Dios está aquí
El próximo domingo, solemnidad del Corpus Christi, los católicos de todo el mundo hemos sido convocados a una de las iniciativas más atractivas del Año de la fe: de 17 a 18 horas, según el horario de Roma, toda la Iglesia universal ha sido llamada a ponerse de rodillas ante el Señor, en una hora de Adoración eucarística simultánea
A solas con Cristo, a una con la Iglesia: si los dos millones de jóvenes de la Vigilia de la última JMJ, en Cuatro Vientos, arrodillados en adoración silenciosa ante el Señor, dieron un testimonio impresionante de comunión en la fe, la próxima iniciativa del Año de la fe superará ampliamente esa experiencia. El próximo domingo, solemnidad del Corpus Christi, a la misma hora (de 17 a 18 h., horario de Roma), todos los católicos del mundo, en comunión con el Santo Padre, están llamados a pasar una hora en adoración delante del Señor en la Eucaristía, una iniciativa que se llevará a cabo en todas las iglesias del mundo en que sea posible. Con el lema Un solo Señor, una sola fe, las oraciones de este día se unirán a intenciones del Papa para este día: rezar por la Iglesia en todo el mundo, para que sea portadora de misericordia, dé sentido al dolor y al sufrimiento, y restituya la alegría y la serenidad en el mundo; y rezar por todos aquellos víctimas de las nuevas esclavitudes, las guerras, la droga y la trata de personas; por los parados y ancianos; por las mujeres y niños que sufren violencia; por los inmigrantes, encarcelados y marginados…, para que oración y la acción de la Iglesia les conforte y les sostenga en la esperanza.
No se trata de una devoción personal, sino de un gesto eclesial. En la Adoración, no estamos solos delante del Señor, en oración meramente privada; al contrario, la Adoración es un auténtico signo de comunión entre toda la Iglesia. El padre Justo Lofeudo, misionero de la Sociedad Misionera de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, cuyo carisma es abrir por todo el mundo capillas de Adoración Eucarística Perpetua, confirma que «la Adoración eucarística manifiesta la unidad y la universalidad de la Iglesia. En la Adoración, se hace evidente la imagen de todos nosotros, los sarmientos, unidos a la vid; y que, permaneciendo íntimamente unidos, recibiendo constante alimentación de esa linfa divina, podemos dar fruto».

El Corpus Christi es una fiesta instaurada «para adorar públicamente, alabar y dar gracias al Señor», afirma el padre Lofeudo. En esta ocasión, esta iniciativa del Año de la fe supone «un momento universal de testimonio de nuestra fe en su presencia viva, real y substancial en su Cuerpo eucarístico y de nuestro amor a su Amor». Es también el momento «de dar gracias a Dios por ésa su presencia constante entre nosotros, por su Iglesia, por nuestras vidas y por toda vida, y por todos los beneficios que constantemente recibimos. Es el momento también de alabarlo, de bendecirlo y de interceder por el Santo Padre, por los obispos y sacerdotes, por toda la Iglesia, y de pedir por la santificación del clero y por nuevas vocaciones. Es un momento de fe en el que cada uno puede pedir al Señor que aumente su fe y que la Iglesia la custodie y defienda contra los embates del ateísmo, del indiferentismo y del escepticismo. Es también un momento para anunciar y proclamar al mundo que sólo en Cristo hay salvación, que sólo Él puede traer la paz a la Humanidad. Y también es un momento de reparación por las continuas ofensas y sacrilegios que se cometen». Para el padre Lofeudo, en definitiva, la Adoración es «estar con el Señor, y centrar nuestra vida personal y de Iglesia en Cristo».
No Le puedo mirar estando así
El Papa Francisco ofreció recientemente, durante el encuentro con los Movimientos en la Plaza de san Pedro, su experiencia personal de oración ante el Señor en la Eucaristía: «Mirar el rostro de Dios, pero sobre todo sentirse mirados: ésa es la experiencia que tengo ante el sagrario. Me siento muy confortado cuando pienso que Él me mira. Muchas veces pensamos que tenemos que rezar, hablar, hablar, hablar… ¡No! Déjate mirar por el Señor. Cuando Él nos mira, nos da fuerza, y nos ayuda también a testimoniarlo».
En los mismos términos se expresa también el padre Jorge González, párroco de la parroquia de la Beata María Ana Mogas, en el barrio de Tres Olivos, en Madrid, uno de los tres templos que hay en la capital con Adoración Eucarística Perpetua. Recuerda la anécdota de «un viejecito que se pasaba horas delante del Santísimo, hasta que un día su párroco le preguntó: Pero usted, durante este tiempo, ¿qué hace? Y él le dijo: Nada, yo le miro, y Él me mira. Yo a la gente le diría que el domingo que viene, simplemente, se siente y le mire, y que se deje mirar por Cristo; que poco a poco le cuente cosas y le consulte cosas y problemas: con mi mujer, con mi trabajo, etc. Y Dios habla, y habla claro, aunque a veces parezca que no es así; la cuestión no es que Dios no hable, sino que es muy duro escucharle. Cuando una persona se pone delante del Santísimo, delante de Dios, con su vida entera, el Señor habla y cambia la vida, lo que a veces es una complicación». Y para ilustrarlo, cuenta algo que le pasó recientemente: «Un chico entra en el confesionario y rompe a llorar; lágrimas y lágrimas… Me dice: Llevo años alejado de Dios y de la Iglesia. He venido a la capilla por curiosidad, pero no puedo más, me quiero confesar. No Le puedo mirar estando así».
