Luis Argüello: «Solo algunos grupos han planteado el celibato opcional»
El secretario general de la CEE analiza en Alfa y Omega la síntesis del proceso sinodal en España.
La Iglesia en España ha culminado la fase diocesana del Sínodo sobre la sinodalidad, un proceso de ocho meses en el que han participado más de 200.000 personas en todas las diócesis. Su aportaciones han dejado un mensaje sobre cuáles deben ser las prioridades de la institución de cara al futuro: el papel de la mujer y los laicos, la familia, el acercamiento a los jóvenes y los abusos, entre otros. Analizamos la síntesis que ha derivado de todo este recorrido con el secretario general de la Conferencia Episcopal Española y obispo auxiliar de Valladolid, Luis Argüello.
¿Cuál es el balance de este proceso sinodal en España?
Es un proceso de crecimiento. El Papa hace esta convocatoria para ayudarnos a tomar conciencia de que caminamos juntos y de las repercusiones que esto tiene. He visto que en España hemos ido creciendo en respuesta. También que este camino enlaza muy bien con el Congreso de Laicos. Es un camino en el que estamos y en el que hemos de continuar. Para que la Iglesia evangelice necesita transparentar comunión.
Ha habido una gran participación, con más de 200.000 personas y 14.000 grupos, pero se ha reconocido dificultades para llegar a los jóvenes y a los alejados. ¿Por qué?
La transmisión de la fe es un desafío real y toma una especial relevancia en las nuevas generaciones. Es lo que vivimos en las parroquias y otras realidades eclesiales. En la Iglesia caminamos en diversos círculos. Hay una pertenencia eclesial que se concreta en la participación en la Eucaristía del domingo o, de forma más minoritaria, en grupos de formación, de Biblia o en tareas diversas. Nos hubiese gustado más respuestas. Para caminar juntos es necesario la Eucaristía, pero, en este momento, para entrar en diálogo con la sociedad, precisamos encontrarnos en otros ámbitos y llegar a los alejados. Estos últimos son los católicos que se reconocen como tal, pero que, sin embargo, no participan en la Eucaristía del domingo y cuya comprensión de la vida cristiana está muy mezclada con lo que se vive en la sociedad de hoy. El Sínodo ha puesto de manifiesto algo que ya constatamos en la vida de nuestras comunidades: el desafío de la evangelización y la transmisión de la fe.
Para llegar a estos alejados, que solo van a Misa en determinados momentos, ¿no sería bueno cuidar más estas celebraciones?
En este camino sinodal ha salido con especial fuerza la conversión personal y la importancia de la oración y la celebración. Es una clave de fondo que quizás no hemos explicitado bien. La Iglesia es camino [misión] y Mesa [Eucaristía]. Una Iglesia que camina sabe que necesita la Mesa que la constituye, que la alimenta, que la envía, que la congrega. Y cuando decimos que nos sentamos a la Mesa, queremos que sea bella, que alimente, en la que todos tengamos el sitio adecuado. La Eucaristía ha aparecido en todos los informes diocesanos. Ayuda a completar la visión de la Iglesia sinodal.
Decía que en la Eucaristía cada uno tiene su lugar. ¿A qué se refiere?
Si se comprende bien el significado de la Mesa, el papel que ocupamos en torno a ella presbíteros, laicos y consagrados, también entenderemos nuestro sitio. En la Eucaristía hay tres lugares relevantes: la mesa de la Palabra, la del sacrificio y la sede. Estos tres lugares aparecen en el camino. Porque para evangelizar tenemos que encontrar ambones en la vida pública; necesitamos una mesa del sacrificio para curar las heridas, perdonar, lavar los pies, entregar la vida…; y comprobar que el Señor nos acompaña como cabeza, pastor y esposo, y se hace presente en el ministro ordenado. Todo lo que está en torno a la Eucaristía se despliega en el camino sinodal. Te doy un dato: el tema del protagonismo de la mujer aparece en 50 de las 70 diócesis, el de la Eucaristía en todas.
¿Y cómo hacer que las celebraciones eucarísticas lleguen más? El documento, cuando se refiere a la liturgia, habla de cambiar lenguajes.
Sobre la liturgia hay dos miradas. Una que se fija en los aspectos comunicativos y que se preocupa de cómo hacer que el lenguaje, los gestos, los ornamentos y las oraciones lleguen a los fieles. Aquí aparece la tensión de si para traducir lo que decimos desvirtuamos lo que es. La otra mirada subraya la Eucaristía como misterio, como acontecimiento sacramental.
Citaba el papel de la mujer. ¿Qué se le pide a la Iglesia?
