Fue a finales del siglo XIX cuando el periodista y escritor italiano Carlo Collodi (1826-1890) alumbró a Pinocho, que desde entonces ha contado incondicionalmente con el favor de todos los públicos, convirtiéndose en uno de los arquetipos más populares de la literatura universal. ¿Acaso alguien no sabe que es el personaje al que le crece la nariz desmesuradamente cuando miente? Lo que es menos conocido, sin embargo, es que, en la obra literaria original, esto se reduce a una mera anécdota de apenas unas cuantas líneas: que Pinocho mienta no es el peor de sus defectos, ni que le crezca la nariz, el peor de los castigos que le caen en justicia poética.
Expliquemos a todos aquellos que se quedaron con la versión edulcoradísima de Disney, es decir, a la mayoría de nosotros, a qué nos referimos con esto. Pues bien, en la publicación de Collodi, Pinocho es un muñeco tallado, a partir de un leño sintiente, por un viejecito muy pobre llamado Geppetto, que anhela conseguirse una marioneta hermosa, capaz de bailar, hacer esgrima y pegar saltos mortales, para viajar con ella por el mundo y poder ganarse un mendrugo de pan para el sustento. Hasta ahí, las diferencias son grandes, pero solo de tono y matiz. Apenas unas páginas más adelante asistiremos ya al detonante definitivo de la tragedia del libro, que marca la diferencia en la historia de una forma que no podría ser más representativa: Pinocho, de un martillazo, mata a su conciencia, que está materializada en un grillo parlante. Lo hace simplemente porque le molesta verse amonestado por quien sabe más que él.
A partir de este hito dramático, el rebelde protagonista caerá en picado, revelándose como una criatura fantasiosa en grado sumo, caprichosa y absolutamente ingrata, con cerebro de madera, sin juicio ni corazón, que irá cayendo de desgracia en desgracia sin levantar cabeza por el simple hecho de no dejarse educar. No querrá ir a la escuela, desoirá los consejos de su desesperado padre –cuyo sufrimiento le traerá sin cuidado–, le robarán, irá a la cárcel y estando ya casi concienciado de sus obligaciones como hijo, escapará, sin embargo, al País de Jauja junto a su amigo más granuja y holgazán, Larguirucho, atraídos ambos por la vida de eternas vacaciones, sin libros ni maestros, sin tener que estudiar. Pero acabarán siendo presas de la maldición de la falsa tierra prometida; es decir, los dos niños díscolos se ganarán un par de orejas y una cola de borrico.
A Pinocho animalizado le comprará el director de una compañía de payasos para enseñarle a bailar y saltar por los aros, pero se quedará cojo y lo adquirirá después otro individuo para hacer un tambor con su piel. En medio del desastre, aparecerá siempre el Hada (o Niña del pelo turquesa), un amoroso personaje secundario que actuará como Deus ex machina y asumirá un papel entrañable y redentor que oscilará entre el rol de una hermana y el de una madre. Será su afán sincero de salvarla de la miseria y la muerte lo que le valdrá a Pinocho, en virtud de sus buenos sentimientos, que se le perdonen todas las diabluras hasta entonces, a pesar de que no pueda ser distinguido como modelo de obediencia ni de buena conducta. Y, lo más importante de todo, su arranque de generosidad por el prójimo obrará el milagro de convertirle en un apuesto muchacho de carne y hueso, de pelo castaño, ojos celestes y aire risueño.
Se trata, en definitiva, de un cuento moralizante no exento de subversión, crueldad y sátira, que abraza la picaresca, el teatro callejero y los cuentos de hadas, tal vez anticipando el surrealismo e incluso el realismo mágico. El final feliz nos da cuentas de cómo un niño malo, al volverse bueno, adquiere la virtud de renovar y alegrar la vida de su familia.
Carlo Collodi
Penguin Clásicos
2022
176
12,95 €