Aquel arzobispo, campechano y cercano a todos, en su ciudad de Buenos Aires ¿tenía idea de la que se le venía encima? Parece que no. En el delicioso libro que recoge ahora sus diálogos con el Rabino superior de Buenos Aires, Abraham Skorka, decía el entonces cardenal Bergoglio: «Con 74 años, estoy para empezar la ancianidad. El anciano está llamado a la paz, a la tranquilidad. Pido esa gracia para mí». ¡Qué lejos estaba de saber que, sólo dos años después, cargarían sobre sus hombros la más alta responsabilidad que un humano puede sostener: cuidar, y gobernar el organismo más universal y de más elevado contenido de toda la humanidad.
El diálogo está lleno de sugerencias. Por ejemplo, cuando los dos amigos hablan sobre el poder y el rabino dice al arzobispo que todo el que lo ejerce «necesita tener autoconfianza, autoestima. La cuestión es si, una vez que uno llega tan alto, sigue siendo sincero, humilde. Aquí, este diálogo nuestro, hace cincuenta años, hubiera sido imposible. Hoy es posible gracias a usted, como cabeza de la Iglesia argentina… Pero, por otra parte, no siempre hay que dejar que los mediocres lleguen al poder».
Y Bergoglio le contestó:
—«Un jesuita muy inteligente, solía decir, a modo de chiste, que venía corriendo una persona pidiendo auxilio. Quien le perseguía ¿era un asesino?, ¿un ladrón?… No, un mediocre con poder. Es verdad: ¡pobres de los que están por debajo de un mediocre cuando éste se la cree! Mi papá me decía: Saludá a la gente cuando vas subiendo, porque te la vas a encontrar cuando bajes. No te la creas. La autoridad viene de arriba; ahora, cómo la usan es otra cosa. Me pone la piel de gallina cuando leo el Libro de los Reyes…». Y cita los disparates de los líderes como David, al que salvó al final la humildad.
Y añadía el que iba a ser el próximo Papa:
—«Una cosa buena que le pasó a la Iglesia fue la pérdida de los Estados Pontificios, porque queda claro que el Papa lo único que tiene es medio kilómetro cuadrado. Pero cuando el Papa era rey temporal y rey espiritual, ahí se mezclaban las intrigas… ¿Ahora no se mezclan? Sí, ahora también las hay, porque hay ambiciones en hombres de la Iglesia, lamentablemente… Entonces deja de ser el elegido para el servicio y se convierte en uno que elige vivir como quiere y se mezcla con la basura interior».
En otras páginas se descubren destellos preciosos: «Ante los conflictos hay que ser creador y buscador de caminos: cuando tengo un problema con alguien, hago como los primitivos monjes egipcios: se ponían en el banquillo del reo y se acusaban a sí mismos para ver qué cosas no funcionaban dentro de ellos. Yo lo hago para ver qué cosas no funcionan dentro de mí»; «La mansedumbre no es debilidad. Un líder religioso puede ser muy fuerte, muy firme, pero sin ejercer la agresión. El verdadero poder del liderazgo religioso lo da el servicio».
El Papa habla de algún momento en que su reacción recuerda a la que ya hoy conocemos, cuando, recién elegido Papa, aparece en la loggia de San Pedro y se inclina mientras pedía oraciones para él mismo. Fue en una reunión con protestantes. Le preguntaron si podían rezar por él. Contestó que sí. Y añade: «Lo primero que me salió fue ponerme de rodillas».