16 de mayo: san Brandán, el monje que llegó al Paraíso antes que Colón
Sus viajes por el Atlántico fueron legendarios, pero tras la historia de san Brandán hay algo más que leyenda. 1.000 años antes de que Colón lo intuyera, el monje irlandés quiso alcanzar el jardín del Edén por occidente
Al asomarse a la historia de la Iglesia, uno se encuentra a menudo santos cuya biografía transcurre entre la realidad y la leyenda. Uno de ellos es san Brandán (también Brendan o Borondón), uno de tantos monjes irlandeses al estilo de san Columba que vivieron viajando toda su vida. Nació en Fenit, en el condado de Kerry, en el año 484. Bautizado por san Erc de Slane, fue este mismo monje quien le ordenaría sacerdote cuando cumplió los 26 años. Desde entonces, Brandán vivió en varias comunidades monásticas en otros tantos lugares de Irlanda y Escocia, donde ejerció como abad.
Fue en Clonfert, al este de Irlanda, donde un día recibió una extraña visita que le cambió la vida. «Allí fue a verle un abad más anciano que le habló de un viaje por mar que había emprendido hacía años, hasta los límites occidentales del mundo conocido. Le habló de las islas extraordinarias que había visto, y de las experiencias místicas que allí había vivido, y eso le impactó», cuenta Kevin R. Wittmann, investigador de Historia Medieval en la Universidad de La Laguna, en Tenerife, quien menciona también otra versión en la que ese monje le pidió ayuda a Brandán para rescatar a un sobrino perdido en el mar.
Fuera como fuese, fascinado ante esta historia y ante la posibilidad de la existencia de aquellas islas, Brandán urdió un plan y montó una expedición junto a otros 14 monjes para adentrarse en el océano en dirección a poniente. El viaje no estaba exento de riesgos, el menor de los cuales era la posibilidad de caer al vacío al llegar al horizonte, tal como explica Wittmann: «La hipótesis de que la tierra era plana ha llegado hasta nosotros como un cliché, pero lo cierto es que esa teoría, aunque había quien la sostenía, no era compartida mayoritariamente en aquel tiempo».
¿Qué buscaba el irlandés, qué fue lo que le empujó a echarse al mar? «Lo que Brandán buscaba era el paraíso terrenal –cuenta Kevin R. Wittmann–, el Edén del que habla el libro del Génesis. En la cosmovisión cristiana medieval se pensaba que ese era un lugar concreto que se podía encontrar en oriente, siguiendo los datos que da la Biblia. Brandán pensaba que a ese enclave mítico también se podía llegar por occidente».
Durante su periplo, los monjes arribaron a parajes a cual más extraño: la isla de los pájaros, la isla de los volcanes, otra en la que vivía un eremita del que siglos después se decía que era Judas cumpliendo su penitencia; en otra encontraron ángeles, en otra monstruos… «Su relato es un catálogo de maravillas que disparó la imaginación de la gente», cuenta Wittmann.
El episodio más conocido de todos sucedió una mañana de Pascua, cuando Brandán y sus hombres, después de celebrar la Misa en una isla, decidieron encender fuego para calentar comida y celebrarlo. De repente la isla se empezó a mover y los monjes, espantados, corrieron al barco para, poco después, comprobar desde lejos que lo que creían tierra firme no era sino la dura piel de un enorme animal marino.
En otra ocasión, su barco recaló en otra isla a la que llamaron de los Benditos. Con el tiempo, ese lugar tomó el nombre de la isla de los Afortunados o islas Afortunadas, nuestras Canarias. En el archipiélago se habla desde tiempos inmemoriales de una isla más allá de El Hierro, que aparece y desaparece en la lejanía, y que el acervo popular la llama la isla de San Borondón. En el siglo XVIII, la Corona española incluso organizó una expedición oficial para llegar a esa isla y desembarcar en ella, pero sin éxito. Sin embargo, a día de hoy todavía quedan ancianos que dicen haberla visto en días sin calima.
Finalmente, después de siete años de viaje, la expedición llegó a una isla envuelta en la niebla, con una muralla defendida por dragones que custodiaban un territorio del que, paradójicamente, no sabemos nada. Fue su destino final, su punto de partida de vuelta a Irlanda, donde las aventuras del santo cobraron tintes aun más legendarios. Este periplo fue recogido en testimonios orales que siglos después cuajaron en la Navigatio Sancti Brandani, «un best seller de la época», afirma Wittman, «que marcó la cartografía en Occidente hasta muchos siglos después».
El de san Brandán es el viaje iniciático por excelencia, la aventura de quienes en busca del Paraíso no dudan en dejarlo todo para encontrarlo.
«Si su historia fuera cierta, entonces san Brandán habría alcanzado América 1.000 años antes que Cristóbal Colón y 400 años antes que los vikingos». Esta suposición le bastó al aventurero británico Tim Severin para emprender una expedición marítima siguiendo el relato del monje irlandés. Y lo hizo del mismo modo: sin brújula ni instrumento de navegación alguno, y a bordo de un curragh, una antigua embarcación irlandesa que replicó valiéndose de madera, cuero y grasa de oveja.
Fue el 17 de mayo de 1976 cuando Severin zarpó junto a varios compañeros de Brandon Creek, al suroeste de Irlanda. La expedición tomó el rumbo de las islas Feroe, quizá algunas de las cuales fueran las que san Brandán denominó como la isla de las ovejas o la isla de las aves. De allí pasaron a Islandia –que muy bien podría ser la isla de los volcanes que avistó el monje–. La aventura de san Brandán menciona después un trayecto entre «grandes columnas de hielo», quizá los icebergs que pueblan el mar entre Groenlandia y Terranova, la última etapa del viaje de Severin. Allí arribó su expedición en junio de 1977, tras un año de una aventura que quizá no demostró la veracidad de la historia del santo, pero sí que con los medios disponibles en su tiempo bien pudo llegar hasta América.