«El Presidente de la Conferencia Episcopal ha vuelto a recordarnos que esa institución no ceja en el intento de que los Gobiernos democráticos se plieguen a sus directrices»: así comienza un inaudito e infumable editorial del diario El País, que comenta el discurso del cardenal Rouco Varela en la apertura de la centésimo primera Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. ¿Acaso pretende el diario El País negarle al cardenal Rouco su derecho de expresión? ¿Acaso se cree que sólo él tiene derecho de expresión y de opinión? ¿Y de qué extraño armario, con olor a rancio, saca esa mentira descarada con la que comienza el citado editorial? Como muy bien ha puntualizado el Secretario General de la Conferencia Episcopal, monseñor Martínez Camino, la Iglesia ni legisla ni quiere legislar para la sociedad civil, pero tiene todo el derecho del mundo a hablar, a exponer su doctrina para que, en plena libertad, quien lo desee pueda conocerla y adherirse a ella o no. El diario El País, además de ese intolerable editorial, en el que también destila la insidia de que se quiere «limitar la libertad de las mujeres», publica una doble página, titulada El aborto provoca un cisma entre católicos. Una de dos: o quien firma esa doble página no sabe lo que es un cisma, o cree que lo sabe demasiado. De cisma, nada. Quien defienda el aborto, por mucho que se proclame católico, ni es ni puede ser católico. ¿Queda suficientemente claro? ¿O qué creen estos señores que es ser católico? ¿Acaso piensan que es algo parecido a Prisa?
En el propio El País, su humorista El Roto acaba de pintar a dos vigilantes uniformados ante la puerta de un Banco, que comentan: Tú vigila que no entre ningún ladrón. –¿Y los que hay dentro?, pregunta el otro. –¡A ésos ni tocarlos! El chiste, perfecto para lo de la Banca, puede valer también para muchas otras cosas; por ejemplo, para esto del aborto; porque, claro, luego están los de dentro, o los que dicen que están dentro, y declaran, por ejemplo, que a los obispos no les va a gustar la reforma de la Ley del aborto. A eso se llama sacar pecho ante los socialistas. Yo no sé si a los obispos les gustará o no la reforma de la Ley del aborto que, en cumplimiento de sus promesas electorales y con no sé cuántos meses ya de retraso, dice que va a hacer el Gobierno; lo que sí sé es que a mí, padre de familia y contribuyente, como a la inmensa mayoría de los padres de familia y contribuyentes de este país, los trágala nos parecen intolerables y nos resulta sumamente difícil entender para qué quiere el PP la mayoría absoluta que el pueblo español le dio en las últimas elecciones.
Luego están los eruditos a la violeta, quienes, como Andrés Trapiello, escriben: «O la Iglesia cambia, o desaparece; no queda otra». ¡Pobriño! ¿Y cómo tiene que cambiar? ¿Como diga usted? No se preocupe por la Iglesia; preocúpese más bien por sí mismo. Quienes creemos en Jesucristo creemos en su promesa de que las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella. A pesar de todos los pesares, de todas las miserias humanas, de todos los fallos y debilidades, la Iglesia católica ha iniciado su tercer milenio. A Dios gracias. Y su desaparición ni está ni se la espera. Cualquier otra institución humana –la Iglesia lo es, pero también es divina– ha desaparecido, desaparece y desaparecerá, por obra y gracia de los pobres seres humanos que la componen; pero la Palabra de Jesucristo permanece. No ha faltado tampoco, estos días, al hilo de todo este convoluto prefabricado, el sociólogo de turno con su Encuesta de Metroscopia, publicada –¿a qué no saben ustedes dónde?– naturalmente en El País, según la cual los españoles desean un nuevo Concordato; o que se ponga fin al trato preferente que la Iglesia recibe del Estado; o una nueva moral que acepte el divorcio, los anticonceptivos y el matrimonio homosexual. Lo único que demuestran encuestas como ésta es, aparte de la parcialidad de las preguntas selectivas e inducidas, la ignorancia culpable y grosera de los encuestados, y la verdad incontrovertible del viejo dicho castellano de que hay verdades, medias verdades, mentiras… y encuestas.