Pedro Aguado: «Hay quien aspira a recuperar la antigua normalidad. Nosotros no»
Tras dos sexenios como general, el escolapio acaba de ser reelegido por tercera vez. La Santa Sede ha tenido que dar el visto bueno, ya que la orden tiene previsto un máximo de dos mandatos
¿Por qué han tenido que pedir permiso a la Santa Sede para su reelección?
Nuestra legislación interna limita a dos mandatos el servicio del padre general. El derecho de la Iglesia, y el nuestro, admite sin embargo un mecanismo, que se llama postulación, que posibilita un tercer mandato, pero se requiere que el capítulo general lo apruebe por mayoría cualificada –por lo menos de dos tercios de los votos– y que sea aprobado por la Santa Sede. Y esto es lo que aconteció. No tiene nada que ver con las recientes orientaciones del Papa para las asociaciones de fieles. Es simplemente un mecanismo contemplado en nuestra legislación. No es muy frecuente, pero en este caso así han sido las cosas.
¿Cómo ha recibido y cómo afronta este nuevo mandato?
Con mucha paz y con un sentimiento profundo de responsabilidad ante el servicio que me han pedido los hermanos. Llevo doce años como padre general de la orden, y puedo decir que lo que más deseo es que este nuevo mandato no sea una simple continuidad. Eso no sería bueno. Deseo afrontar este tercer sexenio desde el compromiso de impulsar las Escuelas Pías en su capacidad de nuevas respuestas ante las nuevas situaciones. Confío en la misericordia de Dios, y en la oración y el apoyo de todos los que aman las Escuelas Pías.
Habla de nuevas situaciones y veo que el capítulo no se había celebrado hasta ahora fuera de Europa. ¿Por qué?
La verdad es que tradicionalmente hemos celebrado la mayor parte de los capítulos generales en Roma, que es donde se fundó la orden y donde está la casa general. Esta vez hemos considerado muy importante ofrecer un mensaje al mundo escolapio: miremos la amplitud de nuestra realidad y de nuestra vida. México ha sido una extraordinaria experiencia para nosotros. El capítulo ha recibido muchos dones, ofrecidos por la bellísima vida y misión que viven nuestros hermanos de México. Es importante dar pasos que nos deslocalicen y nos abran a nuevas experiencias.
Otra nueva situación ha sido la pandemia. Precisamente en México, donde ha sido el capítulo, los niños se han pasado dos años en casa sin ir al colegio. ¿Han sido los grandes olvidados?
Los grandes olvidados de la pandemia, como en todas las situaciones de dificultad, son siempre los más débiles y dependientes: los niños, ancianos, las personas sin hogar, los parados, los que no tienen ganas o motivos para vivir. Por eso es tan valioso el voluntariado, los extraordinarios ejemplos que hemos recibido de tantas personas que han olvidado hasta su propia seguridad para ofrecer una respuesta de amor. Esto es ser cristiano. Esto es ser humano.
En España se habla de un aumento importante de los problemas de salud mental entre los jóvenes. Ustedes tienen alumnos por todo el mundo. ¿Han podido observar problemas similares en otro lugares? ¿Cómo ha afectado la pandemia a la educación?
Lo que ha hecho la pandemia es poner de manifiesto, con mayor crudeza, tantos retos y dificultades que ya estaban presentes. Nuestros niños siempre han necesitado escucha, vida compartida, experiencias de comunión y de encuentro, relaciones. La pandemia lo ha complicado y ha provocado muchas dificultades. Además, ha supuesto en todo el mundo una catástrofe educativa. Millones de niños han perdido años de escuela, de educación. Hemos percibido que, en los contextos de mayor pobreza, los niños lo han perdido todo. Por eso, el reto que ahora tenemos es afrontar esta situación como un desafío que exige recuperar el terreno perdido y ofrecer nuevas alternativas, sobre todo a los más pobres. Hay quien aspira a recuperar la antigua normalidad. No es nuestro caso. No debe serlo nunca. La antigua normalidad tampoco nos gustaba. Debemos aspirar a algo nuevo, y a trabajar para crearlo desde la educación.
