Iván de Vargas, un caballero medieval que recristianizó Madrid en 1083. El amo de san Isidro labrador
La familia de los Vargas fue una de las más influyentes de la Villa y Corte, en tiempos del rey Alfonso VI. Tenía numerosas propiedades repartidas por Madrid. En la casa de Iván de Vargas trabajó san Isidro labrador. Escribe un periodista descendiente del célebre caballero medieval, también llamado Iván:
Iván de Vargas fue un caballero medieval de la familia de los Vargas, uno de los linajes más antiguos de la Villa y Corte, a cuyo servicio estuvo san Isidro labrador. Conquistó Madrid en 1083, reinando Don Alfonso VI de León y Castilla. Sus descendientes participaron en todos los acontecimientos importantes de la Reconquista y, luego, de la conquista del Nuevo Mundo.
Una vez pacificada la zona, el noble guerrero fue premiado por el rey Alfonso con honores, tierras y posesiones. Éstas se situaban en ambas márgenes del río Manzanares y en el entorno de la actual Plaza de la Paja, donde tuvo varias casas. Todo ello hizo de él un rico hacendado.
La Plaza de la Paja fue centro neurálgico del Madrid medieval; por tanto el poseer propiedades en su entorno era un síntoma de distinción social y riqueza económica. En la propia Plaza se alzaba la fachada del Palacio de los Vargas, edificio del siglo XVI que perteneció a la familia; hoy en día está muy transformado, para dar cobijo a un centro de enseñanza. Cercana a la iglesia de San Andrés, se localizaba otra de las casas vinculadas a este linaje, la que alberga el actual Museo de Orígenes y donde se encuentra uno de los pozos que se relacionan con los milagros de san Isidro.
Otra de las posesiones de los Vargas, la cuadra, estaba en la calle del Almendro y servía para guardar el ganado doméstico. Por último, poseían la finca que hoy acoge a la Biblioteca de Iván de Vargas.
En ese entorno transcurrió la vida del Patrono de Madrid, cuya fiesta se celebra el 15 de mayo. Por esas calles, se movía este hombre humilde y piadoso, unas veces a cumplir con sus obligaciones, otras a rezar en la vecina iglesia de San Andrés, su parroquia, donde oía la misa del alba todas las mañanas antes de salir a ocuparse de las tierras de su amo.
Isidro fue contratado por Iván de Vargas para que cultivase las huertas que poseía en la Villa; una parte de ellas en la margen izquierda del Manzanares (donde hoy se levanta la ermita de la Virgen del Puerto), otra en la margen derecha (donde estuvo la llamada Pradera de San Isidro), y una tercera en Carabanchel.
El profundo amor de este trabajador del campo a la Eucaristía y su entrañable devoción a la Santísima Virgen le llevaron a identificarse con el pueblo, derramando caridad a manos llenas con los más desvalidos, los que tenían hambre ya fuera de pan o de espíritu, los enfermos… Su bondad ilimitada despertó la admiración de sus contemporáneos, aunque tampoco le faltaron los detractores envidiosos.
A san Isidro se le atribuyen numerosos milagros, algunos sencillos como sencilla fue su vida, que corrían de boca en boca; llegaron a contarse hasta cuatrocientos en su proceso de canonización. Es precisamente estando al servicio de los Vargas cuando se producen la mayor parte.
Quizás el milagro que más ha trascendido al cabo de la Historia es el de los ángeles. Iván de Vargas, receloso y desconfiado con su buen servidor por las murmuraciones de los otros labradores, decidió espiarlo desde la distancia. Según las actas de la canonización, éste vio con ojos atónitos dos yuntas de bueyes conducidas por dos ángeles arando a un lado y al otro de la del santo. Preguntado por su amo, Isidro le reconvendría: «En presencia de Dios a quien sirvo según puedo, honradamente os digo que en esta agricultura ni he llamado ni he visto a nadie para que me ayude, sino sólo a Dios a quien invoco y tengo en mi amparo».
Otro de los milagros más relevantes, realizado en vida por el santo, sucedió cuando su amo le visitó mientras trabajaba en el campo y le pidió de beber. Era un día caluroso y don Iván tenía sed, por lo que le pidió a Isidro un poco de agua. Éste, viendo que se le había acabado, golpeo una roca del suelo con su bastón diciendo: «Cuando Dios quería, aquí agua había». Al momento, brotó agua del suelo con la que su dueño pudo saciar la sed. Sobre este manantial se construiría, tiempo después, una ermita, la Ermita del Santo, que todavía hoy se puede visitar.
El sabor castizo de la veneración a san Isidro no es incompatible con que tenga devotos por todo el mundo. Entre ellos, hay casos tan llamativos como el del holandés Frank Stevens van Hemert, de 67 años. En Pentecostés del año pasado, en Haarlem, Frank se bautizó con agua de la fuente de San Isidro y tomó como segundo nombre Isidorus. Antes de conocer a san Isidro, Frank se consideraba creyente. Durante sus frecuentes visitas a Madrid -donde había vivido hace años-, las figuras de san Isidro y santa María de la Cabeza ejercían sobre él una atracción creciente, «como una mano que cogiese la mía». En 2008, visitando el Camarín del santo, «sentí una devoción especial» y «una enorme y profunda paz». Tras profundizar en esta experiencia de «contacto directo con Dios» por intercesión del santo, pidió el Bautismo en la parroquia de su ciudad. Curiosamente, tras llegar a la fe gracias a un santo del siglo XII, su catecumenado consistió en un Curso Alpha, uno de los formatos más exitosos de nueva evangelización. Su historia está disponible aquí.