Cuando Imán se encontró con Francisco
El Papa se ofreció a mediar, asumiendo incluso personalmente el coste del traslado si fuera necesario
A simple vista parece un instante más de tantos a los que el Papa nos tiene tan acostumbrados. Pero en esta fotografía, junto al apretón de manos hay un cruce de caminos. Una intrahistoria protagonizada por una familia kurda en la que ahora hay luz, pero antes estaba todo oscuro. Encuadrando la escena vemos a Imán cubierta con su hiyab y con una profunda sonrisa que se adivina bajo la mascarilla mientras saluda y mira fijamente al Pontífice. Se encontraba allí por pura curiosidad, sin saber que esa decisión cambiaría su vida.
Sabía que en diciembre de 2021 el Papa Francisco viajaría a Chipre, y, aunque ella es musulmana, tenía ganas de conocerlo. Había llegado a esa isla del Mediterráneo desde el Kurdistán iraquí huyendo de la violencia, el dolor y el hambre, pero tanto ella como su marido y sus cuatro hijos, Halwest, Ayad, Hastyar y Asmaa –que saben el doble porque tienen la mitad– llevaban años varados en un limbo administrativo desesperante. Lo que ocurrió aquel día en la iglesia de la Santa Cruz de Nicosia es la demostración palpable de lo que sucede cuando las personas piensan en las personas. Imán se sentó en uno de los últimos bancos, porque el resto estaban ocupados. Cerca de ella se encontraba Silvina, una de las periodistas que acompañan habitualmente al Papa en sus viajes. Es la responsable de la edición española de L’Osservatore Romano, pero, sobre todo, tiene un olfato especial para detectar dónde puede ayudar. Todo fue tan sencillo como providencial. Durante la espera, Silvina e Imán tuvieron el tiempo justo para conocerse y hacerse una fotografía juntas. Desde ese momento Imán entro a formar parte de la propia historia de Silvina. También hay periodistas que no se olvidan de los que dejan atrás cuando se acaba la cobertura. Tan solo fueron suficientes unos instantes para transformar el destino de una familia que parecía condenado a perpetuarse en Chipre.
Durante aquel encuentro con el Papa jóvenes inmigrantes dieron su testimonio. Una dolorosa enumeración de historias con las que Imán se identificaba. Nunca antes había escuchado a un líder religioso que dijera abiertamente que no podemos «quedarnos callados y mirar para otro lado, en esta cultura de la indiferencia». Al finalizar el acto, y para su sorpresa, el Papa rompió el protocolo y se acercó a saludar a todos los que habían participado, incluyendo los últimos bancos. En este momento que refleja la fotografía ninguno de los dos sabía que, tras ese cruce de miradas, sus destinos quedarían entrelazados para siempre.
Silvina siguió en contacto con Imán hasta que un día recibió un mensaje desesperado en el que le suplicaba ayuda. Comenzó a mover los hilos para intentar que la familia pudiera formar parte de los corredores humanitarios coordinados por la Comunidad de Sant’Egidio para trasladar a migrantes y refugiados varados en Chipre. La gestión no parecía fácil. Mover a estas personas requiere un papeleo muy estricto, puesto que los trámites se realizan siguiendo los cauces que marca la ley y las personas destinadas a viajar a Italia llevaban tiempo seleccionadas. Aquí es donde Silvina llamó (una vez más) a la puerta del Papa Francisco. Le habló de la situación en la que se encontraban Imán y su familia, y el Pontífice se ofreció a mediar, asumiendo incluso personalmente el coste del traslado si fuera necesario. Francisco fue la polea que Imán necesitaba para salir del pozo.
Su intervención tuvo efectos inmediatos. El pasado martes por la tarde aterrizaban en Roma, donde comenzarán una nueva vida gracias al Pontífice y a una periodista con ganas de «hacer lío». Aunque ahora tenemos el foco puesto en Ucrania, siguen abiertos muchos frentes en tantos países del mundo. Y el Papa no los olvida. Le importa la persona y todo lo que la rodea, en cualquier punto geográfico donde se encuentre. Doctrina con gestos al estilo Francisco.