Soni, peregrino de la fe y la esperanza, desde Nigeria hasta Cádiz: «Quien me da fuerza y alegría es Dios»
Después de cruzar el desierto del Sáhara y ver a muchos compañeros morir por el camino, Soni encontró en Cádiz una nueva familia: la Iglesia. Ahora, además de estudiar y estar totalmente integrado en una parroquia, intenta ayudar a otros inmigrantes en lo más importante: creer en Dios, para tener una vida de verdad digna
Hace cuatro años, Soni dejó su Nigeria natal. Tenía apenas 19 años. «Cuando mi padre falleció, mi familia no tenía nada y mi madre lloraba todos los días. Quería cambiar nuestras vidas». Se convirtió así en un peregrino de la fe y la esperanza que –como dijo el Papa el pasado domingo, tras el rezo del ángelus– deja «su propia tierra porque espera un futuro mejor, pero también porque confía en Dios».
En esta ocasión, su peregrinación fue a través del desierto, donde muchos compañeros de viaje cayeron: «Imagina, van a otro país a buscar una vida mejor, y mueren en el desierto. Tú abres la tierra, los metes, y adiós». En esos momentos tan duros, «siempre he tenido muy fuerte en mi corazón cómo Dios murió por mí. Cada noche lloraba y Le preguntaba: ¿Por qué moriste por mí? Demuéstrame ese amor, ayúdame para poder ayudar a mi familia. Sé que estás vivo, sé que me puedes ayudar. Haz lo que sea mejor. Confío mucho en Dios porque me ha demostrado» ese amor. «No es algo que pienso, sino que he visto. En mi vida han pasado cosas como un verdadero milagro».
Consiguió llegar a Cádiz, donde vive en un piso de acogida que gestiona el Secretariado diocesano de Migraciones. La Iglesia se ha convertido en otra familia para él, y tanto el Secretario de Migraciones, padre Gabriel, como el padre Óscar, su párroco hasta hace poco, son «verdaderos padres». Llegó a la parroquia de San José porque «una mujer de otra iglesia me dijo que había muchos jóvenes, y el padre Óscar me recibió con los brazos abiertos. Me invitaba a cada actividad de los jóvenes. Todos me han acogido muy bien, y me han tendido una mano para que pueda seguir adelante con mi fe y con mi vida».
Ese mismo sacerdote «me dijo que tenía que formarme, y me animó a empezar a estudiar» en el cercano colegio de los Salesianos. Ahí está haciendo un módulo de Electricidad, «porque es en lo que trabajaba mi padre». No contento con esto, participa cada miércoles en la Eucaristía de inmigrantes del centro diocesano Tierra de todos, y colabora con el Secretariado de Migraciones. Está ocupadísimo, «gracias a Dios. Vivo una vida normal. Todo esto no lo hago por nadie, lo hago por Dios, por todo lo que ha hecho en mi vida».
Experimentar Su ayuda ha hecho de Soni –de nuevo palabras del Papa– portador de fe y esperanza para otros. Por eso se implicó en el Secretariado: «Voy para dar fuerza a la gente inmigrante, y decirles que hay vida con Cristo. Les intento transmitir que confíen en Dios, aunque no tengan dinero. Los inmigrantes venimos a buscar una vida para nosotros y nuestras familias. Pero, para tener una vida digna», la clave es «creer en Dios; no sólo ir a la iglesia, sino practicarlo, que la gente pueda sentirlo. Sin amor a Dios, no puedes creer. Cuando estás enamorado, siempre quieres ver a la otra persona. Cuando tengo dudas o preocupaciones, lo primero que hago es ponerme de rodillas, llamar a mi Padre Dios y hablar con mi corazón. No tengo nada, pero Quien me da fuerza y alegría es Dios».