJ en la relación entre personas de distintas generaciones» —señoras de 80 años, señores de 50, jóvenes—, que se conocieron como voluntarios —en la imagen, voluntarios de una parroquia en Salamanca—. Al implicarse en la acogida de los peregrinos y en las catequesis, «la gente estaba entusiasmada, entregada como nunca, y muy agradecida. Cuando hay un proyecto común, la gente se une». Esto ha sido especialmente significativo entre los matrimonios jóvenes y de cuarentones, que «quizá estuvieron en la JMJ de Denver o París», y a raíz de la de Madrid «han vuelto a implicarse más en la Iglesia». En su parroquia, varios de estos matrimonios han formado un grupo. Don Gregorio añade que, «de cara a la Misión Madrid, permanece el reto de seguir vinculando a la gente a la vida diocesana».
La JMJ ha sido —afirma el padre Feliciano Rodríguez, delegado de Pastoral Universitaria de Madrid— la principal causa de que «las capillas universitarias y los grupos que se reúnen en torno a ellas hayan tenido, este curso, una afluencia mucho más grande», también en la Universidad pública. «Estos jóvenes que se han acercado son católicos que tenían su fe adormecida», o jóvenes que ya la vivían en otro sitio «y, al ver que aquí hay vida cristiana, se han implicado también en el campus». Un signo cuantificable es que, «si antes se confirmaban con nosotros 20, 30 o 50 jóvenes al año, llevamos dos cursos —los dos en torno a la JMJ— en los que se han confirmado unos 100». También se ha notado mayor interés entre los jóvenes no cristianos. Cuando el cardenal Rouco ha visitado universidades como la Rey Juan Carlos, o la Complutense, estos jóvenes «le preguntaban con inquietud, y el diálogo fue muy rico».
Para conservar el espíritu de Cuatro Vientos, muchas capillas han empezado a organizar exposiciones del Santísimo «con mucha aceptación». En la Facultad de Historia de la Complutense se hace una, para toda la Universidad, los primeros viernes de mes. «Es uno de los frutos más significativos de la Jornada. La existencia de la capilla en esa Facultad ha sido la más discutida; decían que había que cerrarla porque no se usa. Pero, algunos meses, la capilla estaba llena para la Adoración». Ataques laicistas como éstos tenían a los jóvenes un poco acomplejados, pero gracias a la Jornada «esto se ha superado, al menos en parte. Ahora, rezan y van a la capilla con más naturalidad, ponen carteles… Hay más deseos de trabajar por llevar el Evangelio a los demás». El padre Feliciano menciona otro fruto relacionado con éste, y es que, «entre grupos que antes estaban atomizados o se conocían poco entre ellos, hay una mayor comunión y conciencia de que todos somos Iglesia».
Al otro lado del estrado, otro gran fruto de la Jornada es cómo el encuentro del Papa con los profesores, en El Escorial (en la foto), ha reavivado la inquietud apostólica de éstos. «Su mensaje —explica le padre Feliciano— habló al corazón de la universidad y del profesor católico», y les ha dejado la conciencia clara de que «lo que tenemos es muy bueno, y vale la pena ofrecerlo». En este sentido, han surgido distintos grupos que buscan trabajar en red y «arrojar algo de luz sobre temas conflictivos de la sociedad». El padre Feliciano pone como ejemplo el Foro Universitario El Escorial, o el Aula Veritatis splendor, de la delegación. El mensaje del Papa también les ayudó a reflexionar sobre su forma de trabajar, como profesores cristianos, en la universidad: «Cuentan que, desde entonces, se implican mucho más en la relación con los alumnos. Intentan no ser meros gestores, sino cuidar más el contacto personal, para ayudarles tanto en lo académico como en lo humano».
El programa de actos culturales de la JMJ fue el germen del que ha brotado en Madrid, este curso, la recién nacida Delegación de Cultura, que ya ha organizado un Ciclo de Cine. Pero doña Carla Diez de Rivera, responsable del Departamento de Cultura de la Jornada, da mucha más importancia al impacto que tuvieron estas 300 actividades, tanto en las personas que las organizaron, como entre el millón de visitantes que tuvieron. Uno de los signos de la gran acogida que tuvieron es que varias de las exposiciones —Legado, sobre la Beata Teresa de Calcuta; Reducciones jesuíticas en Paraguay, o Cristianos perseguidos, de Ayuda a la Iglesia Necesitada— se han prolongado más allá de la JMJ, y han visitado otros lugares.
