Discurso de Benedicto XVI al Tribunal de la Rota romana. Crisis del matrimonio, crisis de fe - Alfa y Omega

Discurso de Benedicto XVI al Tribunal de la Rota romana. Crisis del matrimonio, crisis de fe

«La actual crisis de fe lleva aparejada una crisis de la sociedad conyugal», advirtió Benedicto XVI el sábado, al recibir a los miembros del Tribunal de la Rota romana. La falta de fe puede dar lugar incluso a que uniones celebradas canónicamente sean en algún caso nulas. Para hacer frente a problemas como éstos, la Santa Sede anunció, en 2010, un documento para fortalecer la preparación al matrimonio

Ricardo Benjumea
El Papa saluda al Decano del Tribunal de la Rota romana, al inicio de la apertura del Año Judicial.

Las nulidades matrimoniales son el tema estrella, por estas fechas, de cada discurso del Papa de apertura del Año Judicial en el Vaticano. En cada intervención, Benedicto XVI suele pedir más rigor a los miembros del Tribunal de la Rota a la hora de reconocer nulidades, o reafirmar la indisolubilidad del matrimonio, mensaje que la Iglesia proclama hoy cada vez más en solitario.

En un ambiente cultural marcado «por un fuerte subjetivismo y un relativismo ético y religioso», hoy se cuestiona «la capacidad misma del ser humano para unirse, y si una unión que dure toda la vida es realmente posible». Esta deriva, a juicio del Papa, es consecuencia de la crisis de fe. «No se pretende con esto afirmar» que la unión para toda la vida no sea «posible en el matrimonio natural entre los no bautizados», aclaró Benedicto XVI, pero sí que esto se convierte de este modo en algo más arduo.

La ausencia de fe puede «socavar la validez misma del pacto», cuando se traduce «en un rechazo del principio de la obligación conyugal de fidelidad o de los otros elementos o propiedades esenciales del matrimonio». Se ve así afectada también en ocasiones la validez del sacramento. «No se debe prescindir de la consideración de que puedan darse casos en que, precisamente por la ausencia de fe», haya una causa de nulidad, dijo el Papa. «No quiero sugerir ningún automatismo fácil entre carencia de fe e invalidez de la unión matrimonial –aclaró–, sino más bien poner de relieve cómo tal carencia puede, aunque no necesariamente, dañar los bienes del matrimonio». En otro momento del discurso, Benedicto XVI aclaró que la validez del sacramento no depende de «la fe personal de los novios», aunque sí de que exista «intención de hacer aquello que hace la Iglesia». Además, el Papa alabó «el precioso sacrificio ofrecido por el cónyuge abandonado o que ha padecido un divorcio, si –reconociendo la indisolubilidad del vínculo matrimonial válido– consigue no dejarse implicar en una nueva unión. En tal caso, su ejemplo de fidelidad y de coherencia cristiana asume un particular valor de testimonio frente al mundo y a la Iglesia».

En este contexto, una de las mayores preocupaciones del Papa es mejorar la preparación al matrimonio. La Santa Sede trabaja en un Vademécum, cuya estructura fue ya presentada en 2010 por el secretario del Consejo Pontificio para la Familia, monseñor Jean Laffitte. Pero han pasado los meses sin que el documento haya visto todavía la luz.

La situación que afrontan los candidatos al matrimonios no es fácil. Por un lado, desean casarse para toda la vida, pero el ambiente cultural no lo facilita, y la epidemia de divorcios y separaciones hacen que muchos vean este objetivo como una especie de utopía inalcanzable. Frente a este pesimismo, se quiere incidir en la importancia de lo que Benedicto XVI llamó en 2010 la preparación remota al matrimonio, y que comienza ya en la infancia, en las familias, escuelas y parroquias, donde debe educarse a niños y jóvenes para «comprender la vida como vocación al amor». También es importante, según el Papa, educar desde edades tempranas, en la comprensión del «significado de la sexualidad como capacidad de relación y energía positiva que es preciso integrar en el amor auténtico».

A esta preparación remota, el Papa quiere añadirle una mejor preparación inmediata, en la que los cursos prematrimoniales no sean un mero trámite. En el Consejo Pontificio para la Familia se habló de una duración de entre 6 y 9 meses, con grupos mucho más reducidos que en la actualidad, para hacer así posible un mayor diálogo y acompañamiento de los novios.