Música en vena
Todo aficionado a la música clásica sabe que Viktoria Mullova es una de las grandes. Tiene un repertorio muy amplio que alcanza a los grandes conciertos para violín del siglo XX, llevándolos hasta el delirio. De ahí que un concierto de la Mullova sea siempre un acontecimiento. El caso es que el ámbito propio para escucharla es una sala de conciertos, con su especial acústica y su público de groupies empedernidos. Sin embargo, el pasado miércoles fui al Hospital Puerta de Hierro, de Majadahonda, en Madrid, porque la artista iba a interpretar un repertorio muy selecto de Bach para los enfermos.
Antes de acercarse al auditorio del centro, se pasó por el área de seguridad de pacientes en hemodiálisis para interpretar algunas piezas. Esto no sucedió porque la artista rusa pasaba por allí, sino porque existe una asociación sin ánimo de lucro, que se denomina Música en vena, cuyo objetivo es mejorar las estancias hospitalarias de pacientes, familiares y personal sanitario desde la cultura, pero muy especialmente desde la música. La cosa empezó como proyecto dirigido a pacientes oncológicos, y ahora está abierto para toda clase de pacientes. Está de más advertir que los pacientes son un público muy heterogéneo, es decir, no hablamos de aficionados que han hecho cola para sacar su entrada, sino hombres y mujeres dolientes que buscan en la música cierto analgésico para hacer de su estancia una lata menos gravosa.
El recital consistió en tres partitas de Bach y en la celebérrima chacona de la partita número 2, que necesita un mínimo de atención para poner al oyente en posición de ingravidez. Lo sobrecogedor es que no se oía una tos, ni un quejido, ni carrasperas que delataran incomodidad o molestia. Era un público exquisito, como si la enfermedad regalara una atención sobrevenida por la necesidad de sentirse querido, arropado por la belleza. Y se comprende que la belleza regalada, ese gusto del artista por dar de sí lo más grande que tiene, es uno de los ejemplos de ternura por el ser humano que va más allá de lo estrictamente moral.
La música no calma, eso sí ocurre con los animales. La música, como dijo Daniel Barenboim a nuestro pianista Javier Perianes, empuja, acosa, rodea como un fuego que recome por dentro. Y te dice que no has nacido para sufrir, sino para una vida en abundancia, y en esa melodía de violín se esconden sus primeros atisbos.