Nilofar Bayat, refugiada afgana: «Cuando la única motivación es sobrevivir se acepta cualquier ley»
Nilofar Bayat era la capitana de la selección afgana de baloncesto femenino en silla de ruedas. Huyó de su país dos días después de la llegada de los talibanes y hoy juega en un equipo mixto de Bilbao
Nilofar Bayat tiene 29 años. Huyó de su país, Afganistán, dos días después de que los talibanes tomaran el control del Gobierno, el pasado mes de agosto. Esperó dos días, con sus dos noches, en el aeropuerto de Kabul, donde los extremistas disparaban indiscriminadamente contra las miles de personas que quería escapar de sus garras. Llegó con su marido a España gracias a la intermediación de un periodista, Antonio Pampliega. Aunque «también recibió una invitación del Reino Unido y otra de Estados Unidos», pero nos escogió a nosotros. Eso sí, llegó sin equipaje ni títulos del colegio o la universidad –estudiaba Derecho–. Lo perdió todo en su angustioso periplo, mientras intentaba no morir de sed y calor escondida en el aeropuerto de la capital. Pero el avión llegó y, una vez en Madrid, su siguiente parada fue Bilbao, donde vive ahora.
No solo dejó atrás familia, casa y cultura. También a su equipo. Era la capitana de la selección afgana de baloncesto en silla de ruedas. Nilofar tenía 2 años cuando un artefacto explosivo cayó en su casa, en Kabul. Mató a uno de sus hermanos y a ella le dejó una lesión en la médula que limitó su movilidad de por vida. El club Bidaideak Bilbao BSR abrió sus puertas a la joven afgana cuando llegaron a la ciudad, y actualmente, mientras intenta adaptarse al nuevo país, al nuevo idioma, a las nuevas costumbres, a los nuevos amigos… entrena en este equipo mixto. Es, por cierto, la primera vez que una mujer afgana juega con hombres. «Antes jugaba con una pelota de menor tamaño, y mis manos son más pequeñas que las de mis compañeros, así que no me resulta fácil controlar el balón, pero está siendo una gran experiencia».
Desde hace pocos meses vive ya por fin en una casa con su marido. Los primeros momentos fueron compartidos con otros refugiados, en un piso de CEAR. Y ahora su mayor deseo es que sus padres y hermanos, que huyeron a la vecina Pakistán, puedan conseguir los visados para venir a nuestro país. «Nadie está seguro en Afganistán», asegura.
El pasado 23 de marzo las estudiantes de Secundaria debían regresar a clases después de un receso de siete meses. Las autoridades talibanas anunciaron esa mañana que habían decidido mantener cerradas las escuelas para niñas hasta que se diseñaran uniformes escolares de acuerdo con las costumbres y la cultura afganas y la sharía, y se ordenó a todas que abandonaran la escuela de inmediato.
Todas las excusas que ellos ponen son para jugar con nosotras, para encontrar el modo de que dejemos de ir a la escuela. Todos sabemos que nos quieren en casa, detrás de la sociedad. Las mujeres en mi país no pueden ir a ningún sitio sin un hombre, y, si lo hacen, tienen que demostrar que es un pariente suyo: su marido, su hermano, su padre… Además, tampoco pueden acceder a los servicios básicos, no solo a la educación, sino a la salud, al deporte, a viajar… a cualquiera de los derechos de un ciudadano. Los talibanes no aceptan a las mujeres como seres humanos. Es como si no existiéramos para ellos.
Estamos viendo vídeos de mujeres activistas advirtiendo de que este aislamiento derivará en muchos traumas y falta de perspectivas de futuro.
Muchas mujeres que han levantado la voz ahora mismo están desaparecidas. Por ejemplo, hay tres chicas de Kabul que nadie sabe dónde están, ni siquiera saben si están vivas.
¿Qué consecuencias a largo plazo tendrá para la reconstrucción social y económica de Afganistán negar a las niñas el acceso a la educación secundaria y la universidad?
Tendremos a una generación entera sin educar y una sociedad atrasada. Pero es lo que buscan, porque es más fácil controlar a las personas que no han accedido a la educación.
Hace unos días un conocido erudito religioso paquistaní y profesor de la Universidad Islámica Darul Uloom, Muhammad Taqi Usmani, pidió al líder supremo de los talibanes que reabriera las escuelas para niñas en Afganistán. Usmani agregó que la educación de las niñas es una necesidad.
Todo lo que los talibanes están haciendo en el nombre del islam no es la verdad. El islam es muy claro cuando habla sobre la educación de las mujeres: tienen que formarse y aprender. Lo que hacen los talibanes no es el islam real y todo el mundo lo sabe. Efectivamente desde Pakistán, por ejemplo, están pidiendo que se abran las escuelas.
No contentos, imponen que la mujer lleve tapado el rostro en público.
El burka es un problema, pero es que con esta ley han eliminado a la mitad de la sociedad afgana. Cuando la mujer lleva dicha vestimenta no puede respirar, le falta el aire, no puede caminar. Ahora, con el calor del verano en Kabul, es imposible vivir con burka y salir fuera de casa para trabajar. Esta no es nuestra cultura ni nuestra tradición; de hecho, el burka viene de Pakistán. En Afganistán tenemos una preciosa vestimenta y una maravillosa cultura que están tratando de destruir.
Los medios de comunicación del resto de países hablamos de la educación y el burka en Afganistán, pero no nos acordamos de la cantidad de ataques y explosiones que hay a diario.
Desafortunadamente, no hay muchas noticias sobre mi país. Pero la violencia y la inseguridad son continuas: hay atentados, explosiones… Están matando civiles sin razón cada día. Dos o tres personas son asesinadas a diario sin motivo. Además, la gente no tiene comida, no tiene trabajo… La mayoría de mi familia que sigue en Afganistán no tiene ingresos, y en la familia de mi marido, que son diez personas, lo mismo, ninguno tiene trabajo. Su único objetivo ahora mismo es luchar para sobrevivir. Y cuando la gente es tan pobre, cuando su única motivación es aguantar hasta el día siguiente, se puede aceptar cualquier ley, cualquier regla.