Al preparar todo, «rezábamos —explica— para que cualquiera que visitara los actos culturales se sintiera esperado, acogido, para que su corazón se transformara, y saliera de allí listo para cumplir la misión que Dios tuviera para ellos. Y nos van llegando ecos francamente impresionantes de ello». Recuerda al responsable de la exposición sobre el Pórtico de la Gloria, por ejemplo, que le confesó que uno de los frutos más impresionantes de la JMJ, para él, fue cuando un capellán penitenciario le pidió que llevase la exposición a la cárcel. «Nunca había estado allí, y no sabía qué contar a gente que había robado, a asesinos, a narcotraficantes…». Al final, llevó la maqueta de la fachada, y, usándola, les habló «de Dios Padre, de su acogida y su perdón». También ayudó mucho, a quienes la visitaron, la exposición sobre el templo de la Sagrada Familia. «Se produjeron un par de conversiones, y hubo personas que salieron muy tocadas». Un peregrino cogió un vuelo relámpago a Barcelona sólo para verla al natural, y otro visitante dejó, en la urna que había a este propósito, el siguiente mensaje: «Yo no creo en Dios, pero si creyera, Dios es belleza».
Experiencias similares se produjeron, a menor escala, entre los grupos más pequeños —parroquiales o diocesanos, como los jóvenes de Cuenca de la imagen, que representaron No tengáis miedo, sobre Juan Pablo II—. Organizaron sus actos con gran esfuerzo, y terminaron muy agradecidos por haber tenido la oportunidad de compartir así su fe. Otro de los aspectos más bonitos, para doña Carla, «ha sido cómo la JMJ ha tocado a las personas que trabajaban en los lugares que nos prestaron» para los actos. «Por ejemplo, la montadora de los escenarios de una de las plazas, cuando acabó todo, le dijo al sacerdote responsable de cultura de esa zona: No sé cuál es mi parroquia, pero sí la de mi madre, y a partir de hoy me voy a tomar la fe más en serio. ¡Y, al cabo de dos meses, destinaron al sacerdote a esa parroquia!».
Los frutos de la JMJ no son patrimonio sólo de la Iglesia de Madrid o de España, sino del mundo entero. Se manifiesta, por ejemplo, en las vocaciones: jóvenes de cualquier país, presentes en la JMJ, pudieron sentir en ella la llamada al sacerdocio, a la vida consagrada o al matrimonio, o respondieron afirmativamente a una llamada anterior. Muestra de ello son los 5.000 chicos que se levantaron en el encuentro vocacional con Kiko Argüello, el 22 de agosto (en la foto). Empezaba para ellos un período de discernimiento, más o menos largo según la madurez y firmeza de su vocación. Don Juan Fernández, rector del Seminario Misionero Redemptoris Mater, de Madrid, cuenta que, menos de un mes después, en la tradicional convivencia de todos los jóvenes que van a entrar en los seminarios Redemptoris Mater, «ya hubo unos 100 o 150 candidatos más que otros años». A cinco de ellos, españoles y extranjeros, les correspondió formarse en el seminario de Madrid. «Cuentan que toda la peregrinación previa a la JMJ, anunciando el Evangelio por España», así como la Jornada en sí misma, «fueron una preparación para esa llamada, que llevaban tiempo madurando, pero que se concretó en la Jornada. Si la JMJ no hubiese existido, quizá hubiesen dejado pasar esa llamada».
Pero el proceso de la vocación es largo, y el impacto de la Jornada se seguirá viendo en los próximos años. «Todo eso es una gran siembra que, con la gracia de Dios y la generosidad de los jóvenes, dará fruto cuando Dios quiera y como Dios quiera», afirma el rector del Seminario Conciliar de Madrid, don Andrés García de la Cuerda. Está seguro de que «la JMJ, la presencia del Papa y su insistencia a lo largo de toda la Jornada en la vocación han sido un impacto para muchos jóvenes». Algunos de ellos, durante este curso, «han tenido ese primer discernimiento con el sacerdote de su parroquia o movimiento», y «esperamos ver los frutos en el Introductorio del próximo curso. Ya hay un grupillo, aunque se terminará de configurar en septiembre. Para algunos, la JMJ ha reavivado una brasa que tenían en el corazón y, para otros, ha sido el empujón definitivo». Don Andrés confía en que también dará fruto la cadena de oración por las vocaciones que, durante la Jornada, se celebró en el Seminario y por la que pasaron miles de jóvenes; aunque «sólo Dios conoce el fruto de esa oración».
Sin embargo, la JMJ no ayudó sólo al discernimiento vocacional de los jóvenes que aún no habían elegido un camino. También tuvo un sentido vocacional para los que ya eran seminaristas. «Fue provechosísimo para todos —asegura don Juan—, la vivieron como una oportunidad de revivir y reafirmarse en su vocación, de ver que vale la pena. Todos se volcaron en el servicio de una forma u otra, y eso les ayudó a renovar su Sí al Señor».