¡No olvidéis a la persona! Es el grito de tantos trabajadores asfixiados por el ritmo inhumano de tantas empresas, oficinas y trabajos cuyos horarios impiden la vida familiar, reducen el valor del trabajador a su eficacia productiva, y se empeñan en seguir llamándolos recursos humanos. Si la primera clave que urge recuperar es la de la dimensión central de la persona, no es menos urgente promover una auténtica renovación de la conciencia de cada persona dentro de la sociedad. Sufrimos profundamente el individualismo, y ahora también sus consecuencias. De la crisis saldremos juntos, o no saldremos. Ya se ha revelado como falso el axioma consumista: «Preocúpate de lo tuyo, que, si no, nadie lo va a hacer por ti. Que ya los demás harán lo mismo con lo suyo y, al final, todo irá bien». La razón y la fe cristiana, sin embargo, coinciden en que el principio de solidaridad es la clave del crecimiento social de un pueblo.
Hermanos trabajadores en paro: en vuestra situación seguís ocupando un lugar muy importante en vuestras familias, en vuestros ambientes y en la sociedad. Dios cuenta con vosotros también en esta situación. No perdáis la esperanza ni la dignidad en la angustia, no dejéis de luchar con generosidad buscando medios para mejorar, no dejéis de atender a los vuestros, de ser útiles en vuestra situación familiar.
Queridos diocesanos: la solidaridad no es solamente compartir nuestra comida y dinero, como tan generosamente estamos haciendo, sino una manera de concebir la vida; pensar que si crece mi vecino, mi familiar, el otro, crezco yo. Este principio puede inspirar iniciativas locales en la que todos nos pongamos manos a la obra y, con la imaginación siempre nueva de la caridad, busquemos una economía participativa donde el otro no sea sólo un factor de producción; busquemos la creación de nuevas empresas, cooperativas u otro tipo de posibilidades laborales tan necesarias. Hagamos un esfuerzo mayor, pues es mayor la necesidad. Pensemos más en el otro para ser su ayuda y consuelo. Aprendamos a prescindir de lo superfluo para compartir con quien no tiene ni siquiera lo necesario. Mostremos juntos que con los criterios de Dios es posible una sociedad mejor.