Misión y oración
El Papa Francisco celebró, el pasado sábado, un encuentro con seminaristas, novicias y jóvenes en el camino de la vocación consagrada, en el que les alertó contra la cultura de lo provisional, contra el peligro del dinero y del tener, y contra el vicio del lamento estéril. También les explicó que el secreto de un cura o de una monja alegres de verdad está en la fecundidad de su celibato
«Debemos aprender a cerrar la puerta por dentro»: con esta imagen alertaba el Papa Francisco, en su encuentro del sábado pasado con jóvenes seminaristas y novicias de todo el mundo, acerca del peligro de caer en la cultura de lo provisional. «Me caso pero sólo hasta que dure el amor; me hago religiosa, pero sólo por un tiempo… y después veré: esto no va con Jesús –subrayó el Papa–. Todos podemos ser víctimas de esta cultura de lo provisional. Hacer una elección definitiva hoy es muy difícil, pero debemos aprender a cerrar la puerta por dentro».
En el recorrido vocacional, una señal de la llamada de Dios está en «la alegría de la frescura, del seguir a Jesús, la alegría que da el Espíritu Santo», que no viene de «tener el último smartphone, la scooter más rápida, un coche con el que hacerse notar –a mí me sienta mal ver un cura o una monja con un coche último modelo–… Todo esto es una alegría superficial. La alegría de verdad nace desde el momento en que Jesús me mira y me dice: Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo. La alegría es sentirnos amados por Dios». Por eso, el Papa pidió con humor a los jóvenes: «Por favor, nunca seáis monjas o curas con cara de pepinillos en vinagre. La alegría verdadera se contagia. No hay santidad en la tristeza».
Un problema de celibato
En el origen de la falta de alegría de un cura o de un seminarista, según el Papa, «hay un problema de celibato». Y explicó: «La castidad es un camino de madurez hacia la paternidad espiritual, hacia la maternidad espiritual; por eso, cuando un cura no es padre de su comunidad, o cuando una monja no es madre de aquellos con los que trabaja, se vuelve triste. La consagración nos debe llevar a la fecundidad. No es posible concebir un cura o una monja que no sean fecundos. La belleza de la consagración es la alegría. Hay tantos y tantos curas y monjas que son alegres porque son fecundos; dan vida, vida, vida… Y esta vida la dan porque han encontrado a Jesús».
«¿Hay aquí alguien que no sea un pecador?», preguntó también el Papa, para después pedir a los jóvenes en el camino vocacional: «Tened transparencia con vuestro confesor. Siempre. Contadle todo. No tengáis miedo. Decid siempre la verdad. Esta transparencia os hará bien, os hará humildes. Estáis hablando con Jesús en la persona del confesor. Él perdona siempre. Padre, he pecado, he hecho esto y esto: decidlo con todas las palabras…; y el Señor te abraza y te besa. ¿Y si vuelvo a pecar? Pues otra vez. He hecho esto, humildemente. Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia».
Hoy, la entrega al Señor en la consagración está marcada por la urgencia de la nueva evangelización. Ante ello, el Papa Francisco pidió a los futuros consagrados «una doble salida de vosotros mismos: hacia Jesús, y hacia los otros para anunciarles a Jesús. La Madre Teresa de Calcuta no tenía miedo de nada, porque no tenía miedo de arrodillarse dos horas al día delante del Señor. Debéis ser valientes tanto para rezar, como para anunciar el Evangelio».
Concluyó el Papa disuadiendo a los seminaristas, novicios y novicias: «No aprendáis de nosotros, los mayores, ¡el deporte del lamento!, la lamentela, siempre lamentándonos… Sed positivos, cultivad la vida espiritual. No tengáis miedo de ir contracorriente». Y les exhortó: «Sed contemplativos y misioneros. Y tened siempre a la Virgen con vosotros. ¡Rezad el Rosario, por favor! No lo dejéis». Y, como en su primera aparición como Papa en la logia de la basílica de San Pedro, el día de su elección, acabó el encuentro rezando con todos los presentes un Padrenuestro y un Avemaría.