El desarrollo del dogma, a través de la Historia. Newman, Ratzinger y la Tradición viva - Alfa y Omega

El desarrollo del dogma, a través de la Historia. Newman, Ratzinger y la Tradición viva

«A lo largo de la Historia, la Iglesia ha experimentado numerosos cambios en sus formulaciones doctrinales», pero esos cambios no fragmentan su unidad, sino que la preservan… La teoría sobre el desarrollo del dogma es, según Joseph Ratzinger, una de las contribuciones fundamentales del cardenal Newman para la renovación de la teología. Escribe el profesor Manuel Aroztegi, uno de los ponentes en el Encuentro internacional sobre El asentimiento religioso. Razón y fe en J. H. Newman, celebrado, la pasada semana, en Madrid por las Universidades San Dámaso y CEU San Pablo

Manuel Aroztegi Esnaola
Benedicto XVI, durante la Eucaristía en la que beatificó al cardenal Newman, en 2010.

En el encuentro de Ratzinger con Newman hubo varias personas decisivas. La primera de ellas fue Alfred Läpple. En enero de 1946, Ratzinger pudo volver al seminario de Frisinga, que durante la guerra mundial se había utilizado como hospital militar. Siguiendo una práctica habitual, a su grupo le fue asignado como prefecto un alumno de un curso más avanzado, a saber, Alfred Läpple, quien en ese momento estaba redactando una tesis doctoral sobre El individuo en la Iglesia. Rasgos esenciales de una teología del individuo según John Henry Newman (la publicaría en 1952). Enseguida surgió una amistad personal entre Läpple y Ratzinger, quien recuerda que Newman siempre estaba presente en sus conversaciones. Läpple, por su parte, afirma que, para ellos, «John Henry Newman no era sólo un tema; Newman era nuestra pasión».

En el verano de 1947, Ratzinger se trasladó a Múnich para proseguir sus estudios teológicos. Allí su relación con Newman se ahondó aún más: «Cuando, en 1947, proseguí en Múnich mis estudios, encontré en el profesor de Teología Fundamental, Gottlieb Söhngen, mi verdadero maestro en teología, un culto y apasionado seguidor de Newman. Él nos abrió la Grammar of Assent [Gramática del asentimiento], y con ella la modalidad específica y la forma de certeza propia del conocimiento religioso. Todavía más profundamente actuó sobre mí la contribución que Heinrich Fries publicó con ocasión del aniversario de Calcedonia: aquí encontré el acceso a la doctrina de Newman sobre el desarrollo del dogma, que pienso que es, junto a la doctrina sobre la conciencia, su contribución decisiva para la renovación de la teología».

El texto me parece interesante, porque define cuáles son, a juicio de Ratzinger, las dos aportaciones decisivas de Newman a la teología. Según el teólogo alemán, no han sido aún suficientemente aprovechadas; él mismo ha intentado subsanar esa carencia y ha procurado mostrar cómo pueden iluminar determinadas cuestiones de hoy. En este artículo nos ocuparemos del modo en que ha recibido Ratzinger la segunda de las aportaciones que menciona (es decir, la doctrina sobre el desarrollo del dogma).

La Iglesia es siempre la misma

A lo largo de la Historia, la Iglesia ha experimentado numerosos cambios en sus formulaciones doctrinales, disciplina sacramental, organización, régimen canónico… Esta constatación ha llevado a algunos a afirmar que, más que del cristianismo, habría que hablar de los cristianismos: el judeocristianismo originario, el helenístico, el latino, el medieval, el barroco, el decimonónico… Para Newman, se trataba de una cuestión acuciante: ¿era la Iglesia a la que pertenecía –en aquel momento, la anglicana– la de los Apóstoles y los Padres? A fin de darse a sí mismo una respuesta, emprendió la redacción de Un ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana. La primera edición la terminó el 6 de octubre de 1845; tres días después, fue recibido en la Iglesia católica. La conclusión a la que llegó fue que los cambios en la Iglesia –que a él le gustaba denominar desarrollos– no fragmentan su unidad, sino que la preservan: la Iglesia «cambia para seguir siendo la misma; en un mundo superior ocurre de otra manera, pero aquí abajo vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado frecuentemente».

Newman aduce el ejemplo de la palabra homoousios (consustancial), que Ratzinger ha recordado en más de una ocasión. Cuando en el Concilio de Nicea (325) se decidió introducir este término en el Credo, no faltaron voces críticas: su inserción desvirtuaría la pureza bíblica originaria, pues el término no era escriturístico, sino que estaba tomado del mundo griego. Newman y, tras su estela, Ratzinger sostienen exactamente lo contrario: su uso fue necesario para defender la fe bíblica en Jesucristo de las tergiversaciones que la amenazaban. Con el homoousios se estaba defendiendo el realismo de la fe bíblica: la palabra Hijo no debía entenderse en sentido mitológico y simbólico (como si Jesús no fuera más que una de las múltiples manifestaciones de la divinidad en el mundo), sino en sentido plenamente realista; Jesús es realmente el Hijo, no se trata sólo de una forma de hablar. Según Ratzinger, «el homoousios no hace sino decirnos sencillamente que hemos de tomar la Biblia al pie de la letra; que la Biblia, en sus supremos enunciados, debe entenderse literalmente y no en sentido puramente alegórico».

Según la interpretación que Ratzinger hace de Newman, este desarrollo no debe entenderse en el sentido de que las nuevas fases deroguen y dejen sin vigencia las anteriores. Lo hebraico, lo griego o lo latino no son una etapa superada: la Iglesia católica es –definitivamente y para siempre– judía, griega y romana. Según Ratzinger, «así como tras el Vaticano I y Pío XII, los Padres griegos, Agustín y Tomás de Aquino siguieron siendo igual de importantes [que antes], así también tras el Vaticano II, el Vaticano I y Pío XII siguen siendo igual de importantes», porque «la fe siempre se nutre del todo».