El subrayado del papel de la mujer se enmarca en de la corresponsabilidad de los laicos. Por ejemplo, se plantea que los laicos puedan participar en los órganos de decisión de la Iglesia. Hasta ahora eran fundamentalmente clérigos y, por tanto, varones. Por eso se hace una referencia singular. Además, hay una sensibilidad social que habla de este papel. Está bien que reconozcamos la importancia de la incorporación de todos a la vida de la Iglesia y que tengamos el valor profético de expresar el significado de la diferencia sexual y del ministerio ordenado reservado para los varones.
Precisamente, aunque no ha sido de forma mayoritaria, el proceso sinodal ha suscitado cuestiones como el celibato opcional o el sacerdocio femenino.
Un total de 18 de las 70 diócesis han hablado de esto. Solo en cinco se ha hecho una propuesta clara: que se ordenen las mujeres y que se establezca el celibato opcional. En el resto se ha planteado la necesidad de comprender las razones de la Iglesia para mantener la postura actual. Tenemos que saber explicar la vinculación entre Jesucristo varón, esposo y cabeza y un humilde varón. Eso es complicado porque hoy ha desaparecido la diferencia sexual. La cuestión de la ordenación de las mujeres no es solo teológica, también antropológica. La gente ha pedido comprender mejor esto y por eso proponemos acudir al magisterio del Papa Francisco, concretamente a Querida Amazonía.
¿Ha aparecido una tensión entre laicos y sacerdotes?
Hay una polaridad, que puede ser vivida como una dialéctica de los contrarios o como una polaridad fecunda, que dice el Papa Francisco. Hay una tensión entre una Iglesia organizada desde los bautizados y una Iglesia organizada desde los ordenados. Creo que la intuición del itinerario es que la Iglesia es de los bautizados y de los ordenados. Lo que la constituye es el Bautismo y el sacramento del Orden. Aquí aparecen dificultades: el clericalismo y la pasividad de los lacios. Hemos dicho en el documento que los sacerdotes deben vivir su ministerio como servicio, centrado fundamentalmente en la Eucaristía, el sacramento del Perdón y el acompañamiento. Su autoridad como servicio centrado en sus tareas esenciales.
¿No deberían dejar de hacer tareas administrativas o que puedan hacer los laicos para dedicarse a lo que otros no pueden hacer?
Está claro. Pero, ¿por qué surge esto? Antes el número de presbíteros era muy grande. Debajo de cada campanario había un cura, que podía hacer de todo, incluso tocar la campana. Hoy la realidad es diferente. Debemos dedicarnos a lo esencial y que los otros miembros del Pueblo de Dios asuman otros ministerios, tareas o servicios sin que eso disminuya lo esencial de la vocación laical: salir al mundo y dar testimonio de la fe. Si el crecimiento del protagonismo de los laicos es solo en el interior de la Iglesia, se produciría un desequilibro, pues habrá una disminución o justificación de su menor presencia en de la misión. Dicho esto, hemos de impulsar en los próximos meses los ministerios laicales: lectores, acólitos y catequistas.
En la síntesis se recoge la necesidad de promover una nueva forma de presencia parroquial en el territorio. ¿Cambiará el mapa de la Iglesia?
Miles de parroquias en nuestro país están en municipios de menos de 1.000 y 100 habitantes. Ha habido una concentración urbana, con grandes barrios donde apenas hay un templo en un bajo, con parroquias que tienen un territorio misionero muy amplio. Tenemos una distribución marcada por el mundo rural y muchos de los esquemas que utilizamos, también en las ciudades, vienen de ahí. La sociedad es hoy mayoritariamente urbana. Esto nos va a obligar a reflexionar sobre qué consideramos parroquia y cómo estamos distribuidos.
¿Qué eco han tenido los abusos en el proceso sinodal?
No ha ocupado muchísimo, pero sí ha surgido. Hay un deseo de transparencia, de acoger a las víctimas y emprender caminos de formación y prevención.
Ya ha concluido la fase diocesana, ¿y ahora qué?
Habrá que esperar a lo que llegue de la Secretaría General del Sínodo, que elaborará un instrumentum laboris. Esperamos que pueda ser trabajado y leído por toda las personas que han participado y otras nuevas que se incorporen. En cualquier caso, la reflexión que se ha realizado ya vale para cada diócesis. Si en una ha salido la necesidad de impulsar los consejos parroquiales o el consejo de pastoral, no hay que esperar a 2023 [se celebra la fase universal]. Hay asuntos que ya se pueden poner en marcha.
¿Ha cambiado la Iglesia en estos meses?
Las personas que han participado han comprendido que son parte de la Iglesia y que no pueden esperar a que sean otros los que vivan y hagan la vida de la Iglesia. Ha sido especialmente importante enlazar este camino con el Congreso de Laicos. De hecho, el Sínodo ha confirmado los cuatro itinerarios que se plantearon: primer anuncio, formación, acompañamiento y presencia pública. Si en el Congreso de Laicos participaron 30.000 personas, ahora lo han hecho más de 200.000. Hemos crecido.