Una despedida como a él le hubiera gustado
Las exequias de Juan Pablo II reúnen a la Humanidad entera en la Plaza de San Pedro
A él le hubiera gustado así. La misa de exequias por Juan Pablo II, del viernes pasado, no sólo conmovió a la Humanidad entera, sino que sacudió sin duda el corazón de Karol Wojtyla. Las cámaras de televisión no pudieron recoger infinidad de detalles sumamente significativos para este Papa. Éstos son algunos.
Un acontecimiento evangelizador
La imagen gráfica que sintetizó este acontecimiento sin precedentes en la historia de la Humanidad, convocando a unos tres millones de peregrinos en la Ciudad Eterna, fue ese Evangelio de cubiertas rojas, abierto, colocado encima de su sencillo ataúd de madera de ciprés.
El viento, que durante la celebración eucarística azotó la plaza de San Pedro del Vaticano, abrió sus páginas como queriendo llevar a los cinco continentes la Palabra de Dios. De hecho, se puede decir que el funeral ha sido uno de los acontecimientos evangelizadores más grandes e intensos de las últimas décadas del cristianismo, superior incluso a una de las ideas más geniales de este pontificado, las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Las cifras, como siempre sucede en estas ocasiones, no pueden hablar de espiritualidad, pero sí ayudan a dar una idea. Más de ochenta canales de televisión garantizaron una cobertura mundial de las casi tres horas de la celebración. Por primera vez en la Historia, canales árabes, como Al Jazeera, transmitieron una celebración eucarística.
Nadie había previsto que casi un millón y medio de fieles se movilizaran desde todos los países para llegar en pocas horas a la basílica de San Pedro para rendir su último homenaje al cuerpo sin vida del Pontífice. Muchos tuvieron que hacer cola durante catorce horas. Sin embargo, al salir de la basílica reconocían a Alfa y Omega que el cansancio del viaje o de la espera les pareció ampliamente justificado ante la posibilidad de ver durante unos diez o quince segundos por última vez el rostro de ese hombre fallecido con serenidad a pesar del sufrimiento de la enfermedad.
«Nos ha enseñado a morir», decía Magdalena Contreras, una chica de unos veintitrés años, venida de Madrid con el primer avión que encontró, para dar su Hasta pronto al único Papa que ha conocido. Este acontecimiento evangelizador con el que se concluyó este pontificado ha hecho realidad algunos de los sueños que, durante más de veintiséis años, persiguió este Papa.
Una Iglesia unida
Ante todo, el Papa recibió como último regalo la unidad (física o espiritual) de una Iglesia católica reunida en torno a su pastor. Es algo que ninguno de los medios de comunicación percibió, pero hace veintiséis años una unidad así no hubiera sido algo evidente.
El cardenal Joseph Ratzinger, Decano del Colegio de los cardenales, se convirtió por así decir en el portavoz de esta armonía eclesial, durante la homilía de las exequias, y explicó cómo este obispo de Roma la ha promovido. «Nuestro Papa, todos lo sabemos, nunca quiso salvar su propia vida, guardársela –recordó–; se entregó sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y por nosotros»; de este modo, «dio nuevo frescor, actualidad nueva, atracción nueva al anuncio del Evangelio, precisamente cuando Éste es signo de contradicción».
Pocos han constatado que, en estos últimos años, desde el gran Jubileo del año 2000, y en particular en los últimos meses de sufrimiento de este Papa, la Iglesia –en particular, sus pastores, los obispos– ha logrado una unidad de objetivos y doctrina que en los años setenta y ochenta parecía irrecuperable. Atrás han quedado debates, incluso entre pastores, sobre importantes cuestiones de doctrina.
En este sentido, el cardenal Ratzinger mencionó uno de los momentos culminantes con los que el Papa en vida logró congregar a toda la Iglesia. «Ninguno de nosotros podrá olvidar que, en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición urbi et orbi por última vez», recordó.
«Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la Casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre», afirmó el purpurado alemán provocando uno de los aplausos más largos de la celebración.
Un abrazo de paz
Otro de los regalos más significativos que el mundo ha ofrecido al Papa en su despedida fue ese abrazo de paz que se intercambiaron en la celebración eucarística los casi doscientos jefes de Estado, de Gobierno y representantes de diferentes países. Sólo Juan Pablo II ha sido capaz de reunir en un mismo lugar al Presidente George Bush y al Presidente de Irán, Mohammed Jatamí. Sólo Juan Pablo II ha sido capaz de arrancar un apretón de manos entre el Presidente de Israel, Moshé Katzav, y su homónimo sirio, Bashar Al-Assad. Sólo Juan Pablo II ha logrado dar pie para que tuviera lugar una breve conversación entre Jatamí y Katzav.
Se trata de la primera vez en la Historia que Jefes de Estado de Israel, por un lado, y Siria y la República Islámica de Irán, por el otro, dialogan cara a cara, un hecho que habrá hecho sonreír a este Papa que, como dijo este domingo el cardenal Camillo Ruini, su Vicario para la diócesis de Roma, ha evitado el choque de civilizaciones.
Y todo esto tenía lugar ante los ojos atónitos del Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, o de los últimos Presidentes norteamericanos, Bill Clinton y George Bush padre, quienes saben lo que pasos como éste significan. Nunca en la Historia un Presidente de Estados Unidos había participado en las exequias de un Sumo Pontífice. En esta ocasión eran los tres últimos y de dos diferentes partidos.