El tiempo mejor invertido
«Yo llevo de sacerdote más de 30 años –añade el padre Jorge–, y he pasado por la fase en que pensaba que la vida cristiana consiste en hacer, hacer y hacer, y me he dado cuenta de que, más que hacer, se trata de dejarse hacer. No se trata de hacer cosas; es mucho más: es mirarle y que Él te mire, aunque no sepas qué decir. Es estar ahí y contemplarlo».

La oración –y más aún, la Adoración– es, paradójicamente, lo más efectivo que hay. «La Madre Teresa –cuenta el padre Jorge–, que sabía de pobres más que nadie, decía que, para cambiar el mundo, sagrarios y Eucaristía. La clave de su vida y de sus Hermanas es la adoración al Santísimo»; y aclara que, «aunque a veces se acusa a la Adoración de un cierto espiritualismo, he de decir que, en mi parroquia, los primeros que se apuntaron cuando hice la convocatoria, y a las horas más difíciles de la madrugada, fueron los voluntarios de Cáritas». Y es que la Adoración, además de ser un remedio contra el activismo, da sentido a toda la actividad de la jornada: «No somos más santos por hacer más cosas. El activismo no es más que una excusa para no pensar. Organizamos y programamos nuestra vida, ¿pero para qué? Hay que tener las cosas claras, saber para qué vivimos. Si no nos llenamos de Dios, la actividad no sirve de nada», concluye el padre Jorge. Quizá por eso, la misma Madre Teresa decía que «el tiempo que uno pasa con Jesús en el Santísimo Sacramento es el tiempo mejor invertido en la tierra».
El verdadero descanso
Más al norte, en el barrio de Las Tablas, se levanta la parroquia de Santa María Soledad Torres Acosta y San Pedro Poveda, de construcción reciente, y para cuyo sagrario se pidió una suscripción especial de todos los feligreses, porque no es otro el centro de todas las actividades que allí se realizan: «Comenzar la parroquia y tener espacio para hacer actividades nos podría dar la oportunidad de llenarlo todo de catequesis, grupos, cursos, etc., pero si falta el sagrario, no hay nada. Esto no es un edificio de actividades, ni un club social. Una parroquia es gente en torno a Cristo, y Cristo está en el sagrario», explica el párroco, don Ignacio Andreu.
Todas las tardes laborables tiene lugar en la parroquia la Adoración eucarística: «Pensamos que sería bueno ofrecer esta posibilidad a quien pase por la calle camino de casa, o de vuelta del trabajo, y se pare a estar con el Señor un rato, media hora, diez minutos… Y, a la vez, que un sacerdote esté disponible para confesar a quien lo desee. Es fenomenal la catequesis, llevar un grupo, preparar sacramentos…, pero es Cristo el que hace la parroquia», añade don Ignacio.

En estos tiempos tan atareados, donde el hacer y el comprar fagocitan a familias enteras, la parroquia ofrece, con la Adoración eucarística, según don Ignacio, «un momento de silencio, para sentarse un rato y poner el corazón en Dios, porque Él es el verdadero descanso que podemos tener, y de ahí recoger fuerzas para nuestra actividad diaria. Adorar es estar un rato delante de Quien me quiere; estar delante de Aquel que nos conoce, que nos llama a cada uno por nuestro nombre».
Y los frutos, al final, se notan: la Adoración «trae la paz, la alegría interior por confrontar tu vida con Cristo, el relativizar muchas cosas del día a día que te queman por el Tengo que hacer esto, tengo que hacer lo otro…, y darte cuenta de que es Él el que saca adelante las cosas, y que hay que dejarle hacer a Él. Adorar es darte cuenta de con Quién estás y para qué vives», explica el párroco de Las Tablas.
No cese nunca nuestra Adoración
San Agustín, al escribir sobre la Eucaristía, decía: Nadie coma de esta carne sin antes adorarla. Don Pedro García Mendoza lleva 53 años haciéndolo, gracias a su participación en la Adoración Nocturna. Desde 1960, se siente «un privilegiado, porque el Señor me llama a adorarle en el Santísimo Sacramento del altar, en las horas de la noche. A veces cuesta, pero puedo afirmar que son poquísimas las veces que he faltado a mi cita mensual con el Señor». –¿Por qué rezar de madrugada? «Pues porque el propio Jesús se retiraba a menudo a rezar de noche, como nos cuentan los evangelios –responde don Pedro–. Además, el silencio de la noche nos ayuda a recogernos, y a orar, hablar con Dios, con una intimidad muy especial».