El Papa ha insistido mucho en el Pacto Educativo Global, que no ve como una utopía, sino como algo concreto. ¿Cómo hacerlo posible en un mundo tan fragmentado y polarizado?
Creo que necesitamos utopías y, también, proyectos concretos. Las utopías nos ayudan a vivir, a tener horizontes, a luchar por algo bueno más grande que nosotros. Los cristianos sabemos que las utopías de Dios las recibimos como don, las vivimos como horizonte y las trabajamos como vocación y proyecto. Creo que la propuesta del Papa sobre el pacto educativo nos convoca como educadores, nos indica el horizonte y nos exige pasos concretos. Por ejemplo, impulsando la dimensión transformadora de la educación, dando pasos para trabajar en red, abriendo nuestras escuelas a la colaboración con todas las personas e instituciones que creen en la educación, impulsando proyectos concretos de cambio social, etc. En el fondo, el Papa trata de colocar la educación como el mejor camino para buscar una sociedad más buena y fraterna. Para nosotros, escolapios, esta es una propuesta que toca de lleno lo que somos y buscamos, porque san José de Calasanz, nuestro fundador, fue el primer impulsor del pacto educativo.
¿Qué recuerdos tiene de su paso, de niño, por el colegio Calasancio de Bilbao?
Son muchos y muy buenos. Pero me conformo con compartir uno de ellos. Como alumno, pude experimentar la cercanía de los escolapios, su dedicación, su entrega a los alumnos, su acompañamiento. Pude sentirme como en mi propia casa. Pude conocer a Calasanz. Y pude soñar mi vida, pensar qué es lo que yo quería vivir. Creo que esto es algo muy importante, una de las tareas más valiosas de nuestras escuelas: convertirse en espacios de vida, de proyectos, de compromiso. Yo estoy muy feliz y agradecido de haber podido vivirlo en mi colegio de Bilbao.
¿Fue allí donde se forjó su vocación?
Sin ninguna duda. En el colegio, en los grupos de fe, en el testimonio de los escolapios, en los retiros y ejercicios espirituales, en el día a día de la vida de un joven deseoso de vivir a fondo la propia vida, ahí emergió la vocación. Yo inicié mi noviciado nada más terminar mis estudios en el colegio. Y siempre he agradecido esta decisión que tomé.
En su intervención inicial en el capítulo, invitó a «mirar más allá de nosotros mismos para encontrar en los desafíos del contexto en el que vivimos algunas llamadas de atención que nos deben hacer pensar». ¿Cuáles son esas llamadas de atención?
Hice esta afirmación porque esa es la base del nacimiento de todas las Órdenes y Congregaciones religiosas. Lo que hace un fundador es tratar de responder a los desafíos de la sociedad, para tratar de darles una respuesta de Evangelio. Las Escuelas Pías deben vivir siempre esta dinámica de fundación: estamos en el mundo y en la Iglesia no para pensar en nosotros mismos, sino para responder a lo que los niños y jóvenes necesitan. Esta es nuestra razón de ser. Y es preciso recordarlo siempre.
Si miramos nuestros diversos contextos con «ojos calasancios», descubrimos llamadas particulares que debemos atender. No es lo mismo educar en España que en Mozambique, por ejemplo. Pero también emergen llamadas y desafíos que son comunes. Me gustaría citar dos, pensando en las llamadas que recibimos desde la Iglesia y desde los jóvenes: la superación sistemática, discernida y trabajada del clericalismo y la formidable necesidad de sentido vital que tienen nuestros jóvenes, que provoca en nosotros una renovada apuesta por la escucha y el acompañamiento. Pienso que el camino sinodal, si lo sabemos vivir con autenticidad, nos ayudará mucho a estos y a otros desafíos.
Nació en Bilbao en 1957. Estudió en el Colegio Calasancio de la ciudad, donde experimentó «la cercanía de los escolapios, su dedicación, su entrega a los alumnos, su acompañamiento». Fue allí donde se forjó, «sin ninguna duda» como él mismo asegura, su vocación. Recibió la ordenación sacerdotal 13 de junio de 1982. Tres años después fue nombrado rector y maestro de juniores en Bilbao. También ha sido asistente provincial de Pastoral y superior provincial de Vasconia y de Emaús. Es padre general desde el año 2009.