Ángel González-Ferrer: «Europa va por delante en normativa tecnológica»
El director y asesor del Centro de Cultura Digital del Consejo Pontificio de la Cultura del Vaticano expone los desafíos y retos de la evolución de la inteligencia artificial
¿Cuál es el mejor momento para empezar a exponer a los niños a las nuevas tecnologías?
No hay una ciencia exacta que diga a qué años hay que regalarle un móvil inteligente a un niño. Pero cuanto más sepamos y más seamos conscientes de los riesgos y las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, mejor. La inteligencia artificial es omnipresente: en los servicios financieros, en el ámbito laboral y doméstico, en el ocio, en el comercio electrónico, en el transporte… No podemos tener a nuestros hijos viviendo en una burbuja; hay que educarlos para que sean responsables en su uso y puedan defenderse frente a los riesgos que plantea.
¿Cuáles son esos riesgos?
El primero que los denuncia es el Papa. Hay un peligro real de acabar enfocando la realidad con un paradigma tecnocrático reduccionista que pone la tecnología como faro de la sociedad. Otro riesgo es el incremento de la brecha digital entre ricos y pobres. Al Vaticano le preocupa que haya un acceso exclusivo a las nuevas tecnologías de los más favorecidos. O la manipulación a la que están expuestas las masas. Tenemos a nuestro alcance más información, pero esto no significa que todo lo que nos cuenta internet sea verdadero. La proliferación de fenómenos como las fake news nos hace menos libres.
Otro problema es la huella digital. ¿Somos conscientes del rastro que vamos dejando en internet?
No, no somos conscientes y las empresas se benefician de ese desconocimiento o despreocupación. Es necesaria una regulación que marque los límites. No podemos dejar que haya un avance tecnológico presuponiendo la buena voluntad o comportamientos virtuosos por parte de las compañías que lo hacen posible. Hay una carrera por el liderazgo tecnológico con muchos intereses en juego.
¿Aquí se puede hablar de una guerra fría tecnológica?
Sí, claro. Antes había un enfrentamiento entre los rusos y los americanos. Y ahora tenemos de un lado a Estados Unidos y, de otro, a China.
¿Estamos protegidos frente a esos intereses?
Esta carrera por desarrollar la inteligencia artificial no es neutra, al revés. Estamos vendidos. En Europa, no obstante, llevamos la delantera de la normativa en materia tecnológica. Y Estados Unidos nos mira de reojo porque somos un referente para ellos. Por eso es tan necesario que otras ramas del saber, como la filosofía o la antropología, y no solo las tecnológicas, también tengan voz en esto. Esto es precisamente de lo que nos ocupamos en el Centro de Cultura Digital del Consejo Pontificio de la Cultura del Vaticano.
¿En qué consiste su trabajo?
Ponemos en diálogo a todas las partes interesadas, y esto incluye una parte de construir puentes entre el mundo oriental y el mundo occidental, que son los que llevan las riendas de la evolución tecnológica. En el organismo del Vaticano en el que trabajo tratamos de sentar en la misma mesa a los representantes de las instituciones públicas, de las organizaciones religiosas, a los académicos y científicos y a las empresas para trazar un objetivo global. El Papa ha puesto el foco en este tema para posicionar a la Iglesia católica ante los problemas de la sociedad contemporánea y entender mejor qué define al ser humano en la era digital.
¿Cómo pone esto en práctica?
Tratamos de recopilar la información disponible de todos los proyectos científicos y de ingeniería más punteros sobre inteligencia artificial. Esto incluye a los que están intentando equiparar la inteligencia humana con la memoria de los robots o, por ejemplo, los que buscan la implantación de la conciencia o de la subjetividad en las máquinas. También potenciamos reflexiones filosóficas, con una participación central de los centros académicos, sobre los retos que se derivan del desarrollo tecnológico. Hay una pregunta que está en el aire: «¿Hay que humanizar a la máquina o robotizar al hombre?». No somos el único departamento que está trabajando en esto. La Pontificia Academia para la Vida se está ocupando de la parte más ética. En estos momentos, la Secretaría de Estado está centralizando y coordinando los trabajos de las distintas unidades del Vaticano.
¿Y a medio o largo plazo cómo se pone esto en práctica?
Todo esto no se puede quedar en una fase teórica o de simple reflexión; hay que trasladarlo a la sociedad de forma práctica. Y las parroquias no pueden ignorar estas problemáticas. Por ejemplo, tenemos en el radar un proyecto para que las empresas que adopten ciertas buenas prácticas puedan contar con un sello que las catalogue como éticamente responsables, como si fuera un sello de calidad. El consumidor final tiene mucho que decir.
¿Qué caracteriza a la evolución tecnológica?
El avance tecnológico se ha concentrado en los últimos tres siglos. Pero ahora todo cambia de manera frenética. Si pensamos, por ejemplo, en la revolución de la electricidad que tuvo lugar desde mediados del XIX y se extendió hasta la Primera Guerra Mundial, con la producción masiva del acero y el desarrollo de nuevas formas de energía como el gas o la electricidad, observamos cómo en ese lapso temporal pasaron varias generaciones que asimilaron los cambios de forma correcta. Hay muchos expertos que hablan ahora de una quinta revolución tecnológica. Cada vez más se abrevian los tiempos, pasan solo cinco años y ya tenemos un cambio descomunal, por lo que se difuminan los límites.
¿Y podemos saber hacia dónde van esos cambios?
No sabemos con certeza cuál va a ser el rol de la tecnología en nuestra sociedad a largo plazo. Hay proyectos para trasladar la parte de la conciencia del hombre a las máquinas. Esto supondría un salto exponencial tan grande que ya no seríamos capaces de seguir la evolución y nos tendríamos que fiar de las máquinas. Otro rasgo evolutivo puede abocarnos a perder la centralidad humana y convertirnos en un mero elemento más a disposición de los robots. Por eso es primordial que en toda esta evolución tecnológica no perdamos el control y que las decisiones radiquen en nosotros. En la medida en la que contamos con máquinas cada más sofisticadas, tenemos que ser más rigurosos con los límites de la inteligencia artificial. Esto ya ha pasado con la energía nuclear. La sociedad sabe que es peligrosa y estamos muy concienciados.