Una correspondencia fallida
No existe, en la historia de la Literatura, una recopilación de cartas más interesante que la mantenida entre dos de los más grandes escritores franceses del siglo XX, Paul Claudel y André Gide. Eran tan opuestos como los hemisferios cerebrales. Claudel se había convertido a la fe católica, a los 18 años, escuchando las Vísperas de Navidad en la catedral de Notre Dame. Hay una baldosa en el suelo que, por cierto, recuerda aquel hecho extraordinario. Está situada en el crucero del templo. «En un instante –ha dejado escrito el maestro–, mi corazón fue tocado y creí. De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios».
Gide era un inmoralista, como dejó consignado en el título de una de sus novelas. Su formación religiosa puritana le hizo sufrir las fumarolas de la carne por una parte, y las ansias espirituales, por otra. No supo gobernarse a sí mismo. En él sobreabundaba el ímpetu violento de sus deseos: «¡Cuántos impulsos, cuántos entusiasmos, qué sed…!». Pero los sentidos no le permitieron acceder a una comunión espiritual.
Durante 25 años se cruzaron una apasionante correspondencia. A las 125 cartas de Claudel, hacen eco solamente 46 de Gide. Claudel buscaba la conversión de su amigo, que conociera a Cristo y se despojara de las cadenas que le ataban a una vida de pasión sin freno. Pero Gide detestaba su «violencia misionera».
En una de sus comidas, haciendo éste las veces de anfitrión, Paul le espeta que debe acelerar su conversión y le deja escrita la dirección de su confesor. Al día siguiente, se arrepiente de haber estado «indiscreto e inhábil» con su amigo. Era impulsivo, dominante, y eso le restaba accesibilidad.
En el Magnificat de su tercera Oda, Claudel escribía:
«¡Señor, yo os he encontrado! Quien os encuentra no tiene ya tolerancia de la muerte, e interroga toda cosa con Vos, y esa intolerancia de la llama que Vos habéis puesto en él».
¡Pobre Claudel!; se arrepentiría toda su vida de no haber sabido llegar al alma de Gide; le faltó ir a su ritmo, conocer sus procesos interiores. La correspondencia es un hito de la Literatura y una escuela para el cristiano.