Los perros del famoso coloquio de Cervantes vivieron la sorpresa de quedarse en vela una noche, y se pusieron a hablar, como suelen los humanos. Éste es el recurso del autor, en una de sus mejores Novelas ejemplares, para construir un retablo satírico del ser humano cuando escoge aquello que no se ajusta a su naturaleza espiritual. En el fondo, es la mirada lúcida de dos perros, extasiados por el descubrimiento insólito de poder hablar, que se hartan de relatarse confidencias hasta el amanecer.
Los perros observan que, en ocasiones, el comportamiento de los humanos no se ajusta a la verdad, sobre todo cuando urden tramas en soledad y realizan obras fingidas «con la capa de la virtud». Es delicioso su arranque. Hay mucha inocencia en estos perros que prometen abstenerse de hacer una crítica tan dura que despelleje al ser humano. Es el consejo de uno de ellos a su compañero: «Consentiré que murmures un poco de luz y no de sangre». Hablar con luz sin hacer sangre, hermoso consejo.
En Cervantes hay tanta belleza y oficio, que despliega cada rocambolesca historia con sutileza. El humor es tan fino, que parece más sabroso en lo que los perros se guardan de decir. Si en Cervantes todo es sigilo, rumor, frases sobreentendidas, etc., en la apuesta que propone El Joglars, en el Teatro Pavón, de Madrid, es justo lo contrario. Bien se advierte al espectador que va a asistir a una versión libre de la obra de Cervantes, pero el asunto es tan libérrimo que del original sólo quedan los perros. Y, más que recibir el prodigio de hablar, lo suyo es volver a ladrar. Por el escenario se produce un escarnio, de bastante mal gusto, sobre estereotipos estrictamente contemporáneos. Se paseará la droga, el sexo en todo su arco de posibilidades expresivas, disfraces-sado, una ridiculización de textos de santa Teresa y san Juan de la Cruz, la obsesión por la cirugía estética… Todo ello, explícito y tan sin gracia que hasta a mis vecinos de butaca, un colegio entero de adolescentes ruidosos, les pareció aquello un despropósito. Los perros habían dejado de ser maestros de virtudes, como bien se encargan ellos de subrayar: «Sabes que la humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea. Ella allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos fines nos conduce; de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios». Los perros le dicen ahora al espectador que el hombre no es nada valioso.