Católicos en la vida pública
El desprestigio de la política debe conducir a un mayor compromiso en la vida pública de los católicos. Éste es uno de los puntos más destacados a lo largo del Curso de Doctrina Social. A él se refirió, durante la clausura de ayer, el arzobispo emérito de Pamplona-Tudela, monseñor Fernando Sebastián. Éste es un extracto de su intervención:
El compromiso de los católicos en la vida pública es posible, legítimo, obligatorio y necesario.
Posible. Porque la fe en Dios y en Jesucristo ilumina nuestra mente con conocimientos decisivos sobre el ser del hombre que condicionan y enriquecen la visión de la sociedad y de la convivencia humana. El valor absoluto de la persona humana, la igualdad de todos los hombres, la condición espiritual de las personas, son datos que la revelación de Dios en Jesucristo nos descubre o nos confirma y que tienen repercusiones importantes en la comprensión y el ordenamiento de la vida social y política.
Legítimo. Primero, porque la luz de la fe no deforma la realidad ni nos saca de la esfera humana, sino que nos la ilumina, nos la acerca, nos la descubre en su ser completo y verdadero. Y, en segundo lugar, porque la atención a las luces de la fe y los mandatos de la conciencia cristiana por parte de los políticos cristianos no supone la injerencia de ninguna autoridad ni de ninguna institución ajena al puro ordenamiento político. La influencia de la fe en la actuación pública de los cristianos se hace presente a partir de la conciencia y de las determinaciones de los mismos cristianos que intervienen en la vida pública, sin interferencias de las autoridades ni de las instituciones eclesiásticas de ningún género.
Obligatorio. Por la unidad radical de la persona. El político cristiano no puede prescindir de su conciencia ni de sus convicciones religiosas en el momento de valorar una situación o de tomar unas decisiones, sin traicionarse a sí mismo y traicionar su propia fe, que es lo mismo que traicionar a Aquel en quien creemos.
Necesario. Los hombres necesitamos una sanación interior para aceptar de forma clara y eficaz los derechos de los demás cuando suponen limitación o corrección de nuestras propias apetencias. En este sentido, la presencia y la influencia de la vida teologal en quienes intervienen en la vida pública de una sociedad es necesaria para el bien de todos, como garantía de la verdad, la justicia y la diligencia de las mil relaciones e interdependencias que constituyen la vida social. Sin el reconocimiento y la ayuda de Dios, el hombre se pervierte sin remedio, y las perversiones interiores del hombre repercuten también en sus actuaciones públicas.
Como complemento y aclaración necesaria, quiero decir:
• No hay una política católica, homogénea, obligatoria, Porque en la elaboración del juicio práctico que rige la vida política no entran solo los principios morales comunes y obligatorios, sino la valoración de muchas realidades diferentes, mudables, opinables, cuya mediación puede dar lugar a decisiones diferentes, aunque reconozcan la influencia de unos mismos principios. Con los mismos principios morales puede haber formas diferentes de interpretar una situación determinada, o de conseguir unos mismos objetivos.
• La inspiración cristiana de la política no se opone a ningún valor democrático, sino que fortalece el respeto y la tutela de todos los derechos humanos. La norma suprema del obrar humano es el amor, amor gratuito, universal, efectivo; este amor ejercitado en el ámbito de la vida política se concreta en la justicia, en el servicio efectivo a la libertad y promoción de todas las personas en un contexto de compatibilidad, integridad y gratuidad. El ejercicio de la autoridad, entendida como servicio a la comunidad, no puede definirse por las ideas o las preferencias del gobernante, sino por las necesidades de los gobernados, por el bien de las personas y de las familias, en cada lugar, en cada momento, en cada circunstancia concreta.