«Ahora que empezaba a brotar...» volvió el fuego a Vall de Ebo
Tras uno de los peores años de las últimas seis décadas en cuanto a incendios, el párroco de Pego (Alicante), afectada por uno de ellos, quiere invitar a sus feligreses a reflexionar sobre Laudato si
—Oye, Cáritas nos ofrece ayuda constantemente. ¿Qué necesitáis?
—Nada, Ernesto. Simplemente reza.
—Yo rezo, pero únete tú a mi oración.
—Sí, si rezo todo lo que sé…
Nada más terminar este diálogo entre Ernesto Sanchis, párroco de Pego (Alicante) y el alcalde, comenzó a llover y el agua hizo más fácil la extinción del incendio que a mediados de agosto asoló la zona de Vall de Ebo. «Fue providencial», cree el párroco. Los días anteriores, la falta de humedad y el viento se habían confabulado para que la caída de un rayo hiciera arder 12.111 hectáreas.
Pego acogió a unos 300 habitantes desalojados de Benirrama y Benialí. Pidieron a la parroquia permiso para usar la ermita. Pero al final quedó vacía y el antiguo instituto apenas se llenó porque «muchísimos ofrecimos nuestras casas. Estoy muy orgulloso». Salvo un día que no pudo salir de casa porque «el aire era irrespirable», Sanchis atendió a los desplazados en nombre de los sacerdotes a cargo de sus pueblos, que no podían viajar hasta allí por los cortes de carreteras.
Algo similar le ocurrió a Wilson González, párroco de Bejís (Castellón). Esos mismos días tiró de teléfono desde Nules, donde es vicario, para acompañar a sus feligreses y transmitir a los alcaldes el ofrecimiento de la diócesis de alojar a desplazados en el seminario de Segorbe. No hizo falta, pero sí se empleó el pozo del santuario de la patrona de la diócesis, la Virgen de la Cueva Santa, para la extinción del fuego que quemó 19.360 hectáreas. «El viento se ha llevado la ceniza, pero esto ahora es un desierto».
En Vall de Ebo ya hubo un incendio hace siete años. «Ahora que empezaban a brotar», se han calcinado de nuevo pinares y algunas pequeñas explotaciones de almendros y algarrobos, además de colmenas. Todo ello, después de una muy mala temporada de cereza. «Ya se han reunido los alcaldes con todos los organismos para ver cómo agilizar las ayudas», explica Sanchis.
En su mensaje para el Tiempo de la Creación, que este año tiene como lema Escucha la voz de la creación, el Papa Francisco invita a los católicos a rezar por las próximas cumbres COP27 sobre el clima (noviembre, en Egipto), y COP15 sobre biodiversidad (Canadá, en diciembre). En ambas, los líderes mundiales están llamados a «abordar con decisión» y respuestas concretas esta doble crisis.
A pesar de la tristeza, la gente intenta levantar los ánimos con las fiestas patronales. Pero el párroco quiere intentar que lo ocurrido no caiga en saco roto. Aprovechando el Tiempo de la Creación, del 1 de septiembre al 4 de octubre, planea organizar algún acto sobre la encíclica Laudato si. «Ahora nos lamentamos por esta experiencia tan nefasta», pero desea invitar a los suyos a «ser conscientes de lo que el Señor nos regala cada día para que lo mantengamos y no lo explotemos». «Hay que reflexionar sobre qué se ha hecho mal, dialogar» y proponer soluciones. Y no solo allí. «Hace falta una gran conciencia sobre esto en todas las comisiones pastorales y en las organizaciones civiles».
Coincide Gabriel López, responsable de Comunicación del Movimiento Laudato Si, «a la vista del verano de temperaturas muy altas e incendios que hemos tenido». Según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, 2022 ha sido el peor de los últimos 15 años en cuanto al número de grandes incendios, con 54 de más de 500 hectáreas. Por hectáreas quemadas, 293.155 según el Sistema Europeo de Información de Incendios Forestales, desde 1961 solo ha habido cuatro años peores. «La crisis climática ya no es una idea apocalíptica: la estamos viviendo en nuestras carnes», incide López.
Con todo, desde la Delegación para el Cuidado de la Creación y de Pastoral Rural de Coria-Cáceres pedían no «hacer un análisis simple, echando la culpa al calentamiento global, a las temperaturas extremas, o a la mano destructiva del hombre», sino «ampliar nuestra mirada». En los incendios han influido comportamientos criminales, negligencias y «el estado de conservación» del campo. Por ello, planteaban facilitar el pastoreo y «repoblar los terrenos quemados con arbolado autóctono (encinas, alcornoques, castaños, robles…), que funciona como parapeto contra el fuego, en lugar de recurrir a los pinos».
Nuevos debates
Son dos de los debates que ya se están dando en los alrededores de Ferreras de Abajo (Zamora), donde a comienzos de verano los incendios de Tábara y Losacio destruyeron 63.000 hectáreas. Y no es fácil, explica el párroco, Santiago Fernández. Tanto las explotaciones de pino como la reserva de caza, a causa de la cual se impide al ganado subir al monte, traen ingresos para la zona.
Ya se están tramitando las ayudas, aunque las de incendios de hace un año o dos aún no se han cobrado. Y queda bastante incertidumbre. Los dueños de plantaciones de pinos quemadas están obligados a cortarlos para evitar plagas, y «aunque estén apenas chamuscados solo sacarán por ellas la mitad o un tercio de su valor» anterior. Además, no habrá indemnización para las bastantes familias con licencia que sacaban buena parte de sus ingresos de recoger setas. Los apicultores cuyas colmenas ardieron tardarán un par de años en crear nuevos enjambres. Con el daño añadido de que sin plantas es difícil criar abejas, pero llevarse las abejas dificulta la polinización y la regeneración del campo. «Todo este complejo equilibrio se ha roto», lamenta Fernández.
A 30 kilómetros, al párroco de Mahíde, Marcelino Gutiérrez, le preocupa la próxima vuelta del ganado trashumante desde la sierra. Entre lo que se ha quemado y la ausencia de lluvia, de los campos intactos puede no salir alimento suficiente para todos los animales. «El problema de fondo es la sequía».