Regina Pacis, ora pro nobis
La estatua de la Virgen de mármol de la basílica de Santa María la Mayor en Roma es la materialización de la letanía Reina de la Paz, instaurada por Benedicto XV para suplicar el final de la Gran Guerra. Ahora renovamos su historia para pedirle el final de la invasión de Ucrania
Regina Pacis, ora pro nobis se añadió al rosario en junio de 1915 a través de una epístola del Papa Benedicto XV al cardenal Pietro Gasparini. Fue, a su vez, un llamamiento a todos los obispos del mundo entero a agregar esta letanía a las invocaciones de la oración mariana. Es interesante comprobar en esta epístola cómo el Papa quiso intervenir en el conflicto de la Primera Guerra Mundial, donde animó a las potencias a «abandonar los propósitos de destrucción mutua y llegar a un acuerdo justo y equitativo». Sin embargo, de poco sirvió. Dice la carta: «¡Pero nuestra voz sin aliento, invocando el cese del inmenso conflicto, el suicidio de la Europa civilizada, ese día y después no se escuchó!». Continúa Benedicto XV asegurando que, «en el tormento indecible de nuestra alma y entre las lágrimas más amargas, que derramamos sobre las penas atroces acumuladas en los pueblos que luchan contra esta horrible tempestad, amamos esperar ya no más lejano el día esperado, en que todos los hombres, niños del mismo Padre celestial, volverán a considerarse hermanos». Fue así como fijó, «a partir del primero de junio próximo», en las Letanías de Loreto, la invocación Regina Pacis, ora pro nobis. […] Elévate, pues, a María, que es Madre de misericordia y omnipotente por la gracia, desde todos los rincones de la tierra, en los templos majestuosos y en las capillas más pequeñas, desde los palacios y ricas mansiones de los grandes como desde las más pobres chozas, donde se alojan almas fieles, la piadosa, devota invocación, y llévale el llanto angustioso de las madres y esposas, el gemido de los niños inocentes, el suspiro de todos los corazones bienaventurados: mueve tu tierna y benignísima solicitud para obtener del mundo atribulado la paz anhelada y recordar, en los siglos venideros, la eficacia de vuestra intercesión y la magnitud del bien compartido por vosotros». Con esta oración finaliza la epístola y queda establecida la muy necesitada invocación.
Cuando acabó la guerra, en 1918, Benedicto XV, en signo de acción de gracias, encargó al artista romano Guido Galli una escultura de mármol que simbolizase esta nueva letanía. El artista era, en aquel entonces, el subdirector de los Museos Vaticanos. Representó a María entronizada con la inscripción Ave Regina Pacis. La lectura de la composición de esta escultura es fascinante. La Virgen alza la mano izquierda con autoridad. Su gesto facial es serio, decidido y rotundo. Mira hacia abajo, lo cual indica que se encuentra elevada y comunicándose con el mundo en un plano inferior. La combinación de gestos de rostro y brazo gritan un: «¡Basta! ¡Cese! ¡Suficiente! ¡Alto a la guerra!». Con el otro brazo sostiene suavemente al Niño Jesús, que retiene con dos dedos una rama de olivo (símbolo de la paz) como si fuese a dejar caer la rama en cuestión de segundos. En el mismo eje de su mano, si se dirige la mirada hacia abajo, se halla una paloma que fija la mirada en la ramita con un ala ya desplegada, preparada para alzar el vuelo y agarrar la rama en cuanto el Niño la deje caer. Ambos personajes esperan el mandato de María para conceder la paz al mundo. La paloma espera la señal del Niño y este espera la señal de su Madre. Una composición perfecta para exaltar a María en su central papel de intercesora de la humanidad. Otro detalle digno de mencionar son las rosas y lirios amontonados en el suelo siguiendo el eje de la mano elevada de la Virgen, símbolo de la belleza y el renacimiento que solo se puede experimentar tras la paz.
Contemplando esta composición tan expresiva y comunicativa, unámonos al grito de la humanidad, rezando con la máxima esperanza: Regina Pacis, ora pro nobis.