Un arma teológica frente a los secuestradores del Concilio - Alfa y Omega

Un arma teológica frente a los secuestradores del Concilio

El 19 de abril de 2005, Joseph Ratzinger era elegido nuevo Papa. Ocho años después, cobra una especial relevancia la influencia que él, junto a Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar, ejercieron en la teología, la cultura y la superación de las fracturas eclesiales nacidas tras el Concilio Vaticano II, a través de la revista Communio, fundada en 1972

José Antonio Méndez
Joseph Ratzinger, en 1955. A la derecha, siendo ya Benedicto XVI, en 2009, en Ratisbona.

En 1972, diez años después de la apertura del Concilio Vaticano II, la Iglesia vivía una situación de gran convulsión interna: mientras unos grupos proponían la superación de los textos conciliares y esgrimían un supuesto espíritu del Concilio con implicaciones políticas y de signo progresista, otras facciones reclamaban el abandono de los Documentos aprobados por los Padres conciliares para volver a épocas anteriores. Las divisiones afectaban a teólogos, catequistas, misioneros, maestros, obispos, religiosos, sacerdotes, y, sobre todo, a los laicos, que sufrían los excesos y las involuciones –pastorales, litúrgicas y teológicas– de unos y otros. Ante esto, un grupo de jóvenes teólogos, bajo la guía de Hans Urs von Balthasar, Joseph Ratzinger y Henri de Lubac, decidieron fundar una revista que sirviese como cauce de diálogo cultural y teológico entre la Iglesia y el mundo, y dentro de la propia Iglesia. Se trataba de una publicación internacional, que combinaba la profundización en cuestiones que afectaban a la Iglesia en todo el mundo, con reflexiones, análisis y testimonios que abordaban asuntos de cada país. Nacía Communio, una revista «fundada para atraer y unir a los cristianos sobre la base, simplemente, de su fe común», como decía el cardenal Ratzinger en 1992.

La primera edición aparecía en Italia y Alemania; dos años después, en Estados Unidos y Yugoslavia, y en dos años más, ya había ediciones en Francia, Holanda y Bélgica, y se preparaban las de Polonia, España, Argentina, Portugal, Brasil, Hungría, Chile…

Primer número de Communio en España.

El objetivo era alejarse de lo accesorio para centrarse en lo esencial: Jesucristo y su Evangelio. Así, el primer número de la edición española, de enero de 1979, anunciaba que «Communio es un proyecto de personas que buscan dar testimonio de una convicción fundamental: la fidelidad al mensaje de Jesús de Nazaret». El propio Ratzinger, en su libro Mi vida, de 1997, explicaba que lo que el grupo de fundadores buscaba era «reunir a todos los que no pretendían hacer teología sobre la base de las finalidades y posturas preconstituidas de política eclesial», sino «a partir de la communio en los sacramentos y en la fe». Con ese horizonte, pasaron por sus páginas, además de Von Balthasar, Ratzinger y De Lubac, autores como Bouyer, Pesch, Le Guillou, Leman, Schönborn y Scola. En España, las primeras firmas llevaban el sello de José Luis Martín Descalzo, Olegario González de Cardedal, Ricardo Blázquez y Antonio Cañizares, entre otros.

Communio suponía también una tácita respuesta a otra publicación, Concilium, fundada por Karl Rhaner y Hans Küng. Ambos habían sido compañeros de Joseph Ratzinger durante los años del Vaticano II y en los primeros compases de la Comisión Teológica Internacional, instituida por Pablo VI en 1969. Las diferencias entre ellos surgieron porque «existía la idea de hacer de esa Comisión –explicaba el cardenal Ratzinger, en Mi vida– un contrapeso a la Congregación para la Doctrina de la Fe», y ciertos teólogos, como «Rhaner, se habían dejado envolver cada vez más en los eslóganes del progresismo, dejándose arrastrar a posiciones políticas aventureras que difícilmente se podían conciliar» con el magisterio de la Iglesia.

El objetivo de Communio era acercar la teología a todos, no sólo a los especialistas, «evitar todo tecnicismo inútil, sin caer en complacencias y concesiones», y «ayudar a los que, conscientes de sus responsabilidades, quieren comprender mejor las dimensiones de la fe» y «buscan informarse con seriedad sobre la fe católica y dar testimonio de ella con fidelidad», explicaba el primer número en español.

Esta forma de hablar sobre teología y sobre el Vaticano II marcó una época. Primero, porque los fundadores de la revista están considerados entre los más prestigiosos teólogos del siglo XX, como muestra el hecho de que Joseph Ratzinger fuese elegido Papa hace ocho años, el 19 de abril de 2005, tras 24 años al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y que comparase a Von Balthasar con san Agustín, o que el Papa Francisco haya citado de memoria a Henri de Lubac en su primera intervención ante el Colegio cardenalicio. En segundo lugar, Communio ratificó la idea de que el Concilio no había supuesto una ruptura ni un nuevo nacimiento de la Iglesia, «algo que no puede justificarse a partir de los documentos conciliares, que no hacen sino reafirmar la continuidad del catolicismo: no hay una Iglesia pre o post conciliar, existe una sola y única Iglesia que camina hacia el Señor», como decía el cardenal Ratzinger en 1986 y repitió en múltiples ocasiones siendo ya Benedicto XVI. Y, por último, porque mostraba a todos los católicos el verdadero valor de los documentos el Concilio, «que –en palabras de Joseph Ratzinger– fueron enseguida secuestrados y sepultados bajo un alud de publicaciones con frecuencia superficiales o francamente inexactas. El católico que, con lucidez y, por tanto, con sufrimiento, ve los daños producidos en su Iglesia por las deformaciones del Vaticano II, debe encontrar en el mismo Vaticano II la posibilidad de un nuevo comienzo. El Concilio es suyo, no de aquellos que se empeñan en seguir un camino que ha conducido a resultados catastróficos».