La campaña del Domund ha elegido como lema Misioneros de la fe, título acertado ya que los misioneros no sólo intentan paliar cualquier tipo de carencia donde desarrollan su labor, sino que intentan transmitir su propia fe, en poblaciones marginales y subdesarrolladas, a veces niños inocentes víctimas de la crueldad de las sociedades modernas, inmersos en un mundo hostil. Sufrimiento y miseria que se agravan por el egoísmo y la ruptura del equilibrio entre el mundo rural y la ciudad.
Iberoamérica, Asia, África se benefician cada año de la ayuda que generosamente ofrecemos el día dedicado por la Iglesia católica a las misiones. Con sacrificio y entrega, demos, no lo que nos sobra, sino lo que nos duele dar.
El misionero, cual mensajero del amor, como buen samaritano, realiza su trabajo en muchos casos en silencio, mártir de la libertad cual un Cristo viviente. En algunos países, ser católico representa un riesgo personal y social. El misionero, cuando acepta la labor que se le encomienda, no descarta las dificultades, consciente de que su vida es una tarea árdua y difícil; su ideal es practicar las Bienaventuranzas y trasmitir la fe, porque en un momento determinado de su vida sustituyeron su propio yo por el nosotros.
La gente, en ocasiones, se asombra de que sean capaces de hacer lo que hacen, y más aún de que, al hacerlo, se sientan felices. La FAO nos recuerda que hay 850 millones de personas que pasan hambre, cientos de miles de personas que necesitan una mirada y una brizna de felicidad en sus corazones. El ser humano busca sentirse querido, apoyado y rodeado de amor.
El desafío mayor del hombre es la posesión de la fe en unos casos y el retorno a la misma en otros, la adquisición de una dimensión espiritual frente a la razón y desde aquí emprender un camino abierto hacia el sentimiento religioso. Por ello, el misionero trata de llevar la fe a todo aquel que se cruza en los caminos de la vida, convencido del tesoro que supone creer en Dios y seguir el Evangelio. Cuando lo más fácil es buscar comodidad y prosperidad, hay gente que entrega su vida a hablar de Dios a los demás.
Muchos son los ejemplos que podríamos recordar, en primer lugar san Francisco Javier, la Beata Teresa de Calcuta o la propia santa Teresita. Demos gracias a Dios por las vidas de los misioneros, que han sabido peregrinar y responder a los talentos recibidos teniendo presentes aquellas palabras de Cristo en la cruz: «Tengo sed». El misionero es feliz porque se siente útil, porque ve que, al transmitir la fe que profesa, da sentido a su vida. ¡Que el consuelo llegue a todos como un oasis inesperado en medio del desierto! Los hombres han sido creados para vivir como hermanos. «Éste es mi sueño», afirmaba Martin Luther King. Vivir es compartir dejando huellas de belleza y amor, lanzando al mundo trazos de la propia vida. El misionero entrega su vida, gota a gota, como un cirio encendido con la idea de servir a Dios.
Benedicto XVI, al inaugurar el Año de la fe, nos recuerda que no sólo la labor misionera se realiza en tierras lejanas, sino también entre el mundo que nos rodea. Unamos ambas ideas en ese día, y de esta forma todos podremos ser misioneros.