No pasarán
XXXIII Domingo del tiempo ordinario
Es curioso. Los acontecimientos se suceden velozmente. Sin embargo, nos resistimos a reconocer que todo pasa, que la historia de los pueblos pasa y que, por supuesto, nosotros mismos tenemos los días contados en este mundo. Parece que el vértigo de los cambios y de las novedades nos hubiera hecho insensibles al paso de la vida y de las cosas. Vivimos con frecuencia como en una especie de nube del presente, sin prestar atención seria al pasado ni al porvenir.
Los expertos en el arte de vivir aconsejan centrarse en el momento presente, sin perderse en recuerdos inútiles ni fantasear con los futuribles. Pero eso es algo muy distinto de vivir como si no hubiera pasado ni futuro. El sentido realista de vivir en el tiempo es precisamente una nota característica de la inteligencia humana.
Hubo una época en que la mayor parte de los científicos o filósofos tendían a pensar que el mundo era eterno, sin principio ni fin. Hoy día la mayoría piensa que este mundo que conocemos desaparecerá, porque sus recursos son finitos y se acabarán. Cuando consuma toda su energía, el sol se apagará. Y así, sucesivamente, estrellas y constelaciones pasarán. ¿Hacia dónde pasarán? ¿Hacia dónde implosionará la gran explosión originaria de la que, según parece, proviene este universo en expansión? No hay más que conjeturas al respecto. ¿Será hacia la nada? ¿Hay nada, en realidad? ¿Será hacia otro ciclo semejante? En todo caso, es bastante amplio el acuerdo sobre la finitud de nuestro mundo.
Y, sin embargo, es bastante común el sentimiento de la nube del presente. Esa cierta instalación en un ficticio eterno presente temporal es tal vez una forma de protegerse del vacío imaginado en los límites del tiempo. Si vamos hacia la nada y hacia nadie, si no vamos hacia ningún sitio, mejor es imaginarse que estamos quietos. Si no hay futuro amable, no hay historia; o mejor, en todo caso, que no la haya.
Parece que la única manera de no cerrar los ojos ante el cambio y de no sucumbir a la ilusión de que el presente es eterno, es no censurar la verdadera eternidad. Las contradicciones teóricas y existenciales provienen de esa censura impuesta por un modo de pensar y de vivir autorreferencial, cerrado a los horizontes infinitos del ser y de la verdad y encerrado en los estrechos límites del yo y del mundo.
Es cierto: «el sol se hará tinieblas… los astros se tambalearán». Pero las palabras del Señor «no pasarán». Pasarán los días de nuestra vida, todos ellos. Pero nosotros no pasaremos, porque hemos escuchado la Palabra de Dios que nos promete vida eterna; porque la Palabra se ha hecho carne, historia en nuestro mundo; porque, así, el mundo finito es solo el eco, verdadero y cierto, del Amor infinito.
No pasarán los designios divinos; por eso podemos vivir confiados los avatares de la historia, sin renunciar al realismo, sin inventarnos una eternidad falsa; la verdadera es mejor, infinitamente mejor. Temamos aquella, no esta. Aquella es el infierno. Esta es la Gloria.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre».