Vidas de usar y tirar
Las noticias saltaron casi a la vez. En Estados Unidos, un equipo científico ha obtenido células troncales de embriones clonados. Mientras, en un hospital madrileño, cientos de embriones han muerto, tras ser descongelados por accidente. En ambos casos, el fondo es el mismo: seres humanos han encontrado la muerte tras ser tratados «como productos, manufacturados»
Casi nadie piensa en ellos. Para obtener células troncales de embriones clonados, como han logrado por primera vez científicos de la Oregon Health and Science University, «más de 120 embriones humanos fueron creados y destruidos», ha recordado el cardenal Sean O’Malley, presidente del Comité de Actividades Provida de la Conferencia Episcopal Estadounidense. La clonación «trata a los seres humanos como productos, manufacturados para satisfacer los deseos de otras personas». Esto atenta contra el deber de tratar «a cada miembro de la familia humana» como «una persona con su propia dignidad intrínseca».
Esta denuncia sobre cómo se trata a seres humanos «como productos, manufacturados para satisfacer los deseos» de otros, también es aplicable a la reproducción asistida; la técnica que abrió la caja de Pandora. La descongelación accidental y muerte de unos 700 embriones en el hospital madrileño de La Paz ha llamado la atención sobre el destino de estas pequeñas víctimas. Ahora no se habla de preembriones –como los define la ley–, pero se hacen malabares para lamentar su pérdida, mientras se acepta que estuvieran congelados. El diario El Mundo habla de vidas futuribles y deseadas, mientras que una madre afectada denuncia, en 20 minutos, que «se está jugando con la vida de las personas. Y no me refiero a los embriones, sino a las ilusiones de muchas parejas».
Si los padres quieren, es legal
Si, en vez de por un fallo técnico, esos embriones hubieran muerto por deseo de sus padres, no habría pasado nada. La Ley de Reproducción Humana Asistida de 2006 permite crear un número ilimitado de embriones aunque sólo se transfieran tres a la mujer, y el resto se congelan. Los padres pueden utilizarlos ellos, donarlos, permitir que se usen para investigar o descongelarlos y dejarlos morir. Si los padres se desentienden en dos ocasiones, quedan a disposición del centro médico. Es decir, estos seres humanos sólo tienen valor si, en ese momento, son deseados. Así, no es de extrañar que empresas en Estados Unidos ofrezcan un hijo del sexo deseado; que cada vez más padres vayan a juicio por un desacuerdo sobre qué hacer con ellos; o que se vendan a países donde no se permite investigar con embriones nacionales pero sí importarlos –como Alemania–.
A día de hoy, aún no se sabe cuántos embriones hay congelados en España, pero se estima que miles o cientos de miles. En Gran Bretaña, la Autoridad de Fertilización Humana y Embriología publicó en enero que, desde agosto de 1991, se han originado 3,5 millones de embriones, 15 por cada embarazo conseguido. De ellos, 1,7 millones fueron descartados. Los restantes –los no descartados ni transferidos– se congelaron.
Mientras, en el mismo hospital donde los 700 embriones han muerto, hubo hace unos años una consulta de fertilidad natural. Con muy bajo coste, y sin incomodidades para la mujer ni problemas éticos, logró una tasa de éxito del 32 %, similar a la de la reproducción artificial. Sólo duró un año: esta alternativa no interesaba.
Con gran repercusión mediática, el pasado día 15 se difundió la noticia, publicada el día anterior en la revista Cell, de que un grupo de científicos de la Universidad de Oregón había logrado la clonación de un ser humano, comentándose que era la primera vez que se conseguía.
Esto dista bastante de la realidad, pues al menos en cuatro ocasiones anteriores esto ya se había logrado; aunque, en dos de ellas, los embriones no vivieron más allá de la octava división celular y, en las otras dos, a pesar de que se llegó a la fase de blastocisto (embrión de 60 a 200 células), no se pudieron obtener líneas celulares.
A nuestro juicio, el aspecto más destacado de dicho trabajo es que se han podido derivar, de los blastocistos producidos, células madre embrionarias funcionantes, lo que no se pudo conseguir en las anteriores experiencias; y que, de esas células madre embrionarias, se ha conseguido obtener células cardíacas.
En cuanto a la valoración ética, nos parece que debe centrarse en dos aspectos: la clonación de seres humanos y la obtención, a partir de ellos, de células madre embrionarias. La clonación nunca es éticamente aceptable, pues afecta directamente a la dignidad de los seres humanos producidos. Si, además, se utiliza con fines reproductivos, dicha dificultad ética es todavía mayor. Por ello, la clonación reproductiva no está legalizada, en este momento, en ningún país. En el caso de la clonación con fines de experimentación, como es el caso de esta experiencia concreta, los problemas éticos se agravan, porque los embriones humanos clonados son producidos directamente para ser destruidos. Ello es condición necesaria para obtener las células madre embrionarias, con la dificultad ética que ello implica.
Por otro lado, la utilización de las células madre embrionarias derivadas de los embriones clonados tiene la misma dificultad ética que el uso de cualquier tipo de células madre embrionarias, tema ampliamente debatido y sobre el cual existe amplio consenso.
Desde un punto de vista ético, también llama la atención que, en la mayoría de los artículos de prensa publicados, se ha calificado a esta experiencia como clonación terapéutica. La realidad es que hasta ahora no se ha podido derivar de ella ningún uso clínico. Si acaso, lo tendrá en el futuro.
Creemos que esto implica una cierta manipulación semántica, seguramente encaminada a que la experiencia sea aceptada más fácilmente por la sociedad.
En resumen, la valoración ética que a nuestro juicio merecen estas experiencias es claramente negativa, pues los seres humanos producidos lo son con fines distintos a su propio bien, y con objetivos técnicos que implican su propia destrucción. Todo ello conculca el primer derecho que todos los seres humanos tienen, que es el derecho a la vida.
Justo Aznar Lucea
Director del Instituto de Ciencias de la Vida
Universidad Católica de Valencia