Velázquez y la familia de Felipe IV, en El Prado. Retratos de familia - Alfa y Omega

Velázquez y la familia de Felipe IV, en El Prado. Retratos de familia

En la gran exposición de la temporada, el Museo del Prado analiza los últimos diez años del artista como pintor del rey, tras su decisivo viaje a Roma. La muestra se detiene en la mejor etapa creativa de Velázquez, que corre paralela al reinado de Felipe IV, probablemente el monarca con mayor conocimiento en pintura de la Historia. Un rey al que la pinacoteca madrileña debe el que posea la mayor colección del mundo de obras del pintor sevillano. Se expone hasta el próximo 9 de febrero

Eva Fernández
‘Las Meninas’ (1660), copia de Juan Bautista Martínez del Mazo. Propiedad de The National Trust.

Dentro del Museo del Prado se produce un ritual casi imperceptible. Da igual las veces y los motivos por los que se atraviesen sus puertas. Tus pasos siempre encuentran una excusa para plantarse, por unos instantes, ante el álbum familiar de Felipe IV, retratado de forma magistral por Velázquez. Algo muy especial tienen Las Meninas para que nadie se atreva a apearlas de su condición de estrellas indiscutibles del Prado. Mientras el maestro sevillano pintaba este cuadro –una de las pinturas más fascinantes de la historia del arte–, la corona española pasaba por sus horas más bajas. Se encontraba al borde de la bancarrota, la guerra contra Francia, Portugal y Gran Bretaña diezmaba la población y Felipe IV buscaba desesperadamente un heredero. En 1650, el rey había enviudado de Isabel de Francia y también había perdido a su heredero, el infante Baltasar Carlos. Su nuevo matrimonio con su sobrina Mariana de Austria le dio cinco hijos, de los que sólo dos salieron adelante: la mayor, Margarita, protagonista de Las Meninas, y el menor, que reinaría como Carlos II. Desde hacía tiempo, Felipe V andaba inquieto porque necesitaba los servicios de Velázquez en la corte, pero éste no hacía más que darle largas, puesto que su trabajo en Roma como retratista de la corte papal le estaba reportando grandes satisfacciones. Acababa de pintar al Papa Inocencio X y, a partir de ese momento, Velázquez convierte cada uno de sus cuadros en una obra maestra. Aquí radica la importancia de esta exposición, en la que, por primera vez, se analiza su actividad como retratista, en los diez últimos años de su carrera al servicio del rey, y la continuación de esa labor por su yerno, Juan Bautista Martínez del Mazo, o por Juan Carreño, ambos aprendices del maestro.

‘La familia del pintor’ (1664-1665), de Juan Bautista Martínez del Mazo.

El cuadro de Las Meninas se convierte, una vez más, en la pieza fundamental de una exposición que nos introduce en la intimidad familiar de Felipe IV, su esposa y sus hijos, a través de los retratos que les hizo Velázquez a lo largo de interminables horas de posado.

‘El Papa Inocencio X’ (1650). The Wellington Museum, Londres. A la derecha, ‘La infanta Margarita, en traje azul’, de Diego Velázquez (ca. 1659).

El álbum de familia de Felipe IV

En esta ocasión única, las damas que rodean a la infanta Margarita se podrán comparar con la copia que realizó su yerno Juan Bautista Martínez del Mazo en 1660, conocida como Las Meninas de Dorset. Hace 350 años, cinco de las obras que hoy se exhiben en el Prado partieron de España rumbo a la corte austriaca. La demanda de imágenes a la que dio lugar la llegada de la nueva reina, y el nacimiento de infantes y príncipes, obligó a multiplicar el número de retratos, puesto que las alianzas matrimoniales exigían que los posibles pretendientes conocieran de cerca los atributos de las candidatas. Uno de estos cuadros es el de La infanta Margarita en traje azul (1659), en el que se refleja la perfección con la que Velázquez nos descubre la textura de las telas, brocados y encajes de las vestimentas. Cuando retrata a La infanta María Teresa (1653), ella tenía 15 años y sabía que era una pieza clave en el tablero de alianzas europeas. Para la posteridad quedan esas mariposas que adornan su peinado, algunas de ellas inacabadas para contribuir a crear ese misterioso efecto etéreo que consigue el pintor en muchos de sus cuadros. La profunda endogamia de la corte española de la época provoca una gran uniformidad en los rostros. En esta muestra, todos se parecen, tienen los mismos rasgos. Velázquez pintó al rey Felipe IV (1654) tal como él lo veía, vestido sencillamente, sin atributos de rey. Nos ofrece incluso la imagen de un hombre más viejo de lo que correspondería a su edad. Felipe IV apreciaba a Velázquez y, por ese motivo, tenía gran interés en complacer a quien admiraba como artista y quería como amigo. Gracias al rey, consiguió que le admitieran en la Orden de Santiago, meta perseguida toda la vida por Velázquez. De su viaje a Roma, se trajo una versión del retrato a Inocencio X (1650), que regresa al Prado por primera vez desde su salida durante la Guerra de la Independencia, con destino final en la colección del Duque de Wellington. La exposición se completa con distintos trabajos realizados en su taller, como el retrato que el yerno de Velázquez, Martínez del Mazo, realizó de su propia familia, y en el que, como se puede comprobar, las referencias a Las Meninas son constantes. En los últimos diez años de su vida, Velázquez escribió una de las páginas más brillantes en la historia de la pintura universal. Pinceladas mágicas y geniales que sólo saben hacer los grandes maestros.

‘La infanta María Teresa’ (1653). The Metropolitan, Nueva York.