Está demostrado que los españoles somos apasionados y viscerales, como buenos latinos y mediterráneos que somos. Y en cuestiones de solidaridad nos pasa igual. Y más cuando se trata de un desastre natural. En esos casos, nuestra humanidad, nuestro corazón y también nuestra rabia se activan ante tanta injusticia, ante tanto dolor, horror y muerte que miles de personas viven en nuestro mundo, tan sólo por el mero hecho de haber nacido en otro punto del planeta. Así ha quedado demostrado con el huracán Mitch, en 1998, en Centroamérica; el tsunami en Tailandia, en 2004; el terremoto de Haití, en 2010; y, ahora, estos días, con el tifón de Filipinas que llegó al país el viernes 8 de noviembre.
Y es que el riesgo que tenemos los españoles es siempre el mismo. El de quedarnos en esa ayuda puntual, en esa alarma y emergencia puntual que ocurre cuando el mundo tiembla, cuando el mar se encrespa y cuando, por fin, la naturaleza, tras tanto abuso por nuestra parte, se rebela y explota y siembra muerte y dolor a su paso, haciendo sufrir, precisamente, a los más vulnerables, a los que menos recursos tienen.
En las culturas anglosajonas, tienen más integrada la solidaridad y la ayuda a la comunidad. Es habitual que, en los institutos de Estados Unidos, por poner un ejemplo, cada joven dedique parte de su día a un voluntariado. También es habitual en el Reino Unido que se programe, como un gasto doméstico más, la cuota a una, o varias, ONG.
Creo que, en nuestra capacidad de ayudar en una emergencia, estos países deberían de copiarnos a nosotros. Pero, en esa conciencia de solidaridad constante, nosotros deberíamos imitarles a ellos. Deberíamos tener siempre presente que estos desastres no sólo tienen que ver con eso de haber nacido en otro punto de planeta, sino que son emergencias porque en ese lugar se vive desde hace décadas, a veces siglos, en una constante situación de pobreza y subdesarrollo que hacen que un desastre natural se cobre tantas víctimas. Y que, aunque la naturaleza siempre es y será imprevisible, no podemos negar los efectos del cambio climático. Es algo que no queremos admitir, pero que es obvio: cuando explotas la naturaleza sin mesura y pensando equivocadamente que Dios nos dio todo para exprimirlo sin control, en vez de para ser sus soberanos, ocurre como con las personas, que la tierra se acaba rebelando.
Está claro. Estos días son especiales para reflexionar y vivir la solidaridad. También porque este 21 de noviembre, en 24 ciudades españolas, tendrán lugar 24 actividades dentro de la nueva iniciativa de Manos Unidas: 24 horas que mueven el mundo; entre ellas, una mesa debate en el Museo ABC, de Madrid, que contará con la presencia de Rem Balucio, miembro del consorcio BCDI, con quien la ONG de Desarrollo de la Iglesia canaliza su ayuda a Filipinas para atender a las víctimas del tifón y realizar tareas de reconstrucción. Precisamente será a Rem Balucio a quien se entregará el Galardón Manos Unidas, por la labor constante de su organización a través de microcréditos de ayuda al desarrollo de la mujer y a proyectos educativos, productivos y comunitarios en este país tan castigado, que tanto necesita de nuestra solidaridad constante.