La única delegación ausente fue la de la República Popular China. De hecho, el último comunicado oficial emitido por la Santa Sede, estando en vida Juan Pablo II, fue el de la denuncia de casos de arrestos y persecuciones contra obispos, sacerdotes y laicos de ese país. Pekín fue y sigue siendo ese sueño prohibido de Juan Pablo II.
El Sinaí soñado, en Roma
El sueño truncado que el Papa se había planteado para el año 2000 de unir a los hijos de Abraham, tuvo lugar, sin embargo, en la colina vaticana en el día de su funeral. Junto a los Jefes de Estado, el protocolo reservó un lugar a altos representantes del judaísmo y del Islam. En el momento de la paz, también ellos se intercambiaron este gesto, junto a líderes de otras religiones, incluidos budistas, sijs, presentes a un lado.
Es verdad que Juan Pablo II ya había congregado los históricos encuentros de oración por la paz en Asís en 1986 y en 2002, tras los atentados del 11 de septiembre, pero esta vez judíos y musulmanes vivieron el momento juntos, no separados.
Entre los judíos, por ejemplo, se encontraba el Gran Rabino de Roma, Ricardo di Segni; el ex Gran Rabino de esta ciudad y amigo personal al que menciona el Testamento papal, Elio Toaff, o el Gran Rabino israelí de Haifa, Shear Yashuv Cohen.
Los representantes del Islam procedían de países como Arabia Saudí, Libia, Inglaterra e Israel, pero sobre todo estaba representada la Universidad Islámica de El Cairo, Al-Azhar, que en sus más de mil años de vida es considerada como el centro de estudios e investigación más prestigioso del mundo islámico.
Un paso inesperado
El funeral del Papa se convirtió asimismo en un viento de Pentecostés inesperado de promoción de la unidad entre los cristianos divididos en diferentes Iglesias y confesiones, a causa de los cismas que han empañado su historia. Fue conmovedor ver al Hermano Roger Schulz, fundador de la Comunidad Ecuménica de Taizé, recibir en primer lugar, en silla de ruedas, la Comunión de manos del cardenal Ratzinger, testimoniando que el ecumenismo de vida y de oración –la misión a la que ha entregado su existencia– constituye un logro indiscutible de este pontificado y con frecuencia desapercibido.
La columnata de Bernini abrazaba también a los máximos representantes del cristianismo separado de Roma, comenzando por el Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, primus inter pares de las Iglesias ortodoxas.
El Patriarcado ortodoxo de Moscú también se hizo presente –otro regalo para este Papa que tanto ha sufrido la división con los cristianos rusos– en la persona del metropolita Kirill de Smolensk y Kaliningrado, Presidente del Departamento para las Relaciones Exteriores y primer candidato a la posible sucesión de Alejo II, a su fallecimiento. Otras Iglesias ortodoxas también dieron su último abrazo con representantes como el obispo Christodoulos, arzobispo de Atenas; el Patriarca armenio Karekin II, etc.
Por primera vez en la Historia, el Primado anglicano, en estos momentos Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, participó en las exequias de un Papa, obligando así a atrasar en un día el enlace entre el príncipe Carlos de Inglaterra y Camila Parker.
Los evangélicos del mundo estuvieron en Roma representados por el Presidente de su Asociación mundial, Ted Haggard. Allí estaba también presente el Secretario de la Federación Luterana Mundial, Ishmael Noto. Faltan muchos otros nombres.
Las cámaras no pudieron enfocarlos a todos. Sin embargo, es posible que el adiós al Papa se haya convertido en el encuentro pancristiano más representativo de todos los tiempos.
Pero lo que sin duda llenó el corazón del Papa de emoción fueron los gritos de la gente de a pie que no cabían en la Vía de la Conciliación ni en las calles y plazas aledañas. «¡Santo, ya!», fue el grito que en esta ocasión acuñaron para él los jóvenes.
Resonó con fuerza cuando, al concluir la celebración eucarística, los sediarios pontificios –quienes llevaban antes la Silla Gestatoria de los Papas– levantaron el ataúd para que entrara por última vez en la basílica de San Pedro. Al menos uno de tres peregrinos llegados a Roma eran jóvenes. Éste es el dato que todavía no han sabido explicar los analistas que han llenado páginas y páginas de tinta en estos días. Éste es el último desafío que lanzó este Papa a la opinión pública mundial.
En la intimidad
Y, sin embargo, el último momento de este acto comunicativo mundial sin precedentes tuvo lugar en la intimidad de las Grutas Vaticanas, presenciado tan sólo por los colaboradores más cercanos de Juan Pablo II. El Camarlengo, cardenal riojano Eduardo Martínez Somalo, presidió el rito de la sepultura. El ataúd de ciprés con los restos mortales de Juan Pablo II fue atado con lazos rojos. El féretro de ciprés se introdujo en otro de zinc y se soldó y cerró. Allí descansa ahora, enterrado en la tierra (no en un sarcófago, como él pidió en el Testamento), en el lugar en que se encontraban los restos de Juan XXIII, fallecido en 1963, hasta que el 3 de septiembre de 2000 fueron trasladados a la Basílica vaticana, tras su beatificación.
Con el funeral, comenzaron los nueve días de misas en sufragio del Papa en Roma, que se prolongarán hasta el 16 de abril, dos días antes de que comience el Cónclave de cardenales que elegirá al sucesor número 265 del apóstol Pedro.