Don Pedro recuerda aquellas palabras del Beato Juan Pablo II, en su primera visita a España, en 1982, «cuando nos acompañó en una Vigilia de Adoración en su primera noche en Madrid. Nos dijo: La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este Sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la Adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra Adoración». Por eso, la Adoración simultánea del próximo domingo «es una gran ocasión para unir nuestras fuerzas, y mediante la oración sencilla pero sentida, callada pero eficaz, pedir a Dios por las necesidades de la Iglesia, y por los hombres de todo el mundo, para que la paz reine en nuestros corazones y en toda la sociedad humana. Cada uno rezará como mejor sepa, y Dios misericordioso sabrá acoger nuestras plegarias».
Carne de mi Carne
El próximo domingo, de 17 a 18 h., el Señor, al ver a su Esposa, la Iglesia, reunida en oración, podrá decir como nuevo Adán: Ésta es carne de mi Carne; y ojalá Cristo pueda decir de cada uno de nosotros: Éste es mi Cuerpo. Durante una hora, la Iglesia entera se pondrá de rodillas, para proclamar que Jesús es el Señor. «Es una gran ocasión percibir la grandeza de la Iglesia –dice don Ignacio Andreu–. Uno, cuando se encuentra ante un sagrario, cuando se pone delante de Cristo expuesto en la custodia, se siente como en casa. Puedes estar en Madrid o en Zambia, pero si estás con el Señor, es como si estuvieras en casa, en casa de nuestro Padre, la casa del Señor. También podremos vivir la comunión de los santos: ese día habrá tantas oraciones, tan distintas, tantas preocupaciones, alegrías y esperanzas… y todas las acoge el mismo Corazón, el Corazón de Cristo presente en la Eucaristía. Ante el Señor podemos dar gracias, porque no es un Dios lejano, un Dios distante al que haya que pedir cita, sino que está ahí cerca, que nos está esperando y deseando estar con nosotros».
Una experiencia singular en torno a la Adoración eucarística la lleva a cabo la hermana Mercedes Mayordomo, de las Franciscanas Misioneras de María, y su equipo de los Pequeños Adoradores, en la archidiócesis de Burgos. Desde hace algunos años, lleva a los niños ante la Adoración, pues un corazón sencillo y pequeño es la mejor acogida que puede recibir el Señor. «Adorar a Jesús Eucaristía es un don, pero hacer tiempos de Adoración eucarística con los niños sobrepasa todo», explica la hermana Mercedes. Cada primer viernes de mes, el equipo lleva a los niños a la presencia sacramental de Jesús, y son muchas las experiencias de oración sencilla que puede contar: «En un colegio, una niña de unos 12 años, que se denominaba atea, el día en que hicimos la Adoración, pidió para participar con los demás. Al final de la oración, cuando Jesús le bendecía desde la custodia, la niña –su mirada se me grabó– mirando fijamente exclamó: Jesús, haz que pueda volver a reunirme con mi madre. Me impresionó su forma de expresarse, tan fuerte y hermosa a la vez. Se recogió profundamente y siguió ese encuentro con Jesús. No era una oración vana, sino que su acto de fe en Jesús afirmaba que había habido un encuentro». Los niños, ante el Señor, dan salida a oraciones espontáneas: Jesús, te pido que mis papás no se peleen más; Jesús, te pido que mis papás se quieran; Jesús, ayuda a mi familia, para que haya amor. Y es que «Jesús toca cuando, con corazón de niños, nos dejamos mirar por Él», concluye la hermana Mercedes.
Para los niños es tan necesario ponerse ante la presencia eucarística de Cristo como lo es que sus padres den testimonio de ello en casa. El padre Jorge González cuenta que, «cuando comuniqué en la parroquia la iniciativa de la Adoración, dije a los padres de familia una cosa: El mayor testimonio que podéis dar a vuestros hijos es decirles: “Mirad, son las 9 de la noche, me tengo que ir a la parroquia a mi hora de Adoración”».Y la cosa no acaba ahí, sino que, en la Eucaristía, el matrimonio puede descubrir la grandeza de su propia vocación, como señala Carmen Álvarez, profesora de Teología del Cuerpo en la Universidad San Dámaso, de Madrid, y presidenta de Mater Dei: «Los esposos cristianos han de mirarse en el espejo de la Eucaristía, si quieren entenderse en toda su profunda verdad. Ambos sacramentos, el Matrimonio y la Eucaristía, se explican e iluminan mutuamente, pues si el don eucarístico de Cristo y la Iglesia es esponsal, en cierto modo también ha de ser eucarístico y sacramental el don conyugal de los esposos». Carmen aclara que «la dimensión eucarística del misterio nupcial de Cristo hace del matrimonio una realidad también esencialmente eucarística. Matrimonio y Eucaristía son los sacramentos del cuerpo entregado», por eso «la lógica del don del cuerpo adquiere un grandioso valor sacramental cuando queda significada en el signo eucarístico del pan partido. En definitiva, el matrimonio y la Eucaristía se iluminan recíprocamente y se vivifican entre sí».