Francisco: Hay que amar a los pobres, pero no a la miseria que debemos combatir
El Pontífice ha clausurado la cita Economy of Francesco suscribiendo junto a los jóvenes una declaración para impulsar «una economía del Evangelio»
El Papa Francisco ha puesto el broche de oro al evento Economy of Francesco que se ha celebrado del 22 al 24 de septiembre en la ciudad de Asís. Jóvenes economistas, investigadores, emprendedores, estudiantes y trabajadores de todo el mundo se han dado cita en la ciudad del santo para intercambiar ideas y elaborar propuestas que permitan repensar en un nuevo modelo económico que no deprede a las personas. Francisco les convocó antes de la pandemia. El evento, pensado para 2020, tuvo que ser aplazado y, finalmente, se celebró en modalidad online. En esta ocasión ha sido presencial. El Santo Padre ha participado en la clausura con un discurso en el que ha abogado por poner en tela de juicio el modelo de desarrollo: «La situación es tal que no podemos solo esperar a la próxima cumbre internacional que puede que no sirva para nada; la tierra arde hoy y por eso hoy tenemos que cambiar a todos los niveles».
Ha alabado el trabajo que los jóvenes han desarrollado estos días y también ha lamentado que no hayan heredado el mejor de los presentes debido a las guerras y al estado del planeta. Por eso, les ha pedido que sean «constructores de la casa común, de una casa común que está caminando hacia la ruina»: «Se trata de transformar una economía que mata por una economía de vida».
«Tenemos que aceptar el principio ético universal, que no gusta tanto, de que los daños se tienen que reparar. Si hemos crecido abusando del planeta y la atmósfera, hoy tenemos que aprender a hacer sacrificios por este estilo de vida insostenible. De lo contrario, serán nuestros hijos y nuestros nietos los que paguen un coste muy alto e injusto», ha exclamado en su discurso. Por ello, el Santo Padre ha pedido a estos jóvenes que actúen para propiciar «un cambio rápido y decidido» para cuidar la Creación y «al hombre y la mujer que sufren».
Un capital espiritual
En este denso y largo discurso, Francisco también ha criticado los estragos del consumismo actual que «intenta llenar el vacío de las relaciones humanas con mercancía cada vez más sofisticada, ¡las soledades son un gran negocio en nuestro tiempo!». Pero el ser humano no es «un buscador de bienes», sino «un buscador de sentido», sobre todo, en el caso de los jóvenes, ha dicho el Papa, porque muchas veces sus almas están «empobrecidas» de recursos espirituales para afrontar desilusiones y frustraciones. Francisco ha asegurado que la prueba de las consecuencias de este vacío son las altas tasas de suicidios. Por eso, ha pedido a sus interlocutores que además trabajen por hacerse con «un capital espiritual».
Este capital también podrán usarlo, no solo para su propio beneficio, sino para el de otros y para combatir la pobreza. Así, les ha invitado a preguntarse si están haciendo bastante por cambiar esta economía o simplemente están «pintando una pared sin cambiar la estructura de la casa». Francisco ha reconocido que quizá la respuesta a esta pregunta es complicada, pero sí se puede trabajar por abrir nuevos caminos para lograrlo. Siempre desde la premisa de amar al pobre, pero «no amar la miseria, es más, hemos de combatirla creando trabajo digno».
Por último, les ha ofrecido tres claves para poner en marcha este cambio. En primer lugar, que «vean el mundo con los ojos de los más pobres», de las víctimas y de los descartados. En segundo lugar, que su horizonte sea promover un empleo digno. En tercer y último lugar, que sus ideales se traduzcan en obras concretas, «encarnadas».
Tras su intervención, el Pontífice ha rubricado con su firma la declaración final del encuentro en la que estos jóvenes, hombres y mujeres, han plasmado su firme intención de «gastar la vida para que la economía de hoy y de mañana se convierta en una economía del Evangelio». Aseguran en su manifiesto que esta economía no es una utopía «porque ya la están construyendo». Aspiran a una economía que sea «de paz y no de guerra», que esté «al servicio de la persona, la familia y la vida», sobre todo, de la de los más vulnerables; y a una economía que «reconozca y tutele el trabajo digno y seguro». En definitiva, escriben, «una economía que cree riqueza para todos».