Así obra Dios en los sencillos
La madre Laura Montoya se convertirá, el 12 de mayo, en la primera santa colombiana, pero la noticia es esperada también con gran expectación en España. La congregación que fundó la futura santa, las Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena (las Misioneras de la Madre Laura), está presente en 21 países, entre ellos España, cuyo centro está incardinado en la Casa General de la Congregación. Desde aquí, se organiza una peregrinación a Roma, y el 24 de mayo, se celebrará en Madrid una Misa de acción de gracias, presidida por el cardenal Antonio María Rouco. Una estas de misioneras españolas es la hermana Blanca Pérez, coordinadora durante 33 años de la expansión de la congregación por África, continente en el que ha pasado 33 años de su vida:
¿Qué supone, para usted y la congregación, la canonización de Madre Laura?
Es la confirmación de lo que, para mí, era evidente: la santidad de Madre Laura. En segundo lugar es un desafío. Ser hija de una santa de esta talla es muy exigente, pues lo mínimo que se me pide es que mis actitudes sean una silenciosa manifestación de lo que ella fue, ya que anhelaba vernos santas para glorificar con ello a su Dios bien amado. La canonización es motivo de gozo y agradecimiento. Un don para la congregación, la Iglesia y el mundo. Celebrar la canonización de Laura Montoya Upegui es contemplar el paso de Dios por su vida, poder decir con María de Nazaret: Dios hace maravillas…, miró la pequeñez de una mujer nacida en un rincón de Colombia. Nada es casual cuando se mira desde la fe. Creo que su principal mensaje es la certeza de que Dios hace maravillas con los pequeños que se entregan a Él sin reserva alguna. En los albores del siglo XX, en medio de un mundo marcadamente machista, en donde la mujer era mirada con recelo y con sospecha, Laura se atreve a proponer una manera nueva de evangelizar viviendo la inserción, la inculturacion.
¿Cómo continúa la Congregación la obra de la Madre Laura?
La Madre Laura vivió su fe como adhesión incondicional a Dios. Supo hacer una lectura de fe en cada momento de su vida. Hoy, como ayer, el carisma misionero de la congregación sigue latente y en respuesta a la quinta palabra de Cristo en la Cruz: «Tengo sed», de justicia, de amor y paz; y de ver a Dios Padre conocido, y amado, las hijas de la Madre Laura nos lanzamos, unidas a la Santísima Virgen, Reina y Madre de la congregación, al apostolado misionero, al estilo de Madre Laura, entre los hermanos más necesitados, preferentemente los indígenas. Valoramos y respetamos la identidad indígena, su cultura y organización acompañándolos en sus procesos. Oramos y analizamos la realidad. Nos insertamos en la vida del pueblo. Acompañamos en actitud solidaria a los pueblos indígenas, afro, marginados y campesinos. Favorecemos la participación de la gente estimulándolos a que sean gestores de su propio cambio. En España trabajamos, sobre todo, con población gitana, inmigrantes, marginados…
¿Cómo se preparan ustedes para la canonización?
En primer lugar, con un proceso que llamamos de revitalización y reestructuración. Esto ha significado encontrarnos con las fuentes de nuestro carisma para beber del tesoro legado por nuestra fundadora, y tomar conciencia de si estamos hoy en donde debemos estar. Desde que conocimos la fecha y lugar de la canonización, en toda la congregación y en los grupos inspirados en el carisma (sacerdotes, seglares…), se inició un gran movimiento de preparación de peregrinaciones a Roma, celebración de la Eucaristía de acción de gracias, foros, retiros… Todo con el deseo de presentar a una mujer tan cercana en el tiempo, que, viviendo y afrontando tantas dificultades, se dejó fascinar por Jesús y su reinado.
La historia de la Beata Madre Laura se caracteriza por su llamada a evangelizar a los indígenas en los lugares más recónditos de la selva, donde ningún misionero había llegado nunca. Así es como Laura, en la primavera de 1914, se adentra en la selva colombiana con seis compañeras, entre ellas, su propia madre. Esta mujer intrépida y polifacética, nacida en la región de Antioquia (Colombia), quiere crear un grupo de maestras catequistas que trabajen por la promoción y evangelización del indígena. Como resultado de esta intuición, nacen las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, más conocidas como Misioneras de la Madre Laura o Lauritas.
La Madre Laura fue la evangelizadora más audaz y creativa que haya conocido la Iglesia en América Latina. Juan Pablo II la calificó como «la madre de los indios», el día de su beatificación, el 25 de abril de 2004. Fue maestra de escuela, directora de colegios, escritora fecunda… Se acercó al indio con amor, y decía a sus Hermanas: «Es necesario tratarlos con tal bondad que podamos luego decirles: así es Dios y mucho más». Habla de procedimientos maternales, de un sistema de adaptación, dentro de lo posible y permisible, a las costumbres de los indígenas, de irles mostrando lentamente un afecto desinteresado que acabara por conquistarles el corazón para Dios. Por todo ello, Laura Montoya es pionera en la inculturación.